Hablar de olas de calor se ha vuelto cada vez más común. Y hay una razón para eso: el mundo se está calentando. Por ejemplo, en enero de este año, los medios de comunicación reportaron que en Onslow, Australia, el calor alcanzó los 50,7°C, una cifra récord en los últimos 62 años. Mientras tanto en Perú, el Instituto Nacional de Defensa Civil (INDECI) advertía que las localidades en la selva norte atravesarían temperaturas superiores a los 36°C. Y en España, hubo nueve días de julio con temperaturas que oscilaron entre 39 y 45°C.
Sabemos que las olas de calor son extremadamente peligrosas porque sus efectos pueden ser mortales. Las cifras son contundentes y abrumadoras. En 2003, la mega ola de calor que afectó a 16 países europeos causó la muerte de al menos 70 mil personas, y en 2018, el aumento de la temperatura en Asia, Norteamérica, Europa y Oceanía generó 1,500 muertes, según un informe de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
Aunque todos podemos experimentar este fenómeno, no todos lo sufrimos igual. Una de las poblaciones que más peligro corre ante el calor intenso es la de los adultos mayores. Por eso hoy, que diversas partes del mundo están experimentando temperaturas extremas, se vuelve necesario comprender mejor cómo operan las olas de calor, qué impactos producen en nuestro organismo y, sobre todo, qué se puede hacer para proteger a las personas más vulnerables.
¿Qué es una ola de calor?
No existe una definición universal, pero la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Meteorológica Mundial (OMM) la describen como un periodo de tiempo caliente (al menos dos o tres días consecutivos) que llega y se va repentinamente, y que sucede de forma seca o húmeda, durante el día o la noche.
En un sentido amplio, se le llama ola de calor cuando la temperatura supera el promedio máximo de un lugar específico. Esto hace que una ola de calor varíe según el sitio donde ocurra. Luciana Blanco, investigadora del Centro Latinoamericano de Excelencia en Cambio Climático y Salud (Clima), explica que es complejo encontrar una definición generalizada de ola de calor. “Las definiciones cambian según los climas que se tienen… Australia tiene olas de calor de 45 grados y en Perú nunca llegan a temperaturas tan altas”.
La parte preocupante es que este fenómeno está ocurriendo cada vez más. Los datos reunidos en 2019 por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) mencionan que “una ola de calor intensa se está produciendo al menos 10 veces más frecuente hoy que hace un siglo”. Y no solo eso, “con el calentamiento por el cambio climático se están haciendo más frecuentes, intensas y de mayor duración”, sostiene Luciana Blanco.
Estos factores pueden incrementarse en la medida en que la temperatura promedio del planeta siga aumentando. Desde 2018, el Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) advirtió que las consecuencias serían mortales si la temperatura del planeta incrementaba 1.5°C y, peor aún, si llegaba a 2°C.
¿Cómo impacta en el organismo de un adulto mayor?
Que haya más olas de calor, cada vez más intensas y frecuentes en todo el mundo, supone un problema de salud pública importante, porque el calor extremo saca de balance al cuerpo hasta llevarlo a la muerte, sobre todo en el caso de la población geriátrica.
En general, el cuerpo humano detecta el calor o el frío a través de los termorreceptores de la piel que envían señales a la médula espinal y ésta, a su vez, al hipotálamo (ubicado en el cerebro), según un artículo de 2020. Entonces el organismo compara su temperatura interna con la del ambiente y en función de ello activa mecanismos para ayudarnos a sobrevivir.
En un día o noche calurosa, aumenta la temperatura normal del cuerpo (que en promedio es de 37°C), y el centro termorregulador inicia la sudoración para enfriarnos. Durante este proceso se incrementa el flujo sanguíneo y sudamos para enfriarnos, pero en condiciones extremas el sistema cardiovascular se sobrecarga y podemos deshidratarnos porque durante la sudoración excesiva perdemos agua, electrolitos y otros líquidos de la sangre.
La OPS advierte que, con la llegada de las olas de calor, repentinas e intensas, el cuerpo no alcanza a aclimatarse gradualmente y se ve obligado a responder de forma excesiva provocando que sucedan varios problemas de salud. Los más leves pueden ser edemas en las piernas (acumulación de líquidos que provoca hinchazón), síncope (desmayo), así como hipotensión ortostática (presión baja cuando se está de pie), calambres y agotamiento.
Pero la consecuencia más severa es el golpe de calor, definido por el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) en México, como “un cuadro médico que se produce cuando la temperatura corporal se eleva por encima de 39.4 grados centígrados, ya sea por efecto de la condición ambiental o por la actividad física vigorosa, en el que el organismo es incapaz de regular su temperatura”.
Este es el principal peligro que corre el cuerpo de un adulto mayor. Según el artículo de 2020, la edad avanzada hace que disminuya la efectividad de la termorregulación, a causa del deterioro sensorial. Esto sucede porque la piel cambia con el paso del tiempo.
Notamos que envejecemos por la apariencia de nuestra piel pero ese proceso no solo está evidenciado por la presencia de arrugas, sino por “la disminución de glándulas sudoríparas y sebáceas y del flujo sanguíneo de la vascularización”, según un informe de la OPS.
Sumado a ello, la deshidratación en adultos mayores incrementa el riesgo de presentar un golpe de calor. El problema es que el equilibrio entre la cantidad de agua que entra y sale del cuerpo se rompe porque, a medida que envejecemos, disminuye nuestra sensación de sed, la principal señal que nos advierte que hemos comenzado a deshidratarnos.
La sed se presenta gracias a unas células llamadas osmorreceptores, que pertenecen al Sistema Nervioso Central (SNC). Son capaces de detectar los niveles de agua del cuerpo y liberan la hormona antidiurética (HAD), la cual impide la secreción de orina con el fin de conservar el agua disponible y reabsorberla. Pero cuando esa estrategia se agota y los niveles de HAD son los máximos, entonces aparece la sed para animarnos a beber agua, algo que no sucede en la vejez con la frecuencia necesaria. Esto se traduce en una baja presencia de agua en el cuerpo de un adulto mayor, comparado con el de una persona joven.
El gobierno mexicano, por ejemplo, señala que “la proporción de agua en el cuerpo disminuye, pasando del 80% del peso corporal en los niños, a un 60% y 50% en personas mayores”. Un texto publicado en Elsevier indica que ese cambio se debe principalmente a la pérdida de tejido muscular.
Durante la deshidratación, mientras se sigan perdiendo líquidos pero no se repongan mediante el consumo de agua y alimentos, ocurrirá una descompensación que podría llevar a la muerte. De acuerdo con un artículo, los adultos mayores tienen un riesgo de morir por deshidratación de hasta siete veces mayor a la del resto de personas.
Por otro lado, Luciana Blanco también menciona que las enfermedades preexistentes (como diabetes o insuficiencia renal) y el consumo de fármacos hacen que las personas mayores sean mucho más sensibles a los efectos del calor.
En el caso de los fármacos, hay varias razones que podrían propiciar cambios en la termorregulación. Por ejemplo algunos antidepresivos que disminuyen la sudoración o los diuréticos que obligan al cuerpo a orinar y que, por tanto, eliminan el agua de reserva en caso de estar expuestos a temperaturas extremas.
Según las proyecciones mundiales de la OMS, para el año 2030 el cambio climático causará al menos 38 mil defunciones de adultos mayores solo por la exposición al calor.
¿Qué hacer para prevenir los golpes de calor?
Para evitar que un golpe de calor tenga un desenlace fatal, es necesario atender a la persona de forma oportuna. Algunas de las señales que advierte el INSP y que se manifiestan en el organismo cuando se encuentra en este estado son: mareo, sudoración excesiva al inicio (y ausente después), enrojecimiento y sequedad de la piel, fiebre de 39 a 41°C, dolor de cabeza, convulsiones, etc.
Por eso, algunas recomendaciones para prevenir muertes en adultos mayores son: beber líquido continuamente sin esperar tener sed (en especial agua), evitar bebidas alcohólicas y azucaradas, usar ropa y calzado fresco, mantenerlos en zonas frescas, monitorear a quienes se encuentran viviendo solos, atención médica rigurosa en caso de tomar medicamentos, etc.
Como todo problema, si no se puede medir, no se puede evaluar. Por eso es esencial la construcción de bases de datos sobre cuándo y cómo están llegando las olas de calor, quiénes son más vulnerables a ellas, y cuáles son los factores que nos condicionan a estar en riesgo.
La OPS ha reconocido que es difícil estimar el impacto de las olas de calor en la salud pública debido, principalmente, a la falta de datos. Primero, porque las enfermedades relacionadas con calor no requieren notificación epidemiológica, lo que significa que no son informadas como causas directas de la exposición a altas temperaturas.
Y, segundo, porque esas enfermedades podrían estar mal clasificadas y eso resulta en estimaciones erróneas. Es decir, que la morbilidad y mortalidad por este problema podría ser mayor de lo que se piensa. Para la OPS es necesario que las autoridades sanitarias de los países identifiquen con precisión si el calor causó la muerte de forma inicial, intermedia o inmediata, con ayuda de registros sistemáticos.
Si nos preguntamos si acaso podríamos adaptarnos a las olas de calor, la respuesta de Luciana Blanco es no. “El punto de la adaptación es que funciona a lo largo de los años, o sea, no es tan rápido y el cambio climático está generando cambios muy rápidos”.
Cada día es más clara la relación entre el calor y la mortalidad, pero es necesario que, además de la mitigación de gases de efecto invernadero, los gobiernos trabajen en la construcción de bases de datos completas y confiables, en sistemas de salud que puedan responder rápidamente a los síntomas por golpes de calor, y en sistemas de alerta para prevenir la llegada de temperaturas extremas.