Aunque los plaguicidas (o pesticidas) son sustancias diseñadas para destruir o prevenir plagas y, con ello, mejorar la productividad y calidad de los cultivos, su uso extensivo, malinformado y sin la debida protección ha probado ser, en varios casos, dañino para las plantas, los ecosistemas y los seres humanos.
Hasta antes de la Revolución Industrial, las técnicas de producción de alimentos mantenían un equilibrio natural entre agricultura y medio ambiente. El reciclaje de la materia orgánica, la rotación de cultivos y el control biológico de plagas hacían que el rendimiento de los cultivos dependiera básicamente de los recursos internos, sin mucha más ayuda externa.
Pero con la modernización agrícola, el aumento de la población mundial y la demanda de alimentos, esto cambió. Se inició el uso extensivo de plaguicidas para prevenir y controlar cualquier tipo de plaga: insectos, hongos, moluscos, malezas, ácaros o roedores, entre otros.
Hoy, de acuerdo con datos de la Organización Mundial de la Salud, se utilizan más de 1000 plaguicidas en todo el mundo. La mayoría son de una nueva generación, distinta a los organoclorados, que se utilizaron durante muchos años con éxito para el control de plagas y enfermedades como la malaria, pero que con el tiempo probaron ser muy persistentes pues se acumulaban en el tejido adiposo de los seres vivos, lo que los volvió muy dañinos para la salud pública y ambiental. Por eso, la mayoría de estos plaguicidas fueron prohibidos después de los años 60.
Desde entonces se utilizan otros tipos: insecticidas organofosforados (OP), carbamatos, piretroides, herbicidas y fungicidas. Ninguno de estos, dice la OMS, son genotóxicos, es decir, no son perjudiciales para el ADN, no provocan mutaciones o cáncer.
Pero esto no quiere decir que sean benéficos para los seres humanos. Los plaguicidas son intrínsecamente tóxicos. Sus componentes varían, pero todos contienen ingredientes activos para envenenar las plagas o bloquear su funcionamiento. El problema con ello es que en muchos casos no hay certeza de que sus efectos en las plagas sucedan de una manera controlada.
En un artículo del 2009 sobre los beneficios y riesgos de los plaguicidas los autores definen así la gran disyuntiva en el uso de estas sustancias: “Idealmente, un plaguicida debe ser letal para las plagas objetivo, pero no para las especies no objetivo, incluido el ser humano. Desgraciadamente, no es así, por lo que ha surgido la polémica del uso y abuso de los pesticidas. El uso desenfrenado de estos productos químicos, bajo el adagio ‘si poco es bueno, mucho más será mejor’, ha causado estragos en los seres humanos y otras formas de vida”.
Para el biólogo argentino y profesor de la Universidad de Buenos Aires, en Argentina, Guillermo Folguera, este uso de pesticidas es resultado de una forma de producción poco sustentable. “Los pesticidas no solo se usan por una falta de reconocimiento a los riesgos que tienen asociados, sino que tiene que ver con una forma de producción. Son el correlato de una forma de producción intensiva, que hace un sobreuso de los suelos (…) Es una forma de producción sostenida en un paradigma químico que impide pensar en términos de salud y de bienestar comunitario”.
Los tipos de pesticidas
Hay distintas formas de clasificar los pesticidas. Pueden ser naturales o sintéticos. También pueden clasificarse de acuerdo con su presentación comercial: polvos, líquidos, gases y comprimidos. Otra forma de categorizarlos es a partir de la plaga que atacan: herbicidas para matar malezas; insecticidas para eliminar insectos; fungicidas para controlar hongos; antimicrobianos, para controlar gérmenes y microbios como bacterias y virus, entre otros. Pero probablemente las clasificaciones más importantes son en función de su modo de acción y penetración, así como su persistencia.
El modo de acción de estas sustancias tiene que ver con la forma en la que matan a las plagas. De acuerdo con el Comité de Acción para la Resistencia a los Insecticidas de España (IRAC), en el caso de insecticidas, están los que atacan el sistema nervioso del insecto, como el formetanato, metomilo, o las piretrinas; hay otros que atacan los reguladores del crecimiento como el fenoxicarb, el clofentezín o el etoxazol; y otros que afectan su sistema muscular o digestivo.
Otro elemento importante para diferenciarlos es la forma en la que penetren en el insecto. Por ejemplo, hay venenos estomacales, que son tóxicos cuando el insecto los come; generalmente se colocan en las hojas y los tallos de las plantas en forma de aerosoles y polvos para que la plaga los coma, y se usan generalmente para insectos que muerden o mastican como orugas, escarabajos y saltamontes. Hay otros venenos que son de contacto, pues penetran en la piel de los insectos acostumbrado a succionar los jugos de las plantas, como los pulgones. De hecho, los más utilizado suelen ser los insecticidas sintéticos de contacto como los hidrocarburos clorados, los fosfatos orgánicos (organofosfatos) y los carbamatos. Hay, además, otros venenos que penetran a través del sistema respiratorio del insecto o también, están los sistémicos que son absorbidos por todas las partes de las plantas y que pueden matar al insecto por contacto o cuando las come.
Los plaguicidas también se pueden clasificar según su persistencia, es decir, el tiempo máximo que estas sustancias permanecen en el ambiente. En este sentido, hay insecticidas que no son persistentes (0 a 12 semanas), como el Malation; también hay moderadamente persistentes (1-18 meses) como la Atrazina; están los persistentes que pueden durar hasta 20 años como el DDT; y también los permanentes, que pueden durar más de 20 años, como los arsenicales.
De hecho, la persistencia fue justamente la razón de que se prohibieron los plaguicidas organoclorados, como el DDT. A pesar de que esta sustancia funcionó muy bien para proteger a los cultivos de muchas plagas a principios del siglo pasado, con el tiempo se descubrió que las sustancias se acumulaban conforme avanzaba la cadena trófica. Se le conoce como bioacumulación, un concepto que algunos estudios definen como el proceso que hace que cada consumidor sucesivo en la cadena alimentaria acumule contaminantes a un nivel más alto. Entonces, por ejemplo, las algas que se alimentan de agua con DDT tendrían cierto nivel del pesticida, y, luego, el pescado que se alimentara de esas algas tendría más, y las aves que se alimentaran de esos peces, aún más. Se trata de un efecto que permanece y se agrava conforme pasa el tiempo.
Los daños a la salud
A pesar de su éxito en el control de algunas plagas, hay evidencia de que los pesticidas tienen un efecto nocivo para la salud de las plantas y los ecosistemas. Por ejemplo, algunas de estas sustancias pueden reducir las bacterias que se encargan de fijar el nitrógeno en las plantas. Esto tiene como consecuencia que el suelo vaya perdiendo su fertilidad natural y que las plantas disminuyan su capacidad para absorber los minerales del suelo. Otros pesticidas pueden hacer más vulnerables a las plantas al disolver la capa cerosa de su superficie, lo que significa que pierden su principal línea de defensa frente a microbios invasores.
Además de los daños a las plantas y al ambiente, hay evidencia de sus efectos negativos en los seres humanos, especialmente entre los agricultores y las personas que están en contacto con estas sustancias de forma excesiva y sin suficiente protección.
Hay riesgos asociados a la fumigación de cultivos que pueden afectar a la población a la hora de consumirlos. “Todo eso llega a los platos de comida y en la mayor parte de los casos aumenta las brechas socioeconómicas porque son las comunidades más pobres donde no tienen opción y a donde llegan esos platos fumigados”, dice Folguera.
Desde 1990 se reportaba que en el mundo 20 mil personas morían y 3 millones resultaban envenenadas cada año debido a la exposición a pesticidas. Aunque no hay cifras oficiales más recientes, un estudio de 2020 estima que ahora hay muchos más envenenamientos, pero menos muertes: 44% de los 860 millones de agricultores en el mundo (378 millones) son envenenados con pesticidas cada año, y de ellos, 11 mil resultan en decesos, dicen los autores.
Un estudio publicado en 2019 se enfocó en analizar los efectos entre grupos de agricultores en Pakistán, un país en el que las empresas privadas de plaguicidas venden productos agroquímicos sin ofrecer ninguna formación sobre cómo utilizarlos de forma eficaz y segura. Entre los efectos, los autores destacan aspectos leves como la irritación cutánea, irritación ocular, tos, mareos, náuseas y diarrea, hasta casos de enfermedad grave e incluso muerte por los efectos tóxicos de los agroquímicos.
En muchos casos se trata de un problema de falta de información. “La falta de educación y concienciación sobre el uso adecuado y seguro de los productos agroquímicos son las principales razones del uso excesivo de plaguicidas y de sus consecuencias negativas para la salud humana”, concluyen los autores. Para evitarlo, sugieren utilizar productos agroquímicos al nivel recomendado y hacerlo siguiendo medidas mínimas de protección: ropa protectora, gafas, mascarilla, guantes y botas.
La IRAC suma otras recomendaciones: considerar otras opciones disponibles para minimizar el uso de insecticidas; combinar medidas de control biológico; adoptar medidas no-químicas para controlar o eliminar las poblaciones plaga, incluyendo la aplicación de productos biológicos; y, especialmente, seguir las recomendaciones de la etiqueta y las de los consejos de técnicos expertos. Es decir, es posible usarlos, pero de forma controlada, informada y segura.
Otros, como Guillermo Folguera consideran que el único camino es dejar de utilizarlos. “Eliminarlos es una opción, pero para eso hay que repensar las formas productivas, hay que incrementar la diversidad, hay que mejorarla calidad de los suelos, hay que mejorar el sobreconsumo de bienes comunes como el agua. No se trata solamente de bajar los químicos, sino que se tiene que poner en juego nuestras formas de producción”.
Así que, si bien los pesticidas han contribuido para mejorar la productividad y evitar pérdidas de cultivos, su uso extensivo implica pensar, cada vez con más detenimiento, sobre sus riesgos potenciales y, sobre todo, la mejor forma de preveniros.
¿Es posible limpiar los alimentos de los plaguicidas?
No hay una forma de deshacerse al 100 por ciento de todos los residuos agroquímicos que llegan a nuestros alimentos, pero sí hay algunos métodos que pueden reducir la presencia de algunos de ellos, en algunos casos prácticamente por completo.
Una de las formas más recomendables es lavarlos porque es fácil y barato. El Centro Nacional de Información sobre Pesticidas de la Universidad del Oregon recomienda colocar la fruta o la verdura bajo el chorro de agua, pues así se puede eliminar más pesticidas que sumergiéndolas. La Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA) afirma que no es recomendable lavarlas con jabón, detergente o productos de limpieza comerciales porque, por un lado, no hay evidencia de que sean más eficaces que el agua sola y, por otro lado, podrían resultar contraproducentes pues los alimentos pueden absorber parte de estas sustancias. La FDA también sugiere frotar los productos con un cepillo firme o, si se trata de alimentos más frágiles, puede simplemente frotarlos bajo el grifo para eliminar residuos.
Hay algunos estudios que reportan reducciones significativas de residuos en alimentos con el lavado. Por ejemplo, hubo una disminución de 41-44% de residuos de clorpirifos en tomates; y del 93% de carborufano y 65% de dimetoato en coles. También en espárragos, lavarlos con agua redujo 24% de residuos de clorpirifos y en la col china hubo un 55% de reducción en residuos de profenofos. Los estudios muestran que, si bien el lavado con agua sirve, en realidad no elimina todos los residuos de plaguicidas de las hortalizas, especialmente aquellos que ya han sido absorbidos por la planta.
Así que otra forma de reducir la presencia de estos agroquímicos en los alimentos es cocinándolos. En un artículo publicado en la revista Foods en 2022, un grupo de investigadores evaluó qué tanto se reducían los residuos de pesticidas en dos alimentos (col china y judías largas) después de cocinarlos de tres formas distintas: hervirlos, escaldarlos (sumergirlos por unos minutos en agua hirviendo) o saltearlos.
Concluyen que: “En el caso de la col china, los residuos de plaguicidas se redujeron entre un 18 y un 71% tras el hervido, entre un 36 y un 100% tras el escaldado y entre un 25 y un 60% tras el salteado. En el caso de las judías verdes, los residuos de plaguicidas se redujeron entre un 38% y un 100% después de hervirlas, entre un 27% y un 28% después de escaldarlas y entre un 35% y un 63% después de saltearlas”.
Por tanto, los autores concluyen que cocinar las verduras puede proteger a los consumidores de la ingestión de residuos de plaguicidas.
Actualizado: 12/04/2023 a las 12:30 p.m.