Quien pasa por terapia imagina la vida secreta de su psicoterapeuta, inevitablemente. Yo me preguntaba con quiénes vivía la mía, si tenía pareja o hijos, si me llevaría bien con ellos, y en general imaginaba cómo sería pertenecer a su círculo íntimo y cotidiano. Sin embargo, la vida de mi psicóloga en mi imaginación parecía tan ecuánime y equilibrada que nunca conseguí verme en ella.
No la conocía realmente, nunca me contaba de sí y yo no le hacía preguntas personales, pero debido a que era mi psicóloga, necesitaba pensarla como una mujer perfecta, un ejemplo a seguir —algo así como creer que Marie Kondo tiene una prístina y reluciente casa en todo momento y que mi dentista jamás tiene caries. No obstante, tras leer «Deberías hablar con alguien» de la escritora y psicoterapeuta Lori Gottlieb, veo que al depositar tantas expectativas en mi terapeuta fui tan ilusa como injusta.
“Pasa muy seguido: cuando los pacientes ven nuestra humanidad, nos dejan”
Solemos olvidar que los profesionales de la salud mental son personas como nosotros con vulnerabilidades, inseguridades, miedos e incluso fracasos y frustraciones. La idea puede atemorizarnos pero, como sugiere el libro de Gottlieb, no debería. De nuestra parte como pacientes, actuar de manera humana sería, por ejemplo, ser capaces de toparnos con nuestros terapeutas por casualidad en una farmacia y verlos comprar un ansiolítico, o hallarlos con expresión triste en una desafortunada cita en algún bar, sin escandalizarnos. Pero ¿podemos confiar en una persona falible? Falible, recordemos, no significa fallada sino que puede fallar, equivocarse; y lo equívoco es lo ambiguo, no lo inherentemente malo.
En una época en la que cada vez es más difícil evitar encasillarnos, Gottlieb sale del protocolo y nos revela —con el permiso de los involucrados— lo que ocurre en la privacidad de sus sesiones de terapia, en las conversaciones y epifanías que, durante esos cincuenta minutos, surgen tanto para pacientes como terapeutas, transformándoles. Así, conocemos los casos de John, un premiado guionista egocéntrico que sospecho es un personaje inspirado en el creador de Bojack Horseman; Rita, una mujer mayor arrepentida de su pasado y desinteresada en su futuro; Julie, una optimista joven enfrentada a su inevitable muerte; Charlotte, una veinteañera con alcoholismo y trastornos de apego; y Wendell, el terapeuta a quien Gottlieb acude cuando después de ser dejada por su novio, debe lidiar con el duelo de la ruptura y la vergüenza de ser una psicóloga cuarentona con “problemas de adolescente”.
¡Cómo es posible que una profesional se exponga de esta manera!, lamentarían algunos al leerla, y sin embargo a mí me encanta el atrevimiento. Aunque no es una gran obra literaria, genera una experiencia similar a la de leer los mensajes de una psicóloga en el asiento contiguo del bus. No hay mayor artificiosidad pero sí bastantes insights y secretos. Aprendemos que la autora tardó décadas en descubrir su vocación, que es una madre soltera con miedo al rechazo y angustia ante la muerte. Descubrimos que tras su separación, stalkeaba en la web a su ex obsesivamente y que dejó de hacerlo solo para empezar a guglear a su terapeuta sintiendo el mismo tipo de morbo. Y también que lo aburría en las sesiones, hablándole una y otra vez del mismo problema (el ex, evidentemente) —algo que algunos de sus pacientes, anclados en repetir argumentos del pasado, hacían también con ella. En resumen: aprendemos que tanto Gottlieb, como sus colegas y pacientes, sufren ante la ausencia y la incertidumbre, como nosotros y como todo el mundo.
“Nada es más deseable que ser liberado de una aflicción, pero nada es más aterrador que ser despojado de una muleta,” la cita del escritor y activista por los derechos civiles, James Baldwin, al abrir el libro funciona como una advertencia de que las páginas siguientes no serán un apapacho sino un incómodo reflejo de nosotros mismos. Porque Gottlieb, a través de las historias presentadas, concluye que en una vida sin muletas, como a la que alude la cita de Baldwin, la verdad tiene múltiples perspectivas y capas, el cambio va de la mano con la pérdida, nadie puede ni debe resolver los misterios por otro, y , finalmente, “somos espejos reflejando espejos reflejando espejos, mostrándonos lo que aún no podemos ver.”
Si los pacientes, entonces, hacemos de espejos para los terapeutas, los terapeutas para los pacientes y la manera en que nos reflejamos en terapia demuestra también cómo interactuamos en todas nuestras relaciones, podemos preguntarnos qué tipo de personas –ergo, de pacientes o terapeutas— somos. ¿Representamos a un espejo que amplía y complejiza la humanidad en los otros o uno que la reduce para adaptar al resto a la imagen que queremos ver? Lo más fácil para mí era idealizar a mi psicóloga, por ejemplo, imaginar que su vida era perfecta y la mía estaba lejos de serlo. Sin embargo, lo más realista y responsable sería verla —y verme reflejada en ella— compleja, humana, a veces sensata, y a veces falible.
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Nota: Si han leído Deberías hablar con alguien y conectaron con el personaje de John, recomiendo leer Alguien que te quiera con todas tus heridas, una colección de relatos cortos de Raphael Bob-Waksberg, el creador de Bojack Horseman. Si se animan a buscarlo, el año pasado salió la traducción al español en el sello Círculo de tiza. A mí particularmente sí me gustó.