Antes del inicio de la emergencia sanitaria, alrededor de cincuenta mujeres llegaban cada mes a la Casa Materna de Abancay, en la región Apurímac, una de las zonas de mayor pobreza en el país. El temor a contagiarse de covid-19 significó que menos mujeres acudieran a centros de salud y casas maternas. Además, las medidas de prevención incluyeron una reducción en el aforo. “En una misma habitación, podían estar dos o tres gestantes. Pero ahora es una gestante por habitación”, comenta la obstetra Valentina Olivera, quien coordina el área de Salud Sexual Reproductiva en la Dirección Regional de Salud de Apurímac.
A diferencia de otras casas maternas, las mujeres que se hospedan en el Mama Wasi de Abancay llevan embarazos de alto riesgo obstétrico. Todas son referidas por centros de salud, donde se les hace un descarte de covid-19 y se evalúa si necesitan atención especializada.
De acuerdo a Olivera, el mayor porcentaje de gestantes que llega a la Casa Materna de Abancay son mujeres que han tenido una o más cesáreas anteriormente. También resaltan los casos de hipertensión, embarazo múltiple y placenta previa (cuando la placenta obstruye el cuello uterino).
Buena parte de las pacientes que llegan a la Casa Materna de Abancay son adolescentes. En ese rango de edad, el riesgo de sufrir preeclampsia y eclampsia es alto: las jóvenes gestantes pueden presentar presión arterial alta y daños al hígado o riñones hasta el punto de convulsionar o entrar en coma.
A ello se suma el que los embarazos adolescentes también implican más probabilidades de terminar en abortos naturales o en nacimientos prematuros. En el contexto de la pandemia, al disminuir las atenciones prenatales, menos gestantes estuvieron al tanto de los factores de riesgo en su embarazo.
En lo que va del 2021, Apurímac registra más del doble de muertes maternas que el año pasado. La obstetra Valentina Olivera resalta que, por temor a contagiarse, muchas gestantes decidieron permanecer en casa y no acudir a establecimientos de salud para sus atenciones prenatales. El mismo temor afectó al personal sanitario. “Aunque no pararon las atenciones, estas no han sido de calidad. Las atendían en menor tiempo para no tenerlas en el consultorio. Y sin controles prenatales, adecuados no podemos detectar riesgos de manera oportuna”, explica.
Así, el primer año de la pandemia resultó un duro golpe a la lucha contra la mortalidad materna: a nivel nacional 439 mujeres fallecieron por complicaciones durante su embarazo o parto; la cifra más alta desde 2012.
Este período también se vio marcado por la reducción de casas maternas en seis regiones. De acuerdo al Ministerio de Salud, se pasó de 442 casas maternas en 2019 a 381 en 2020. Peor aún, del total de casas maternas, 70 no estaban operativas. Esa falta de atención tendría impacto principalmente en las mujeres en poblaciones lejanas a las ciudades.
Las embarazadas que llegan a la Casa Materna de Abancay proceden de distintas provincias de Apurímac. Al igual que centros similares en otras regiones, este mama wasi resulta de particular necesidad para mujeres que viven en comunidades sin centros de salud o sin personal especializado en ginecología.
En este caso, las gestantes de alto riesgo llegan principalmente desde Cotabambas (a ocho horas de viaje), Antabamba, Grau (a cuatro horas), Aymaraes (a dos horas) u otros distritos de Abancay. Aunque la pandemia redujo el ingreso de pacientes, poco a poco se empieza a retomar el ritmo de atenciones, comenta la obstetra Valentina Olivera.
Pero si bien el avance de la vacunación contra la covid-19 pareciera habernos dado un momento de tregua en la pandemia, la emergencia de las muertes maternas en Perú no retrocede. Si en 2020 se superó la cifra más alta de los últimos ocho años, ciertamente 2021 no augura un mejor resultado.
Al 25 de setiembre, se ha registrado la muerte de 369 mujeres durante el embarazo o parto. Un panorama que hace más necesario que nunca retomar la estrategia de las casas maternas. Por las vidas de madres e hijos.