El cambio climático hace que nos enfermemos cada vez más. Aunque parezca una exageración, nuestra salud depende del entorno porque muchas enfermedades están condicionadas por el clima, y cuando éste cambia debido al aumento global de la temperatura, entonces ocurren fenómenos meteorológicos extremos, cada vez más frecuentes, que provocan la presencia de agentes potencialmente peligrosos para el ser humano.
Con el cambio climático somos vulnerables a las olas de calor y de frío, inundaciones, tormentas, y todo tipo de fenómenos meteorológicos y, por lo tanto, estamos expuestos a la alteración de “los sistemas alimentarios, el aumento de las zoonosis y las enfermedades transmitidas por los alimentos, el agua y los vectores, y los problemas de salud mental”, según la Organización Mundial de la Salud (OMS).
El calor: un criadero de enfermedades infecciosas
“Cada enfermedad es relativamente diferente”, asegura Andres Lescano, investigador del Centro Latinoamericano de Excelencia en Cambio Climático y Salud (Clima). “Dado que involucra un medio de transmisión entre el mosquito, el animal y la persona, tienen cadenas de transmisión bastante complejas y únicas”, explica el investigador.
Los vectores, por ejemplo, son organismos vivos y muchos de ellos son insectos como pulgas, piojos, garrapatas y mosquitos. Cuando estos se alimentan de la sangre de un animal o persona infectada con algún tipo de bacteria, virus o parásito, lo pueden transmitir a otros animales y personas sanas durante toda su vida. Y esto propaga velozmente la infección.
Según datos de 2020 de la OMS, “las enfermedades de transmisión vectorial representan más del 17% de todas las enfermedades infecciosas y cada año provocan más de 700 mil muertes”. Una de las transmisiones vectoriales más comunes es la del virus del dengue, que produce la enfermedad cuando los vectores, es decir, los mosquitos hembra Aedes aegypti o Ae. Albopictus, pican al ser humano. Estos mosquitos también pueden transmitir el virus de la fiebre chikungunya, fiebre amarilla y zika.
En estos casos, es crucial el papel que tiene la temperatura en el comportamiento del mosquito. Según un artículo de revisión, si la temperatura aumenta también se incrementará la actividad de oviposición, es decir la expulsión de huevos, pero cuando la temperatura es baja los mosquitos casi no expulsan huevos. Esto significa que el ambiente propicio para que los insectos se reproduzcan con mayor intensidad es el calor, y por tanto en un escenario de alta temperatura existe más riesgo de transmisión de agentes infecciosos hacia los humanos.
Como explica Lescano, “muchos de estos insectos crecen y se reproducen más rápidamente en temperaturas altas”. No sucede lo mismo cuando el calor disminuye y el ambiente se enfría. “El calentamiento global lo que está haciendo es expandir sus territorios, facilitarles el acceso a latitudes más al norte y más al sur de lo que normalmente tenían, incluso hacia las zonas más frías”, advierte el investigador del Centro Clima.
Es importante mencionar que si el mosquito está infectado, también lo estarán los huevos, por lo que se vuelve aún más complejo controlar la transmisión de enfermedades.
Más lluvias, más mosquitos
Por lo general, se espera que en condiciones normales la temporada de lluvias sea el periodo más intenso de casos de dengue, ya que es un animal que suele reproducirse en ambientes acuosos naturales, como pantanos o arroyos, pero también en entornos urbanos, como desagües, contenedores o cualquier objeto en donde se estanque el agua pluvial.
Así que prácticamente donde haya agua, habrá criaderos de mosquitos capaces de producir en el cuerpo una enfermedad muy parecida a una gripe con alcances mortales. “Va mucho más allá de morir o estar en una silla de ruedas, o intubado en una sala de cuidados intensivos. Esos casos son pocos, son más las personas que dejan de trabajar, niños que no van al colegio, y muchos otros impactos sociales de la enfermedad”, señala Lescano.
Según la OMS, los principales síntomas del dengue en su forma grave son: dolor abdominal intenso, vómitos persistentes, respiración acelerada, hemorragias en la encía o la nariz, fatiga, agitación, agrandamiento del hígado, y presencia de sangre en vómitos o heces. Las estimaciones mundiales de 2022 indican que cada año hay 390 millones de infecciones por dengue.
Si nos preguntamos por qué el cambio climático propicia la aparición de enfermedades infecciosas, una declaración de Petteri Taalas, secretario general de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) podría darnos otra parte de la respuesta: “A medida que la atmósfera se calienta, retiene más humedad, lo que significa que lloverá más y esto aumenta el riesgo de inundaciones”. Por lo tanto, se mantiene el ambiente perfecto para la reproducción de mosquitos propagadores de enfermedades.
Por otro lado, un estudio publicado recientemente en la revista Nature atribuye el aumento de las tasas extremas de lluvia al calentamiento global porque altera la temperatura y la humedad, propiciando la formación de huracanes. Según su análisis, durante la temporada de huracanes de 2020 en el Atlántico, hubo entre 5 y 10% mayor impacto en las precipitaciones. Y según un artículo de 2008, se indica que en la cuenca del Río de la Plata, aumentó entre 10 y 40% en los últimos 40 años.
Dengue: una enfermedad reemergente
Aunque el dengue es una enfermedad ya conocida por la medicina, los registros mundiales señalan que hay zonas donde el número de casos aumenta o que se transmite por primera vez, como sucedió en Afganistán en 2019, el año con mayor número de casos a nivel mundial. Asimismo, la OMS advierte que Europa puede presentar brotes epidémicos de dengue “de carácter explosivo”.
“Es una enfermedad que ha estado emergiendo y expandiéndose en las Américas desde hace unos 30 años. Y ahora no solo está de vuelta, sino que está muy presente en la mayoría de las grandes urbes y está originando epidemias periódicas y bastante grandes”, advierte Lescano.
Entonces podemos hablar de una enfermedad reemergente, definida por un artículo publicado en Elsevier como “la reaparición y el aumento del número de infecciones de una patología ya conocida que, en razón de los pocos casos registrados, había dejado de considerarse un problema de salud pública”.
El texto considera al dengue como enfermedad reemergente porque desde 1950 se ha propagado por el Sudeste asiático y en 1990 resurgió en el Índico, Pacífico Sur y América.
Según Lescano, “estamos viendo mayor transmisión en muchos países en las últimas décadas, principalmente por un efecto de las mejores condiciones climáticas para la transmisión del dengue, con temperaturas altas y más eventos extremos y más severos”.
Pero la parte más complicada la sufren las poblaciones económicamente vulnerables que están mayormente expuestas a eventos climatológicos extremos y, por tanto, corren más peligro de contraer enfermedades como el dengue y desarrollarlas en su forma más grave.
“Viven en condiciones complicadas, generalmente hacinados, de modo que el mosquito puede llegar a múltiples personas con mucha más facilidad que en otras zonas. Además, estas poblaciones no tienen acceso a una buena atención de salud”, aseguró el investigador.
¿Contra qué debemos luchar?
Invertir tiempo y recursos económicos para erradicar a los mosquitos no es lo ideal, principalmente por dos razones: en primer lugar porque “ha habido por un buen tiempo el intento de matar el mosquito y eso lamentablemente no funciona. El mosquito está para quedarse, estuvo antes que nosotros, y va a estar después”, advierte Lescano.
Por ejemplo, un estudio publicado en 2020 en la revista PLOS Biology, identificó que los mosquitos causantes de la malaria en África han sido cada vez más resistentes a los piretroides y al DDT (dicloro difenil tricloroetano), dos compuestos de los insecticidas usados para su erradicación.
Además, usar insecticidas es una estrategia costosa y peligrosa para otros seres vivos y el medioambiente en general, dice un artículo del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), en México.
La gran capacidad de adaptación de los mosquitos también se ha comprobado en ambientes secos, donde los huevos de las hembras Aedes aegypti (que pueden colocar entre 100 y 150, cada tres o cuatros días), pueden sobrevivir por más de un año y eclosionar una vez que tienen contacto con el agua.
La solución tampoco sería vivir en las zonas más frías porque, de acuerdo con el investigador, “el huevo puede sobrevivir un invierno frío cercano a cero grados y puede aparecer nuevamente viable en la siguiente primavera cuando se le expone al agua”. Así también lo indica el Ministerio de Salud y Bienestar de la República de Paraguay: “Sólo a muy baja temperatura (cerca de cero grado), los adultos se mueren pero los huevos son capaces de sobrevivir durante el invierno”.
Probablemente la pregunta más adecuada sería: ¿es primordial esforzarnos por eliminar a los mosquitos? La respuesta de Andrés Lescano es no. “El mosquito no es realmente nuestro enemigo, es la enfermedad”, afirma.
De ahí que se estén desarrollando estrategias para mitigar la transmisión de enfermedades por vectores. Una de ellas es a través de la bacteria Wolbachia (inofensiva para el humano y los animales) que, según el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), se introduce en los huevos de los mosquitos Aedes aegypti bajo un proceso altamente controlado en laboratorios.
Luego, una vez que ya nacen los mosquitos, los machos son liberados para que puedan aparearse con hembras silvestres, lo que dará resultado a huevos sin crías debido a las alteraciones reproductivas causadas por la bacteria. Esto reduce la población de mosquitos. Además, el artículo del INSP también indica que los mosquitos con Wolbachia no son susceptibles a infectarse por dengue.
Sumado a este tipo de estrategias, la vigilancia epidemiológica de enfermedades transmitidas por vectores será esencial para proponer medidas que reduzcan el riesgo de enfermar por haber cambiado el medioambiente. A pesar de su complejidad, este problema de salud pública solo puede encontrar solución de la mano de todos los actores de la sociedad.