Tal vez fue por su instrucción en la disciplina militar en el Ejército del Perú, pero Walter Vegas no solía demostrar flaquezas o abatimiento. Su familia lo recuerda como un eterno sostén, esa persona que siempre traerá una solución para el conflicto. En la época en la que sus dos hijos eran aún niños, su mujer perdió su trabajo y los ingresos en casa disminuyeron de forma radical. El entonces capitán y luego mayor comenzó a salir en su carro todas las tardes, luego de trabajar en el Ejército, para taxear por las calles de Lima. Retornaba bien entrada la noche, sin ningún reclamo. “Si había que taxear para mantenernos, no se complicaba. Nunca se derrumbó ante las adversidades”, recuerda su hija Mariela Vargas.
Esa entereza era la misma que aplicó en su oficio. Siempre aceptó con seriedad y compromiso sus nuevos destinos de trabajo, incluso si estos no eran precisamente seguros. Estuvo en Ayacucho en la época del conflicto armado interno y también en Piura en los noventas, durante la Guerra del Cenepa. Se mudó a localidades remotas con toda su familia, lugares donde no había luz, agua ni desagüe. Jamás se quejó.
Walter Vegas también demostró su tenacidad en una de sus aficiones favoritas, jugar tenis. Cuando vivía en Lima, iba todos los días a practicarlo al Círculo Militar del Perú. Era un jugador aplicado y hábil, y también uno muy “picón”. Le encantaba ganar. Ocupó los primeros lugares en algunos campeonatos internos de su institución.
La única ocasión que logró que su habitual rectitud tambaleara fue el inusitado nacimiento de Matías, su único nieto. Desde entonces el comandante se convirtió en una persona tierna, dulce y engreidora. Le cambiaba los pañales, estaba atento a sus llantos. Cuando el pequeño creció un poco, salían juntos a comprar a la panadería, al supermercado o simplemente a pasear en auto. Tales fueron su apego y su amor hacia el niño que decidió solicitar su pase al retiro para compartir más tiempo con él. Cuando Matías se hizo un adolescente no perdieron la complicidad: salían a almorzar o cenar juntos, se veían los fines de semana. El militar había aprendido que el amor intenso de un abuelo es aún más emocionante y retador que cualquiera de las misiones de su antiguo trabajo.