“La risa”, publicado por vez primera en 1899 por el filósofo francés y premio Nobel de Literatura Henri Bergson, sigue siendo, a más de cien años de su publicación, uno de los estudios teóricos más importantes sobre el humor. Hoy que son tan frecuentes las polémicas sobre los perjuicios a la salud mental que pueden provocar algunos comentarios hirientes presentados como bromas, revisar este libro nos ayuda a cuestionar el bullying pero desde los términos de la comedia en sí; es decir, yendo más allá del debate sobre lo políticamente correcto. Porque, aunque el humor parezca ligero, este es en esencia un asunto bastante complejo que sobrepasa el bien y el mal.
En ese sentido, leer a Bergson esclarece mucho pues la risa, sostiene el filósofo, es un fenómeno humano que de forma consciente o inconsciente cumple siempre una función social. No obstante dicha función no tiene que ver precisamente con el contraste entre lo moral y lo inmoral, ni lo bello y lo feo, sino con el contraste entre lo rígido y lo flexible. Me explico. Lo que la risa busca, en el fondo, es castigar o suavizar los vicios, pero no por su moralidad sino por su nivel de rigidez, en tanto “toda rigidez del carácter, la mente e incluso el cuerpo será sospechosa para la sociedad al ser la señal posible de una actividad que… tiende a apartarse del centro común en torno al cual la sociedad gravita, es decir de una excentricidad”.
Esto significa que el fin de la comedia sería corregir lo que se muestra mecánico, como el sujeto que no consigue evadir una cáscara de plátano y, cual autómata, la pisa y cae; o como Mr. Bean, quizá el personaje contemporáneo rígido por antonomasia. En toda comedia, según el autor, lo que nos da risa no es el error o el defecto sino la inflexibilidad inconsciente, pues “la vida bien viva no debería repetirse”, debería más bien ser flexible, consciente, cambiante y ágil. En otras palabras, inimitable. Por ejemplo, imaginemos a una persona cool. Si esta no nos da risa es porque fluye lo suficiente como para moverse con libertad por todas las circunstancias de la vida. En cambio, imaginemos a alguien excesivamente cool y veremos que podría resultar risible en la medida en que se convertiría en pose de cool: un arquetipo rígido, predecible y digno de parodia.
En el caso de la caricatura, por poner otro ejemplo, esta es cómica no por ser una representación fea —de hecho, algunas podrían ser hasta adorables—, sino porque dibuja una mueca que, por la constante repetición de una emoción, ha terminado fijándose en el rostro de alguien. Lo mismo aplica a quien aun sintiéndose feliz mantiene una expresión compungida, a quien hasta cuando anhela hacer un regalo no puede evitar su crónica avaricia, e inclusive a quien fuera tan pero tan obediente que resultara risible. Por tanto, lo que nos provoca reír es la identificación de seres o situaciones donde parece haber un mecanismo en lugar de algo vivo. Es ahí que la risa aparece como un castigo disimulado para atenuar la rigidez antes de que esta devenga inquietante, un peligro real para la sociedad, y esto indistintamente de la moral o de la emoción que alimenten.
Porque, queramos o no, Bergson argumenta que para reír es requisito el “adormecimiento momentáneo de las emociones”, ya que cuando hay solo sensibilidad no hay espacio para la risa. Lo podemos ver, incluso, en cualquier escena cómica interpretada frente a un niño: existe un acuerdo tácito según el cual el ser vivo que hace la broma, a los ojos del niño, momentáneamente pierde humanidad y se vuelve dispositivo mecánico, una cosa. Solo por eso, si la persona se golpea o se esconde, un niño puede reír en vez de asustarse y llorar. Por ende, opinar sobre comedia apelando únicamente a los sentimientos y a la empatía sería, en cierto modo, eliminarla. Para conectar con nuestras emociones más complejas, estarían el drama y la vida misma.
Ahora bien, ¿está todo permitido? Tampoco, este es (felizmente) un tema complejo. A pesar de que existe una cuota de insensibilidad en la comedia, también vemos en el libro que lo risible no es necesariamente lo defectuoso pues hasta “la virtud inquebrantable” puede dar risa. Y por otro lado, el filósofo explica que cuando los defectos sí, coincidentemente, presentan rigidez, “faltaría saber cuáles son los defectos que pueden llegar a ser cómicos y en qué casos los consideramos demasiado graves para reír de ellos.” Luego, el libro sugiere que en la comedia uno ha de diferenciar entre la rigidez de un personaje cómico y la rigidez aguda que no causará risa sino piedad. Por ende, esto descalifica asimismo a quienes argumentan que discernir lo grave de lo leve es irrelevante para el humor.
Lo que hace al libro tan iluminador, finalmente, es que en vez de cerrar la conversación la abre a más interrogantes. Yo, por ejemplo, ahora me pregunto si acaso en nuestra época lo risible son los comediantes ofensivos: ¡ellos y no sus bromas! Porque a estas alturas los bullies son los más rígidos de carácter y de mente, insociables en tanto no saben leer la siempre cambiante realidad. Y quizá por eso lo que han estado consiguiendo últimamente ha sido humillarse a sí mismos, provocar la risa no por sus guiones basados en arquetipos retrógrados, sino por ser remedos de comediantes, mecanismos de comedia en lugar de comedia viva, sujetos que aún no perciben que, en el gran esquema de la sociedad, ya no dan risa sino vergüenza. Si su situación no fuera demasiado grave o enferma, supongo, teóricamente nos estaríamos riendo de ellos.
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