Ojos rojos, comezón, estornudos, mucosidad y tos. Muchas personas saben que no podrán evitar esos síntomas cuando empieza la primavera y hay más polen en el ambiente. Pero esa claridad estacional está cambiando. El cambio climático está modificando varios de los patrones en la producción de polen, lo que significa que es más difícil saber cuándo llegará la alergia.
Lo que sí es cada vez más claro es que su intensidad y frecuencia está aumentando en todo el mundo. De acuerdo con El Libro Blanco de la Organización Mundial de Alergias (WAO, por sus siglas en inglés), entre el 30% y 40% de la población mundial sufre algún tipo de alergia, y estas aparecen con cada vez mayor frecuencia entre jóvenes, lo que incrementa la carga de enfermedades alérgicas a medida que envejecen.
Pero de todas las conocidas, la alergia al polen (o a los diversos pólenes) es probablemente una de las más preocupantes por ser cada vez más común. Según la Asociación Americana de Asma y Alergias, en Estados Unidos hubo cerca de 24 millones de personas diagnosticadas con rinitis alérgica estacional (también conocida como fiebre del heno) en 2018. “Esto equivale a alrededor del 8% (19,2 millones) de los adultos y al 7% (5,2 millones) de los niños”, dice la asociación.
“Hay nueva evidencia que apunta que las personas sí son más sensibles, y esta sensibilización va aumentando año con año”, apunta el alergólogo mexicano Néstor Meneses. “Pero esto depende mucho del estudio y del lugar donde se realicen. Existe la posibilidad de que eso suceda porque ahora se estudian más y el diagnóstico es más accesible”.
Entre los principales síntomas destacan la congestión y mucosidad nasal, estornudos, lagrimeos, tos seca, y dificultad para respirar. La misma WAO dice que enfermedades relacionadas con el polen como la rinitis o la conjuntivitis alérgicas ya afectan a entre el 10% y el 30% de la población mundial, y sus tasas de prevalencia están aumentando en todo el mundo.
Cuando aumentan las alergias también se incrementa la demanda de servicios de salud. Las personas con rinitis alérgica, por ejemplo, sufren de otras comorbilidades como la sinusitis, conjuntivitis, infecciones respiratorias de las vías superiores, trastornos de sueño y efectos psicológicos, que pueden afectar severamente su calidad de vida y generar una importante carga económica para el afectado y su familia.
Lo preocupante es que no parece disminuir este tipo de impactos a la salud. Por el contrario, muchos especialistas ya han notado que los cambios en la temperatura están relacionados con aspectos como el aumento de pólenes en el ambiente, el incremento de alergenicidad del polen; o la introducción de nuevas especies de plantas invasoras que pueden ser alergénicas.
De manera que, si el cambio climático persistirá, y las condiciones para aumentar las alergias se replican, ¿hay forma de protegernos?
El efecto del polen en el ser humano
Según la Asociación Americana de Asma y Alergias, una alergia se produce cuando el sistema inmunitario reacciona a una sustancia extraña, llamada alérgeno. Esto significa que cuando una persona manifiesta síntomas de alergia al polen, básicamente es porque su cuerpo está activando toda su artillería para responder a lo que percibe como un patógeno.
El primer paso para desarrollar una alergia se llama sensibilización, que es cuando la persona se expone por primera vez al alérgeno. El sistema inmune lo identifica como un agente invasor y produce una proteína conocida como anticuerpo inmunoglobulina E (IgE), que reconocerá al alérgeno y lo guarda en la memoria inmunitaria para futuros encuentros.
Así que cuando el individuo vuelve a entrar en contacto con ese polen, el sistema inmune, que lo tiene identificado previamente como una sustancia nociva, se lanza a protegerlo y desata una reacción en cadena de células del sistema inmune, como los mastocitos. Los mastocitos contienen histaminas, que son las sustancias químicas que detonarán los síntomas de las alergias como los estornudos o la congestión nasal. De ahí que uno de los fármacos más utilizados para reducir los síntomas de las alergias sean precisamente los antihistamínicos.
“Además de la histamina se van a liberar otros factores que atraen células inflamatorias al lugar de la inflamación. Y estas células inflamatorias van a liberar enzimas y proteínas que provocan mayor inflamación. Esto se llama, en principio, reacción alérgica inmediata, provocada por la histamina. Y después, sigue una reacción alérgica tardía por las nuevas células atraídas al lugar de la inflamación”, explica el alergólogo pediatra mexicano Carlos León.
Los efectos del cambio climático en el polen
Aunque no abundan los estudios al respecto, es cierto que hay cada vez más señales de que los cambios en la temperatura y, sobre todo, la creciente concentración de dióxido de carbono en la atmósfera está impactando en las plantas y, en consecuencia, en la mayor presencia de pólenes en el ambiente y en la incidencia de alergias.
Un artículo de investigadores mexicanos publicado en 2022 en la Revista Alergia México plantea que el dióxido de carbono en la atmósfera está provocando el “aumento y aceleración del crecimiento de las plantas; mayor intensidad de la floración; aumento de la potencia del alérgeno del polen; mayor duración de la floración, con un avance en el crecimiento de las plantas y, por lo tanto, en el inicio de la temporada de polen; temporada de polen más larga; mayor sensibilidad y exposición a pastos subtropicales”.
Y hay varios estudios que lo demuestran. En 2020, un grupo internacional de investigadores publicaron en la revista Allergy algunos de estos análisis que muestran cómo las plantas exhiben una mayor fotosíntesis y efectos reproductivos y producen más polen como respuesta a los altos niveles atmosféricos de dióxido de carbono (CO2)”.
“El cambio climático sí produce una mayor presencia de pólenes en el ambiente”, confirma León. “Sabemos que el CO2 provocado por el cambio climático favorece que las plantas tengan más cantidad de pólenes y sean mucho más alergénicas, es decir, que contengan más proporción de proteínas que causen alergias”, explica el alergólogo.
Pero el CO2 no es lo único que está detonando mayor polen en el ambiente. El grupo de investigadores que publicaron en Allergy también destacan que las inundaciones y las tormentas propician la proliferación de moho relacionado con el asma grave. “Las tormentas eléctricas durante las temporadas de polen pueden causar exacerbación de la alergia respiratoria y el asma en pacientes con fiebre del heno. Un fenómeno similar se observa para los mohos”, explican.
Por otro lado, la temperatura tiene que ver porque puede provocar ambientes más secos y, en consecuencia, más alergias. “Sabemos que cuando llueve los pólenes se precipitan al suelo y entonces hay menos en el ambiente (...) Un ambiente seco, con poca lluvia, con polvo, con vientos, va a provocar una mayor cantidad de pólenes flotando en el ambiente”, explica León.
“Las épocas de polinización también pueden variar”, dice Meneses. “Antes sí estaban bien determinadas cuándo empezaba una estación del año y cuándo terminaba y ahora vemos que están más mezcladas o encimadas”. Esto podría relacionarse con que haya más alergias en momentos del año en que no era tan común.
Cómo protegernos
Una forma de protegernos ante las alergias por polen es disminuir las posibilidades de respirarlo. En algunos lugares existen monitoreos, e incluso apps, que pueden identificar la cantidad de pólenes que hay en el ambiente por zonas determinadas, lo que sirve para saber cuándo es mejor quedarse en casa.
“Hay que evitar salir cuando hay viento y el clima es muy seco para no inhalar gran cantidad de pólenes. Evitar ir a lugares donde sabemos que hay pólenes que nos hacen daño, como bosques o jardines. Evitar lugares de alta contaminación ambiental (...). Tener un diagnóstico claro de cuál es el polen que nos afecta para poder evitarlo, ventilar las casas por las mañanas, y cerrar las ventanas el resto del tiempo para evitar que entren los pólenes”, explica Carlos León.
Pero si el polen está en el ambiente y vivimos en condiciones en las que es difícil evitarlo, hay otras cosas que pueden ayudar. “Antes se pensaba que no tener mascotas, no tener peluches, no tener alfombras, lavar las cortinas o usar ropa de cama hipoalergénica podría ayudar a reducir las alergias, pero ahora se sabe que no. En la última publicación de la Guía Internacional para el Asma, se demostró que eso tiene poco sustento y que en realidad ayuda poco a los pacientes”, explica Meneses. Para él, lo que realmente funciona son tres cosas: evitarlo, cuando se puede; tratamiento farmacológico dirigido por un alergólogo; y usar cualquier mecanismo de barrera como los cubrebocas.
Pero, como en todos las problemáticas relacionadas con el cambio climático, la mejor forma de protegernos no puede depender de las personas a nivel individual, sino de medidas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y políticas públicas específicas para implementar un transporte más limpio, vehículos menos contaminantes y, en general, una menor dependencia a los combustibles fósiles. Tener o no una alergia que nos merme la calidad de vida también depende de eso.