Kelyn Leonela Labra Panocca es una estudiante quechua que cumplirá 23 años en noviembre próximo, y le falta un ciclo para terminar la carrera de Historia en la Universidad Nacional San Antonio Abad, del Cusco. Como a muchos universitarios, la crisis política actual se le presentó como un inesperado examen de ingreso a la madurez. Tras ver que varios jóvenes trabajadores o estudiantes eran asesinados en protestas en ciudades como Andahuaylas, Leonela se preguntó y les preguntó a sus compañeros si acaso podían permanecer impasibles, recibiendo clases, como si nada ocurriera. Unas semanas más tarde, estaba en Lima junto con una delegación del Cusco. “Somos los hijos de las comunidades campesinas que han estudiado, ahora sí, en las universidades”, dijo en una conferencia de prensa. “No nos van a poder callar con la utilización del terruqueo porque ahora somos estudiantes conscientes y sabios”. Parecía el manifiesto de una generación que hablaba en nombre de una crisis mucho más profunda y antigua. De hecho, Leonela, que creció en Espinar, pasó parte del 2012 encerrada en su casa mientras en las calles el Estado reprimía a la población por motivos no tan diferentes a los de hoy. En esta conversación, ella evalúa los logros y retos de la protesta. La palabra “esperanza” aparece más de una vez.
¿Kelyn o Leonela?
En el colegio me solían decir Kelyn. Ya en la universidad me llaman más Leonela. No sé por qué, la verdad, no recuerdo muy bien, pero hubo un punto en el que pasé de ser Kelyn a Leonela. Quizá era más familiar. Mis compañeros más cercanos me dicen Leo, de cariño.
¿Y a ti cuál te gusta más?
Ambos nombres me gustan pero creo que el segundo es más imponente. Así que, para los momentos difíciles, Leonela creo que está bien.
Mi mamá era de Chumbivilcas, y al igual que ocurre con la provincia de Canas, parte de la identidad de esta región se basa en la idea de la resistencia. Es decir, se asumen como pueblos que han resistido desde antes de la Conquista. En una conferencia, en Lima, dijiste que las protestas actuales no son solo de ahora sino que vienen de nuestros padres y abuelos. ¿A qué te referías?
Dije eso porque la prensa y mucha gente cree que lo que estamos viviendo se debe solo a Castillo. De esa manera, estigmatizan toda la movilización. Pero no es así en realidad.
Mucho tiempo antes, Canas y Espinar formaban una una sola nación incluyendo Chumbivilcas y parte de Cailloma. Eso era la nación K’ana, y su epicentro ha sido siempre Espinar. Hablamos de un pueblo reconocido por tener guerreros aguerridos, que impidieron la dominación inca, y que siempre ha estado envuelto en situaciones de defensa de su sociedad. Pero volviendo al presente y para explicarlo con algo bien concreto, recordarás que el Congreso aprobó el adelanto de elecciones. Para la clase política, eso debió significar que todas las movilizaciones y marchas iban a cesar. Pero luego viene enero y lo que siguió, desde el punto de vista de la protesta, fue incluso más grande.
En la misma ciudad del Cusco ya no había movilizaciones. La gente parecía que quería dejarlo pasar, como resignada a que Dina Boluarte fuera su presidenta. Pero en las provincias, en específico, la realidad era distinta porque la gente nos estábamos organizando para salir. Y decíamos: “si la capital del Cusco no para, vamos a ir hasta allá. Si Lima no para, vamos a ir a Lima”. Por eso, incluso si ahora el Congreso aprueba el adelanto de las elecciones, no creo que las movilizaciones puedan calmarse. Quizás sí ocurra en algunas partes, pero no en la mayoría.
Porque lo que buscan en este momento, en especial los ciudadanos de las provincias “más alejadas”, es justicia. No hablamos solo de los más de sesenta muertos a manos del actual Gobierno. Hablamos de muchas más personas muertas en años de represión, donde la actitud de las autoridades ha sido: “voy reprimo, tiro bombas, asesino y nadie me va a juzgar porque ese es un pueblo donde no existe Estado, ni prensa”. Este hartazgo viene de antes. Y muchas familias no han podido encontrar justicia.
¿Te refieres a los conflictos con las mineras?
Sí. Pero muchas veces la violencia ha venido por parte del propio Estado, que en esas situaciones permite que se reprima, se asesine. La población está muy cansada, muy molesta. ¿A quién no le duele perder a un familiar? Por eso yo decía que la gente no está luchando solo desde ahora. Si en muchas regiones se habla sobre una nueva Constitución o una Asamblea Constituyente es, justamente, porque el Estado ha creado un escenario dramático en las áreas de acción de las empresas concesionarias. La clase política pudo haber entendido esto, y hubiera sido lo más saludable. Soy consciente de que en nuestro país existen posturas diferentes, pero estas posturas diferentes no se pueden amparar en racismo, clasismo y discriminación en pleno siglo XXI. Creo que las personas se movilizan por eso. Porque la justicia existe para unas personas y no para otras.
El Congreso en todo este tiempo se ha ganado su deslegitimación, al punto que casi nadie lo respeta ni está de acuerdo con él. En el mismo sentido, la señora Dina Boluarte, que lo reemplaza, se ha ganado a pulso que la gente pida su renuncia porque desde el día uno de su gobierno su política ha consistido en matar. Y no asume su responsabilidad. Ella es un ser humano como nosotros, madre, hija, qué sé yo. Pero lo que hace es mentir. Y eso a la población, obviamente, le molesta, le incomoda, le frustra.
Cada cierto tiempo, Espinar es escenario de luchas entre la población, el Estado y las mineras. ¿Cómo fue crecer allí?
Mis padres son docentes. Tendrán ya casi cincuenta años ambos. Han vivido los gobiernos más críticos en el país. Yo he nacido en el 2000, tengo casi 23 años, y la época que recuerdo con más claridad es el año 2012, cuando hubo un conflicto muy duro. Incluso el entonces alcalde, Oscar Mollohuanca, apoyaba las protestas. Yo tenía doce años y lo que recuerdo principalmente es que mi mamá no nos dejaba salir ni para comprar el pan. Ahora yo he estado cara a cara con la policía, con las bombas lacrimógenas, he sentido los disparos y he sentido que he podido ser yo una víctima de esta violencia, porque ahora soy adulta. Pero en ese momento solo era una niña cuidada por su madre en una casa encerrada. Desde allí se escuchaban las bombas, las balas, y la radio informaba que había heridos, fallecidos. Y yo lloraba porque también le decía a mi hermano que llame a mi papá. Mi papá es de Canas. Y también es alguien muy valiente. Y terminó herido.
Cómo niña, ¿qué entendías sobre lo que estaba pasando?
En ese momento, no lo entendía. Ahora sé que es por la contaminación minera y por la ampliación del proyecto. La minería en Espinar viene desde la época de la colonia. Pero nunca fue a gran escala. Pero hablando ya de la gran minería, en el 2012, una plataforma de lucha fue que no se dé el permiso de ampliación porque entiendo que eso afectaba a muchas comunidades. Como ahora mismo, que existe otra ampliación, hacia Coroccohuayco. Y también porque hasta ahora y, desde años anteriores, se viene pidiendo el replanteamiento del Convenio Marco. ¿Por qué? La minera siempre busca que quienes gobiernen en Espinar sean alcaldes que tengan una relación con su actividad, y muchas veces los proyectos que se proponen no son en beneficio de la comunidad sino de los otros actores.
¿Cómo te haces dirigente? A pesar de tu edad, y antes de llegar a Lima con la delegación de estudiantes del Cusco, llevas años haciendo política universitaria. En apoyo al retorno a la presencialidad, contra el ingreso libre a universidades…
Cuando mis papás se separaron, yo me iba a pasar vacaciones a la casa de mis abuelos, en la comunidad de Patillani Bajo. Con ellos practiqué mucho el quechua. Cuando caminábamos juntos, mi abuelo me decía que cuando yo fuera profesional no debía volver a pasear al pueblo. Era un juego de palabras: quería decir que yo no debía regresar a la comunidad para pasearla, es decir, para engañarla. Mi abuelo fue dirigente en su comunidad, y me llevaba a sus reuniones. A veces yo terminaba cantando temas de Rosita de Espinar, y la gente me aplaudía, y una vez hasta me gané una parrillada. Y desde ahí veía la organización de la comunidad. Y mi abuelo decía: nosotros no sabemos hablar español pero sí entendemos. Creo que me hice dirigente por él.
Cuando llegué al Cusco, yo era una estudiante super amarilla, de esas chicas que solo querían estudiar y no priorizaba tanto la organización. Pero por ese tiempo tuve problemas de salud, mucho acné, y me puse a hacer muchas actividades para mi propio bienestar: deporte, danza, voluntariado, reuniones estudiantiles, y así fue como poco a poco entré a la Asamblea Regional de Jóvenes de Cusco. En 2019, tuve la oportunidad de viajar a dos Congresos Nacionales. Ahí me di cuenta de que no habían espacios nacionales representativos de jóvenes. O sea, no hay alguien que ahorita pueda salir y hacer un llamado a todos los jóvenes del Perú para pronunciarnos sobre estos acontecimientos. Viajaba en buses y veía por todo el camino las dificultades de la gente y las diferencias, y eso me confirmaba lo que yo había vivido de chica viajando con mi papá, que hasta la actualidad trabaja en una escuela unidocente, donde los niños de primero a tercero están en un mismo grupo y en otro los alumnos de cuarto a sexto de primaria. La educación es desigual en el Perú. No existen las mismas oportunidades.
Hablando de viajes, en qué momento decides con tu gremio participar en las protestas que, finalmente, te llevaron a Lima.
Mira, la Federación Universitaria del Cusco es un gremio histórico. Aunque muchas veces sus dirigentes han estado envueltos más en luchas políticas que en el aspecto académico, ahora la Federación tiene un equipo técnico increíble. Eso mismo que le ha faltado al expresidente Castillo. Porque cuando estás en política no importa cuánto hables: importa que demuestres con hechos. Y al ser la Federación una organización histórica, hemos podido ver también cuál debía ser nuestro trabajo. Lo que buscábamos era que los estudiantes tuvieran conciencia de que la Federación es su espacio de representación, y que ese espacio no se viera manchado por un partido político, sino que fuera una herramienta para trasladar nuestras demandas a las autoridades universitarias. Entonces las marchas no son nuevas para nosotros. Hemos estado en movilización desde que hemos asumido el cargo: desde exigir la presencialidad de las clases después de la pandemia hasta en un plantón por compañeros que estaban siendo demandados. Actualmente representamos a 20 mil estudiantes entre pregrado y posgrado.
¿Pero cómo deciden sumarse a las protestas contra Boluarte?
Justo el día que Castillo dio el golpe también en la universidad se disolvió la Asamblea Universitaria. Y la noticia fue totalmente aplastante, o sea, ya a nadie le importaba la vacancia del rector porque la situación nacional era más apremiante. Fueron como dos tres días que realmente fueron desgastantes para mí entre reuniones, declaraciones a la prensa, etcétera. Habíamos salido de una huelga de docentes que nos mantuvo en la virtualidad, así que con esto de las movilizaciones, de los paros, otra vez la universidad nos envió a la virtualidad. Pero después de que muchos estudiantes se autoconvocaron a las movilizaciones, tomamos la universidad y motivamos a los estudiantes. “Hay tres fallecidos entre nuestros compañeros de Andahuaylas: ¿cómo es posible que nosotros sigamos en clases?”, nos decíamos. “¿Acaso no nos importa la muerte?” Y salimos a marchar. Nosotros saldríamos todos los días a movilizarnos, pero las condiciones de los estudiantes son diferentes. Hay muchos que solo piensan en estudiar, otros que tienen miedo, otros que probablemente no entienden el contexto, o están aún fatigados por la pandemia. Muchos empezamos a participar en las ollas comunes para apoyar a quienes venían desde provincia hacia la ciudad del Cusco. Porque el Cusco también era indiferente. Y como en Lima, te decían: “Cholo, vete de tu pueblo a marchar”. Era terrible.
¿Fue eso lo que te impulsó a viajar a Lima?
Primero, vi a los compañeros de la Federación llorar. Fue algo que me enseñó mucho. Algunos compañeros no tenían facilidades para participar en las movilizaciones. Y un amigo muy cercano en la Federación me dijo un día que sus padres estaban un poco reacios y temían que le pasara algo por los enfrentamientos. Entonces, yo me dije: “Bueno, yo tengo la posibilidad de participar, vivo sola”. Y así decidí viajar a Lima. Para ver cómo ayudar allá en las movilizaciones de los compañeros de regiones. Y ahí vi que mis compañeros lloraban y estaban tristes. Y yo no podía llorar porque, dentro de un momento triste para algunos, pues no quería poner más tristeza. Cuando eso sucede, alguien tiene que ser el fuerte, y alguien no tiene que llorar, por más que quiera. Así que solo decía pues ya, ya está hecho, y al final, ¿qué podemos hacer? Pues es lo que toca.
En el viaje a Lima recibimos bastante apoyo. Durante todo el camino nos dieron comida, agua, dulces. Nos decían: “les agradecemos porque están viajando a Lima; regresen todos vivos”. Así fue todo el camino. Parábamos para que nos dieran agua, nos repetían arengas. Cuando viajo, no puedo comer segundos porque me pongo mal. Pero en Ica unas señoras nos invitaron una sopa, y hasta esa coincidencia fue muy bonita. En Lima nos recibieron los compañeros de las otras universidades. Tenía para escoger donde quería quedarme, entre San Marcos, la UNI y otros espacios. Y me quedé en la UNI.
¿Qué sentiste cuando el gobierno mandó tanquetas y camiones amenazando sacarlos?
Éramos una mancha de 40 a 50 y todos llegamos a la UNI. Mi plan era no salir de allí porque era el lugar más seguro, más tranquilo, más confiable. Teníamos seguridad, en todo momento los chicos de la Acuni [Asociación de Centros de Estudiantes de la UNI] estaban pendientes de nosotros. A diferencia de lo que hizo la rectora de San Marcos, el rector de la UNI sí defendió la autonomía. Me sentí muy feliz cuando las tanquetas se fueron. En un momento sentí miedo porque las patrullas nos seguían, nos hacían reglaje, intervenían a los compañeros cuando iban a comprar sus mascarillas… Y aunque mi idea era no dejar ese lugar, al final salimos por respeto hacia mis compañeros de la Acuni, que nos apoyaron y que sí estaban desgastados y no dormían por cuidarnos. Y nos fuimos a casas particulares.
¿Detuvieron a gente conocida tuya?
A nosotros nos han amenazado desde que hacíamos paros durante el gobierno de Castillo. Así que no fue nada nuevo. Pero en Lima lo que sí me dolió es que golpearan a los chicos de mi delegación el día de la marcha central. Hubo un compañero detenido al que vi ensangrentado. A mis compañeros de Espinar, que también estaban en primera línea, les cayeron cartuchos de bombas lacrimógenas y les hicieron heridas. También tuve un compañero detenido y herido que durante dos días estuvo desaparecido.
¿Tenías expectativas de que de verdad las marchas podían lograr que Boluarte renunciara?
El ánimo era que Lima despierte. Porque para Lima todo parecía normal: masacres en el sur, represión en los Andes, muertos. Todo normal. Así que el ánimo era que Lima pudiera sentir la presencia de las regiones. Era más o menos lo que había pasado antes en el Cusco. Aquí también hubo gente que no estaba de acuerdo, gente que quería pelear con los manifestantes, gente que simulaba que era manifestante y al final era infiltrada. En Cusco mucha gente era y sigue siendo totalmente indiferente. Las provincias tuvieron que llegar a expresar que no estamos viviendo una protesta justa.
¿Y crees que las ciudades de Lima y Cusco finalmente despertaron? ¿Qué ha logrado la presencia de las regiones?
Creo que han evidenciado la verdadera cara de la señora Boluarte, del Congreso y de algunas autoridades como la rectora de San Marcos. Evidenciaron la discriminación que no se supera en nuestro país. Pero, en el fondo, no sé si las ciudades se hayan despertado.
¿Cómo salimos de esta crisis?
Se creía que el Congreso podría aprobar unas elecciones anticipadas. Pero no. No quieren consensuar. No quieren irse. Y menos parece querer irse la señora Boluarte. Creo que la población seguirá movilizándose en busca de justicia. Y tarde o temprano, ella tendrá que renunciar ante la presión. Al Congreso solo le queda esta semana para tener un acto simbólico con la sociedad. También puede existir mayor presión internacional, y eso puede impulsar más renuncias en el entorno de Boluarte, entre sus ministros y su equipo técnico. Pero es muy complicado, en realidad, ahorita decirte que la salida puede ser una u otra. Cualquier cosa podría pasar en cualquier momento.
¿Crees que la Asamblea Constituyente, como dicen muchas personas, puede ser una válvula de escape?
Es importante poder trasladar esa pregunta a una consulta popular. Teniendo los actores políticos que ahora mismo tenemos, sinceramente, creo que ese es el terreno que ellos mismos están propiciando. Imaginemos que pasa un mes más y no hay renuncias, tampoco consensos para nuevas elecciones: esos escenarios son mucho más críticos, y cosas ahora lejanas como la Asamblea Constituyente parecerán, en esos contextos, salidas mucho más realistas. Así que creo que el camino más saludable y democrático, ahora mismo, sería autorizar un referéndum. Entonces todas aquellas personas que están en contra podrían sustentar y fundamentar sus puntos de vista. Porque, querámoslo o no, en el país existen diversas posiciones. Lo que no hay son canales de diálogo. Y eso se ve reflejado en la realidad. Pero aunque el camino más saludable sería abrir la posibilidad de un referéndum, tampoco las autoridades quieren considerar esta opción. Sin ninguna salida a la vista, se agravará la crisis, y probablemente tarde o temprano terminemos en una Asamblea Constituyente.
Si estuviéramos en un escenario de debate de referéndum, ¿qué cosas crees que debería incluir una nueva Constitución?
Debería promover un respeto real hacia los derechos humanos. La Constitución prescribe que toda persona tiene derecho a la educación, pero en la realidad tenemos una educación desigual. Prescribe que toda persona tiene derecho a salud, pero las comunidades aledañas a las empresas mineras o extractivas sufren un impacto directo en su bienestar. El Estado debería expresar en la Constitución que, en esas áreas de la economía donde ahora se favorece a las empresas por encima de las comunidades, tiene que haber no solo mayor regulación sino mayor precisión sobre el respeto a los derechos humanos. Además, se necesita que el Estado reconozca legalmente los territorios que tienen particularidades importantes como parte de su identidad, y que garantice una educación intercultural, multilingüe. Porque hay una brecha educativa y económica bastante amplia entre quienes hablan español y quienes no. Lo mismo ocurre en el ámbito de la justicia: las leyes se aplican con diferente rigurosidad dependiendo de qué población hablamos.
No hemos visto solamente una represión contra ciudadanos o ciudadanas peruanos, a secas, sino una orientada principalmente contra la ciudadanía andina e indígena. Como una mujer quechua, ¿qué futuro le ves tú a esta parte de la población del Perú?
Con mucha esperanza, en realidad, porque creo que nuestras familias han hecho un esfuerzo inmenso para que nosotros, en esta generación, seamos profesionales. Esta circunstancia ha podido terminar muy mal porque muchas personas, después de educarse, podrían olvidarse de dónde vienen. Pero existe ahora mismo una población a la que tú no le puedes mentir y decir: “Eres terruco porque vienes del campo a la ciudad”, “Eres terrorista porque haces una huelga”, “Eres terrorista porque protestas”. Eso va quedando en el ridículo. Creo que los propios compañeros y las compañeras que son de zonas mucho más “alejadas”, donde probablemente hasta los medios de comunicación son poquísimos, ahora pueden informarse mucho mejor. Por eso, tengo esperanza. Y creo que esta esperanza es nuestra fortaleza. Se ha avanzado bastante: ya no pueden implantarles miedo a los campesinos llamándoles terroristas, ni es tan fácil mentirles. De lo contrario, hubiésemos caído en el juego que promovía mucha gente: “No, pero tú la has elegido [a Boluarte], hazte cargo”. Está bien. Yo he elegido a la señora Boluarte en una misma plancha presidencial que ha ganado las elecciones democráticamente. Pero lo que ella hace ahora es asesinar y pisotear los derechos humanos, la vida de las personas, y eso está mal. Y así como tengo el derecho de votar por ella, también tengo el derecho de que se le retire del cargo en el que en algún momento la pusimos.
El poder de la educación probablemente ha tenido un efecto en tu misma familia, ¿no es así?
Mi abuela no sabe escribir. Por lo menos hasta ahorita, ella sigue firmando con su huella digital.
¿Es posible un Perú que protege y reconoce a sus poblaciones originarias?
Es que no se trata de que las poblaciones originarias estén más protegidas porque lo que ahorita vemos es que ni siquiera se nos reconoce el derecho a vivir. En estas protestas, ni siquiera estamos pidiendo más reconocimiento: estamos pidiendo únicamente que se respete nuestro derecho a vivir y gozar de la vida como a cualquier persona, desde Tacna hasta Tumbes. Ese derecho debe pasar de ser letra a ser práctica.
Esperas que en algún momento el Perú pueda ofrecer una educación completa, desde la primaria hasta la universidad, en idiomas originarios.
Considero que es factible o finalmente podemos hablar de instituciones bilingües. Ya en la Universidad San Antonio Abad hay muchísima información institucional y académica disponible en dos idiomas. Y eso no le hace daño al mundo, ¿no? Más bien es una ventana para que muchas personas quechua puedan acercarse a la información. Así que no dudo de que en algún momento esto se siga expandiendo a más idiomas.
Si hubiese una Asamblea Constituyente, ¿te ves participando o intentando participar en esos debates?
Claro, la Asamblea Constituyente es un espacio donde quienes lo integran ya no son solo autoridades sino también los representantes populares, de organizaciones, de gremios. Entonces, probablemente nos toque designar representantes a nivel de las universidades. Seguramente el aspecto principal que nos tocará defender será la educación universitaria, que no debería estar divorciada de la educación básica.
Tu gremio se opuso a la idea del ingreso libre a las universidades, que planteó el anterior gobierno.
Cuando empezamos la gestión de la Federación, en el Cusco, exigimos el diagnóstico de las filiales. Las filiales son las sedes que la universidad tiene en diferentes provincias de la región del Cusco. Y la situación es triste porque son espacios educativos que se están cayendo a pedazos. Y si tú propones un ingreso libre a las universidades, ¿dónde estudiarían esos alumnos? No hay laboratorios, no hay infraestructura, ¿y tú propones ingreso libre a las universidades? La propuesta del Gobierno de Castillo fue una propuesta populista. Cuando uno lee el proyecto de ley, lo que se proponía en sí era el ingreso gratuito para los estudiantes de los primeros puestos de la educación básica o regular. Y eso ni siquiera es ingreso libre.
¿Cuál es tu balance del gobierno de Castillo? ¿Cómo evalúas ahora a esta figura?
El exmandatario ha tenido un respaldo de la población que depositó una esperanza en él. Como te decía, tenemos esperanza a pesar de todo. Pero esa esperanza no se ha podido concretar. Primero, porque él cometió bastante errores como político. En un país que está sumido en un sistema como el que tenemos, él no se ha podido rodear de personas que le ayuden a progresar técnicamente. Esa probablemente sea la causa de por qué está donde está: procesado, vacado. En segundo lugar, quizás se ha dedicado más a hablar que a hacer.
Pensando en esperanzas para este país, ¿a quién o a quiénes te gustaría ver en política a ese nivel? Tarde o temprano habrán elecciones pero los nombres de siempre, como viejas enfermedades de las que no sanamos, se vuelven a repetir en las encuestas.
Alguien que a mí me gustó en su forma de afrontar toda esta situación fue el rector de la UNI, Alfonso López Chau. Pero es muy poco probable que él pueda llegar a ser presidente. Es que las universidades, por más que sean del pueblo para el pueblo, por más que su función sea servir al pueblo a través de sus profesionales, creo que están todavía muy divorciadas de la ciudadanía. Más allá de eso, el doctor López Chau en este momento tan complejo ha sabido responder sin tener que amenazar a nadie, sin tener que poner contra la pared a nadie, sin tener que ofender a nadie, sin tener que arrinconar a nadie. Y esa no es una virtud frecuente, donde políticos de derechas e izquierdas se arrinconan.
¿Qué opinas de las teorías sobre la separación del Perú?
Son bromas. Parecen un meme. Pero tuvimos unas elecciones donde nuestros representantes literalmente eran memes, así que tampoco sorprende. Yo había escuchado esas cosas desde mucho antes bajo la lógica de que “Bueno, ya que Lima no quiere al sur, entonces nos independizamos”. Pero quien tendrá la responsabilidad política de que algo así se pueda llegar a concretar, no ahora, sino en diez años, será nuestra clase política. Y lo será porque ahora no están siendo empáticos ni respetan el derecho de uno y de otro por igual. La situación siempre se puede agravar, y podemos estar de crisis en crisis, hasta que en un momento dado, cansados de la crisis, pues solo podría haber cabida para medidas extremas.
Pero ahorita, en este momento, esos escenarios están un poco alejados porque la agenda principal, ahora mismo, es la justicia.
¿Te gustaría ver un país así?
Es que no se trata de que sea un Perú dividido en dos. Porque en realidad si se agrava la crisis, se puede llegar a cosas que no imaginamos: estados federados, confederación, qué sé yo.
Parece ciencia ficción, ¿no?
Bueno, como historiadora debo recordar que en un momento dado el Perú perdió gran parte de su territorio. Entonces tampoco hay que sorprendernos de escenarios catastróficos. Pero los únicos responsables serán los miembros de la clase política.
A propósito de esos males, un congresista de apellido Lizarzaburu ha dicho que la wiphala le parece un mantel de chifa.
No creo que podamos debatir o dialogar o siquiera mencionar a personas que su única defensa, sustento, fundamento, sea la ofensa, la discriminación el racismo, o algún tipo de acción que va en desmedro de otra persona de otro grupo social. Podemos estar de acuerdo o en desacuerdo sobre muchas otras cosas. Y créeme que espero que todas las personas que discrepan de las protestas puedan plantear por qué lo están, pero bajo un fundamento jurídico o social, si se quiere, y sin ampararse en la discriminación.
Lo cual nos trae de regreso a la educación. Los universitarios debemos ser conscientes de por qué hoy estudiamos en las universidades públicas donde estudiamos. Ninguna carta formal entregada a un ministro o a un presidente expresando que queremos una mejor educación ha hecho que se abrieran nuevas o mejores universidades. Bastantes reformas en el país y en el mundo han sido producto de jornadas, meses y hasta años enteros de medidas de lucha. Espero que en algún momento la clase política pueda reflexionar sobre esto para ahorrarnos tiempo y dolor. Porque estas medidas de lucha son el último recurso que la población tiene. Y no debería ser el camino.
Marco Avilés
Periodista. Nació en Abancay y, muy pequeño, migró a San Juan de Lurigancho, el distrito más poblado del país. Es autor de los libros No soy tu cholo, De dónde venimos los cholos y Día de visita. Escribe sobre racismo en América Latina y es candidato a doctor por la Universidad de Pensilvania. Más sobre su trabajo en marcoaviles.com
¿Qué país queremos?
Es un espacio de conversaciones con figuras y líderes de los diferentes pueblos y comunidades que componen el Perú, quienes suelen ser ignorados por quienes gestionan la discusión pública en el país. Trataremos de entender junto con ellos y ellas de qué trata la dolorosa crisis política que consume al país; es decir, cuál es su diagnóstico. También, recogeremos sus propuestas de cómo podemos sanar como sociedad en los aspectos que ellos consideran importantes.