Además de engrosar la lista de víctimas mortales del cáncer, Steve Jobs, Olivia Newton-John y la actriz china Xy Ting coincidieron en confiar su curación a terapias “alternativas” en detrimento de tratamientos convencionales (y avalados por la evidencia científica). Hace unos días se supo que la modelo australiana Elle Macpherson ha seguido la misma senda, desatendiendo la opinión de 32 médicos de someterse a quimioterapia y abrazando las supuestas virtudes de la llamada “medicina integrativa”.
¿Cómo es posible que siga ocurriendo esto, incluso entre personas con sólida formación, en una sociedad hiperinformada como la nuestra? Los promotores de los remedios de pega apelan a resortes profundos de la psicología humana, como la tendencia a establecer falsas relaciones entre causas y efectos (“si a mi vecino le ha funcionado, ¿por qué a mí no?”). Añádase a la receta una pizca de verdad y un nombre sonoro que infunda misterio o respetabilidad científica: “bioneuroemoción”, “biodescodificación”, “constelaciones familiares”, “Nueva Medicina Germánica”…
A menudo, las pseudoterapias se revisten con sofisticadas teorías que no soportan el más mínimo análisis. Un caso paradigmático es el de la homeopatía. Como explicaba en The Conversation María José Ruiz García, profesora de Química Orgánica de la Universidad de Castilla-La Mancha, pretende curar con dosis infinitesimales de sustancias “que producen en personas sanas efectos similares a los síntomas manifestados en el paciente”. Tras analizar el método empleado para elaborar los fármacos homeopáticos, la autora llegaba a la conclusión de que no podía quedar ni una sola molécula original de la sustancia presuntamente terapéutica.
Por su parte, los parches desintoxicantes para los pies, en boga desde hace algunos años, apelan a la medicina tradicional china. Según sus postulados, nuestro cuerpo cuenta con más de 360 puntos de acupuntura, 60 de ellos en las plantas de las extremidades inferiores. El parche absorbería las toxinas liberadas por esos puntos de acupresión. Pero ni la fisiología más elemental –“la contribución de la piel plantar es mínima si la comparamos con la de la bilis, la orina y las heces”, zanja José Miguel Soriano del Castillo, bromatólogo de la Universitat de València– ni los experimentos que se tomaron la molestia de realizar varios científicos respaldan esa aventurada hipótesis.
Una similar base empírica sostiene la práctica de ayunar o alimentarse exclusivamente de batidos o zumos de verduras durante varios días tras una época de excesos gastronómicos: las investigaciones clínicas serias sobre las conocidas dietas detox brillan por su ausencia. Y si sufre migraña, tampoco le va a servir de nada guardar reposo –todo lo contrario, póngase en movimiento– o seguir otras pautas alimentarias “milagrosas” como la dieta cetogénica.
Queda mucho trabajo por hacer: según una reciente encuesta, más de una tercera parte de los españoles cree, por ejemplo, que las emociones negativas producen cáncer. La información (rigurosa, verificada, contrastada) no solo nos hará más libres, sino también más sanos.
Pablo Colado. Redactor jefe / Editor de Salud y Medicina.
Este artículo fue originalmente publicado en The Conversation y lo republicamos bajo la licencia de Creative Commons.