Cada vez más estudios encuentran pistas de que el nuevo coronavirus se encuentra en los intestinos, recto y duodeno de pacientes. También han hallado virus activos—es decir, que pueden seguir infectando células—, en las heces de pacientes hospitalizados y gravemente enfermos. No queda claro si esto también ocurre en personas que se recuperaron de la enfermedad. Tampoco tenemos idea sobre si existe riesgo de contagio por tener contacto con materia fecal. Incluso si fuera un modo de transmisión del virus, no sabemos qué tan importante sea.
Las personas con afectaciones cutáneas han sido tan dispares entre países que resulta complicado asociarlas directamente a la COVID-19. Lo que más se ha observado son una variedad de sarpullidos en la piel y parches rojizos o violáceos en los dedos de los pies. Estos bien podrían ser una señal de que la sangre no está circulando como debería.
La COVID-19 no se parece a ninguna otra enfermedad conocida. Quizás sea su brutal complejidad lo que más confunde y asusta. Pero también motiva a seguir desmarañando sus misterios. Sólo así podremos entenderla a fondo y encontrar un tratamiento adecuado. Mientras eso no ocurra, seguiremos teniendo sólo una imagen incompleta del nuevo coronavirus.