Cuando empezó la pandemia por Covid-19 había muchas dudas sobre cómo se transmitía el virus y qué medidas de prevención y protección debían adoptarse. En el centro de toda la discusión estaba un elemento que ya se utilizaba por quienes padecían otras enfermedades de tipo respiratorio, especialmente en Asia, pero que no era muy común en todo el mundo: la mascarilla.
Inicialmente, la Organización Mundial de la Salud recomendó su uso solo para las personas que ya habían sido diagnosticadas como Covid-19 positivas y para el personal sanitario, ya que eran los más expuestos ante el virus. La recomendación quería evitar que las compras masivas de estos elementos provocaran escasez, como efectivamente sucedió en algunos hospitales de varios países.
Pero a medida que pasaron los meses fueron surgiendo nuevas evidencias científicas: el virus se transmitía por vía aérea; había mayor peligro de contagio al estar en espacios cerrados, con más gente y poca ventilación; los presintomáticos y asintomáticos también podían contagiar a otros. Ante esta nueva información, la OMS revaluó sus lineamientos iniciales y ahora recomienda el uso de mascarillas para todas las personas, especialmente en lugares públicos y donde no se puede guardar tanta distancia con otros, como una de las tres medidas fundamentales no farmacéuticas —junto al lavado de manos frecuente y el distanciamiento— para prevenir el contagio.
“Hay evidencia de que las mascarillas funcionan, incluso con personas tosiendo en un lugar cerrado”, dice el doctor Marcos Espinal, director del Departamento de Enfermedades Transmisibles de la Organización Panamericana de la Salud. Pero recuerda que hay que saber cómo utilizarlas adecuadamente para no ponerse en riesgo, ni a los demás, y existen otras consideraciones y discusiones alrededor de su uso y efectividad que han ido surgiendo en los últimos meses y que vale la pena tener en cuenta.
No todas las mascarillas ofrecen la misma protección
Un análisis publicado por la revista The Lancet el pasado 1 de junio revisó evidencia de 172 estudios en 16 países y 6 continentes sobre medidas de protección y su efectividad para prevenir la transmisión del Covid-19. La evidencia disponible en distintos ensayos sugería que el uso de mascarillas, especialmente las N95 o las de tipo quirúrgico podrían ofrecer mayor protección que las de otro tipo.
N-95 | Ofrece la mayor protección, tiene un ajuste muy preciso y material con fibras muy compactas que sirven como barrera a las partículas más pequeñas que flotan en el aire. Es lo que recomiendan para el personal médico. No es lavable. |
Mascarilla quirúrgica | Suele ser de color azul claro o celeste. No tiene un ajuste tan certero, pero el tipo de material antifluido ofrece un buen filtro. No es lavable. |
Mascarilla de tela | Para mayor protección, se recomienda tener tres capas en vez de una sola. Algunas permiten que la persona añada un filtro adicional removible, entre tela y tela. Estas mascarillas son lavables y reutilizables. |
Máscaras o respiradores de válvulas | Permiten que la persona exhale a través de la válvula, por eso la CDC no recomienda su uso, pues realmente no está evitando que la persona que tiene el virus pueda contagiar a otros. |
Aun así, se han realizado otros estudios que respaldan la idea de que las mascarillas de tela, que la gente puede elaborar en casa, también ofrecen algo de protección. La OMS sugiere que estas tengan tres capas distintas y presenta un tutorial en video donde explica cómo hacerlo. Otros estudios recientes han analizado qué tipo de materiales son más efectivos como barrera, mientras que permiten a la persona respirar mejor. Algunos sugieren que la seda, por ejemplo, podría ser una buena opción.
Los estilos, diseños y materiales utilizados varían mucho, pero lo más importante es que sean del tamaño apropiado para la cara y tengan un buen ajuste, cubriendo por completo nariz y boca, para que no se corran ni queden espacios por donde las partículas del virus puedan entrar. Todas estas mascarillas permiten la entrada suficiente de oxígeno y también que el dióxido de carbono salga, así que quienes las utilizan pueden estar tranquilos de que no se van a asfixiar.
El uso generalizado de mascarillas protege a toda la sociedad
Entre más personas utilicen los cubrebocas, más protegida estará toda la comunidad. Un estudio comparativo entre 194 países analizó que aquellos que no recomendaron su uso ante el Covid-19 vieron un aumento de mortalidad de 54% cada semana, mientras que en los países donde sí hubo directrices sobre la mascarilla solo incrementó en 8 %.
Es una práctica que quizás le ha costado entender más a los países occidentales, donde el uso de este elemento de protección y prevención no estaba tan extendido como en oriente. En Asia, donde aparecieron otros virus y enfermedades infecciosas en la última década como el SARS, su uso ya se había extendido y aceptado entre la gran mayoría de la gente sin tanta resistencia o politización. Además, en estos países predomina la creencia cultural de que el bien común prima sobre el individual. Usar un cubrebocas en Corea, China o Japón puede ser símbolo de respeto hacia otros y no motivo de burlas o estigmatización como sucede en algunos países de occidente.
“Si pudiéramos hacer que todo el mundo utilizara una mascarilla, creo que en las próximas cuatro, seis u ocho semanas lograríamos controlar la pandemia”, dijo Robert Redfield, el director de los Centros de Control de Enfermedades Infecciosas de los Estados Unidos, (CDC) a mediados de julio. Pero ha sido difícil que todos los estadounidenses sigan sus recomendaciones. De hecho, es uno de los países que menos la utiliza, a pesar de tener la mayor cantidad de casos y de muertos en el continente.
Según un estudio comparativo del Institute for Health Metrics and Evaluation (IHME) de la Universidad de Washington, en América Latina su uso se ha extendido y aceptado mucho más: “La proporción de personas que salen de su casa usando cubrebocas varía en la región, pero en promedio, es la más alta en el mundo desde el mes de septiembre. En Haití y Estados Unidos la proporción es menor a 50%; en Canadá, Brasil, Uruguay, Nicaragua la proporción va de 60 a 80% y en el resto de los países es mayor a 80%”.
La idea de que las mascarillas protegen a los demás del virus que cargas, pero no te pueden proteger a ti, ha hecho que mucha gente que se siente sana crea que no necesita utilizarlas. Algo similar pasó con el condón cuando se empezó a promocionar como una medida de protección contra enfermedades de transmisión sexual. Al principio la gente pensaba que solo debía usarlo quien era portador de un virus, como el VIH. Pero con el paso del tiempo, la población fue entendiendo que el sentido de usar condón no era solo para no infectar a otros, sino que era clave también para prevenir y protegerse de todo tipo de virus y bacterias.
Aunque los científicos insisten en que se necesita más evidencia y ensayos para afirmar de manera tajante que las mascarillas protegen a los usuarios sanos de contraer Covid-19, ha sido muy notorio en el caso de dos peluqueras en Estados Unidos. Ambas se contagiaron pero siguieron trabajando con normalidad. Tanto ellas como todos sus clientes utilizaron mascarillas y ninguno tuvo síntomas. De los que aceptaron hacerse la prueba (67 personas), ninguno dio positivo. En otro estudio en un hospital grande en el estado de Massachusetts, los trabajadores que no adoptaron el uso de cubrebocas se infectaron con Covid-19 a un ritmo de hasta 21%. Cuando implementaron su uso en todo el personal, el ritmo de contagio bajó a 11.5% .
La mascarilla podría reducir la carga viral y los síntomas: variolización
Una de las hipótesis controversiales que distintos científicos están intentando comprobar es si las personas que se contagian del virus usando tapabocas sufren menos síntomas graves o incluso terminan siendo asintomáticos, porque la mascarilla sirve como un filtro y hacen que reciban una menor carga viral. En ese sentido, los cubrebocas actuarían como una especie de “vacuna”, al exponer a las personas al virus pero a cargas más leves, lo que les permite ir desarrollando anticuerpos sin padecer sus efectos más graves. Es lo que en medicina se conoce como “variolización”.
Entre los casos de estudio que sugieren esa posibilidad está el de dos cruceros. Antes de que se recomendara el uso generalizado de las mascarillas, en un barco japonés donde los pasajeros se infectaron con Covid-19, solo el 20 % de ellos fueron asintomáticos. Dos meses después, en un crucero argentino en el que a todos los tripulantes les dieron mascarillas tras confirmar que habían casos positivos, el 80 % de las personas infectadas resultaron asintomáticas. Algo similar se ha estudiado también en plantas procesadoras de carne y pollo en Estados Unidos en donde todos los trabajadores usaron cubrebocas ante un brote. El 95 % de los que terminaron siendo positivos no sufrieron síntomas.
Es difícil y antiético hacer experimentos de variolización ante el Sars-Cov-2 con seres humanos en plena pandemia para terminar de probar esta hipótesis. Por eso algunos científicos, tanto en China como en Estados Unidos, han decidido utilizar hamsters, simulando un escenario parecido. En las jaulas en donde se colocó una barrera de mascarillas antes de inocular el virus encontraron que algunos no se contagiaron, y los que sí lo hicieron padecieron menos síntomas que los ratones que no tenían ninguna protección o barrera en sus jaulas.
De momento, solo son experimentos e hipótesis. Hace falta investigar más antes de poder afirmar que las mascarillas son una forma de mejorar la inmunidad colectiva mientras se desarrolla una vacuna.