Cuando lo supo por primera vez, Rosario R. tenía apenas cuatro años y estaba en el jardín de niños. La antropóloga y activista, de ahora treinta y tres años, cuenta que un día en el salón de clases los niños y las niñas, estaban jugando a “emparejarse”. En esa suerte de ensayo de una adultez heterosexual, cada quien tuvo derecho a elegir a su compañero o compañera, excepto ella:
―A mí me designaron el niño gordo ―dice a través de una videollamada― simplemente emparejaron al gordo con la gorda.
Así fue como supo, de una forma infantil, pero removedora, que era una persona gorda y que eso, al parecer, no estaba nada bien.
Con el paso del tiempo, Rosario se dio cuenta de lo simbólica que en realidad fue esa anécdota infantil. Representó, de cierto modo, el rol que la sociedad le asignaría por tener un cuerpo como el suyo:
―Así como en el juego del jardín de niños, en la vida real yo no podía elegir. Esa fue mi historia siempre.
Por muchos años, no pudo escoger con libertad qué vestir, cómo mostrarse en público, qué comer, de qué manera cuidar su salud. La sociedad ya había determinado que eso solo lo merecían las personas flacas.
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Micaela M. R., productora audiovisual de veinticuatro años, recuerda que empezó a hacer dietas a los diez. En cada una de sus vacaciones escolares, visitaba doctores de medicina tradicional y alternativa para ver si, esta vez, por fin alcanzaba la meta ansiada: bajar de diez a quince kilos. Recuerda Micaela que un verano se sintió tan enferma que vomitó casi todos los días, por varias semanas. Cuando regresó a clases sus compañeros la felicitaron por haber perdido peso y verse más delgada. Por dentro Micaela se sentía muy mal.
―Pero yo nunca me he sentido fea, nunca relacioné la gordura como sinónimo de fealdad ―cuenta desde su casa.
A pesar de las exigencias y los comentarios del resto, a Micaela jamás lograron convencerla de que debía tapar su cuerpo, disimularlo o esconderlo de la vista ajena. Ni siquiera aquella vez que una amiga de su hermana menor la vio usando un traje de baño de dos piezas. “Cómo te atreves a usar una ropa así”, le dijo, “se ve grotesco”. La agresora era una niña de más o menos diez años.
―Yo ni sabía qué significaba esa palabra, recuerdo que fui a buscarla al diccionario ―cuenta Micaela.
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Jazmin R., psicóloga, poeta y activista de treinta y un años, dice que su experiencia escolar fue tan dura que el día que terminó el colegio, lloró de felicidad:
―Estaba contenta de ya no ir más a un sitio así, donde todos eran unos gordofóbicos.
Además Jazmin, como afrodescendiente, también enfrentó el racismo de sus compañeros adolescentes. Durante su etapa escolar no sintió que podía agradarle a alguien más, se había resignado a la soledad y al rechazo. Inclusive los otros compañeros gordos de su clase también eran gordofóbicos. Cuando llegaba a su casa, debía sentir la presión de convivir con dos hermanas delgadas.
―No me sentía acompañada, pero mi esperanza era “no siempre me voy a sentir así”.
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Tanto Jazmin, como Micaela y también Rosario en algún momento de sus vidas comenzaron a reconocer y aceptar que sus cuerpos no tenían nada de malo ni vergonzoso. Que ellas no significaban un problema, que tal vez el resto era el que debía “adelgazar” sus prejuicios y su violencia. Aprendieron sobre estándares de belleza inalcanzables y la belleza de todos los tipos de cuerpos. También se enteraron de personas gordas prósperas y admiradas, las veían cada vez más seguido en la televisión e Internet. Al parecer sí era posible una realidad donde las personas como ellas no eran el centro de los señalamientos, las burlas y las agresiones.
Por ese entonces también conocieron sobre el body positive, que en español se puede traducir como “positividad corporal” o “cuerpos en positivo”.
El body positive es un concepto y una práctica que se viene popularizando masivamente desde finales de la primera década e inicios de la segunda década de este siglo y cuyo “epicentro” fue sobre todo Estados Unidos. Como el propio nombre lo sugiere, este movimiento defiende que todos los cuerpos son positivos, es decir, todos los cuerpos son buenos o están bien. Tampoco hay cuerpos “normales” versus cuerpos “anormales”.
Si bien es cierto hay un especial énfasis en la reivindicación de los cuerpos gordos de mujeres, en realidad el body positive recae en cualquier corporalidad que no encaja en el ideal de belleza hegemónica occidental: una persona de piel blanca, delgada, con ciertos rasgos y facciones considerados como “finos” o “refinados”.
Para el activista gordo y afroperuano Orlando Sosa, el body positive no contempla las opresiones culturales, históricas, sociales o económicas con las que convivimos. Al contrario, centran la solución del problema en la persona maltratada: esta es quien ha de quererse a toda costa, quien siempre debe demostrar que no está mal, quien tendrá que salir a la calle y enfrentar imperturbable las miradas y los insultos
Como lo han contado algunas escritoras con experiencia en medios, como Marie Southard Ospina y Kelsey Miller, el body positive, se empezó a difundir cada vez más en aquellas épocas a través de artículos de revistas y sitios web “para mujeres”, redes sociales y campañas publicitarias y en ciertos medios de comunicación. Allí se discutía sobre los “cuerpos reales”, sobre el dañino ensalzamiento de la cultura de la dieta y la pérdida de peso. También se difundía la aceptación de nuestros cuerpos y el amor propio, es decir, el quererse a una misma sea cual sea tu apariencia física. Todo esto se impulsaba como parte del “empoderamiento” de la mujer.
Micaela M. R. recuerda que uno de sus primeros acercamientos al body positive fue a través de un grupo de Facebook para chicas de tallas grandes en el cual compartían, por ejemplo, consejos de marcas de ropa inclusivas. O también recuerda la aparición en los medios de Ashley Graham, una de las modelos plus size más famosas en el mundo. Rosario supo del body positive también siguiendo cuentas de mujeres que vendían ropas de tallas grandes. Jazmín piensa en America’s Next Top Model, un reality show de competencia de modelaje que le gustaba mucho hace años. En una de sus temporadas, dice Jazmín, le entusiasmó que aceptaran participantes gordas, incluso una de ellas fue la ganadora. Se podría decir que iniciaron en el asunto de la aceptación corporal por una cuestión estética y de salud mental. Por la preocupación por verse bien, pero también por dejar de padecer ese insoportable abatimiento debido a sus cuerpos.
Les fue bien así, por un tiempo. Luego algo empezó a rechinar, una insatisfacción latente no les permitía disfrutar del todo ese supuesto auge de la celebración de todos los cuerpos. En el fondo, por más que ellas habían cambiado su pensamiento sobre sí mismas, el resto del mundo parecía seguir funcionando con los mismos prejuicios de siempre.
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“Si estás segura de quién eres no importa lo que te digan los demás”, “los complejos están en tu cabeza”, “debes de quererte ante todo”. Estas consignas empoderantes que por lo menos hemos escuchado una vez en la vida deberían de venir con letra pequeña al pie. Allí diría que no siempre depende de ti, amarse con convicción y entereza es muy difícil o inclusive imposible cuando la implacable realidad insiste en castigarte por cómo te ves. Sentirse bien consigo misma no depende nada más de la fortaleza mental o de un carácter “positivo”: si la sociedad condena tu apariencia, podrías vivir con serias desventajas y hasta correr peligro en las actividades más cotidianas.
Para el activista gordo y afroperuano Orlando Sosa ―como lo explicó en una charla sobre el asunto― movimientos como el body positive no contemplan las opresiones culturales, históricas, sociales o económicas con las que convivimos. Al contrario, centran la solución del problema en la persona maltratada: esta es quien ha de quererse a toda costa, quien siempre debe demostrar que no está mal, quien tendrá que salir a la calle y enfrentar imperturbable las miradas y los insultos. “Yo me quiero pero qué pasa cuando salgo a la calle y me gritan ‘gordo de mierda’ o ‘marica de mierda’” dice Orlando Sosa. La violencia no puede solo ignorarse para remontar sus consecuencias, estas van mellando certera y profundamente a la víctima.
Las personas gordas, por ejemplo, deben sortear una serie de barreras a lo largo de su vida. Y no se trata solo del malestar que podría ocasionar el reflejo en el espejo, sino de agresiones de familiares, de personas extrañas y de instituciones. En su estudio “The Negative and Bidirectional Effects of Weight Stigma on Health” los psicólogos Brenda Major, A. Janet Tomiyama y Jeffrey M. Hunger demuestran cómo el “estigma del sobrepeso” empeora desde la salud hasta la condición económica de las personas gordas. La discriminación por sobrepeso existe.
El activismo gordo, más allá de revalorizar los atributos de las personas con cuerpos grandes, reflexiona acerca del sistema que permite que esta gente sea oprimida en la sociedad. Justicia y seguridad alimentaria, el poder de la medicina y la industria farmacéutica, el papel de las políticas estatales y las grandes empresas en la proliferación de la obesidad son temas que se cuestionan en este movimiento
Estos prejuicios hacen que las personas gordas sean moralmente desacreditadas y estereotipadas como ociosas, sin fuerza de voluntad, descuidadas, fracasadas, enfermas. Es muy común, por ejemplo, creer de antemano que una persona gorda no está bien de salud. Muchas veces esta creencia viene de los propios médicos, como los nutricionistas. Estudios han demostrado cómo los profesionales de la salud suelen tratar hostilmente y darles menos tiempo de consulta a las personas con sobrepeso.
Para la nutricionista Tania Arauco, “el peso es un factor muy relativo para diagnosticar un mal”. Se necesitan más valores y análisis que el Índice de Masa Corporal, el cálculo entre la talla y los kilos de una persona que supuestamente determina si tiene sobrepeso. Esta medición para muchos especialistas es imprecisa y desfasada. Existen personas delgadas que se alimentan mal y presentan resistencia a la insulina o hipertensión. Mientras que otras personas gordas por contextura tienen un metabolismo saludable y ningún problema con el colesterol. Cualquiera sea el tamaño del cuerpo, lo que más importa es mantener una alimentación saludable y sostenible. Para Arauco, tanto en personas delgadas como en personas gordas, el peso es solo la “punta del iceberg” del estado de salud.
Pero los problemas para una persona gorda no solo pasan en los consultorios. En el estudio de Major, Toniyama y Hunger se cuenta que las personas gordas, sobre todo mujeres afroamericanas, son menos contratadas y reciben sueldos más bajos que las personas que no son gordas. Otro estudio encontró que de tener un trastorno alimenticio, pueden tardar hasta 13 años y medio en asumirlo, frente a los tres años que en promedio les toma a una persona delgada. Mientras que una encuesta a personas obesas demostró que el 89% de ellas había sufrido agresiones psicológicas de sus parejas. A lo largo de sus vidas pueden ser evitadas, excluidas o rechazadas. Por eso muchas optan por aislarse, lo que les lleva a vivir con trastornos mentales como la depresión.
A pesar de sus esperanzas en el body positive y su renovada visión sobre sí misma, Rosario siguió recibiendo comentarios no solicitados sobre su apariencia. Micaela no encontraba ropa de su talla y si la había, era muy cara. Jazmín vivía las citas médicas con mucha ansiedad por no saber cómo la trataría el doctor. Lo que no había cambiado, y probablemente no cambiaría en mucho tiempo, era el preconcepto que tenían las personas sobre ellas y el lugar que la sociedad les otorgaba, uno muy pequeño y al margen de la visibilidad y la participación. Ningún programa de televisión, artículo de revista, campaña publicitaria o hashtag era suficiente para cambiar lo que está totalmente arraigado.
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En mayo de 2019, Rosario creó una cuenta de Instagram en la cual decidió contar sus vivencias y reflexiones sobre ser una mujer gorda. Así nació Bitácora de una gorda. Para ella esto no habría sido posible sin el activismo gordo, movimiento social que nació en la década del 70 en países como Estados Unidos o Inglaterra. Rosario lo había conocido un par de años atrás, cuando fue a visitar a una amiga a Canadá.
El activismo gordo, más allá de revalorizar los atributos de las personas con cuerpos grandes, reflexiona acerca del sistema que permite que esta gente sea oprimida en la sociedad. Justicia y seguridad alimentaria, el poder de la medicina y la industria farmacéutica, el papel de las políticas estatales y las grandes empresas en la proliferación de la obesidad son temas que también se cuestionan en este movimiento. A lo largo del año y medio de vida de su bitácora, Rosario no solo ha podido contar su experiencia personal, sino también reflexionar sobre estos asuntos y compartir los sentires de otros cuerpos gordos (así lo hace en su proyecto “Autoetnografías gordas”). “Para mí el activismo gordo marcó un antes y un después en mi vida”, dice la antropóloga, “le pude poner nombre a muchas cosas que me pasaban”.
Micaela encontró nuevas mujeres referentes. Chicas y “chiques” que se mostraban en redes y que tenían los cuerpos más parecidos al suyo. No eran esas modelos plus size cuyos cuerpos curvilíneos, al fin y al cabo, no son tan incómodos para los medios y el público. “Yo tengo un cuerpo que entiendo, para los demás, sería una monstruosidad”, dice Micaela con tranquilidad, “aceptarlo a pesar de todo lo que debo de ver y oír en mi día a día me sigue pareciendo muy loco”.
Ella también conoce el activismo gordo y sabe que ha sido víctima de gordofobia o gordo odio ―ese rechazo y represión que se ejerce contra los cuerpos grandes― durante toda su vida. Pero ha encontrado sus propios mecanismos para generar confianza: desde hace unos años comenzó a tatuarse el cuerpo. “Sentí que si me tatuaba querría mostrar mis tatuajes y por lo tanto mi cuerpo”. En su Instagram le gusta subir muchos selfies de cuerpo entero, de su rostro. Como cualquier chica de su edad.
Jazmín aprendió de activismo gordo, pero también de antirracismo. Estos son dos grandes asuntos en su cuenta de Instagram, Poeta Afrofeminista, donde los aborda a través de su poesía. “Ser una persona gorda y negra es complejo, te enfrenta a una doble soledad”, dice Jazmín, “por eso creo que para las personas gordas, especialmente si son racializadas, es muy importante tener espacios de sanación”.
Para ella una de sus formas de sanación es precisamente la poesía. Hace unas semanas escribió un poema sobre ser gorda que dice así:
Me dicen gorda,
por lo tanto,
me dicen que odie mi cuerpo,
que ya no tenga sueños,
que ya no sienta,
que yo existo
en la no-existencia
Me dicen gorda,
por lo tanto,
me dicen que no encajo,
que soy diferente,
que debería no ser
que debería cambiar mi cuerpo,
por uno más hegemónico.
Me dicen gorda,
y por lo tanto,
me amo mucho más.
Sin culpas,
respondo,
sin bajar la cabeza
y sin retroceder,
me celebro.
Y aunque no se pueda celebrar todos los días, cuenta Jazmín, hacerlo de vez en cuando, es un triunfo enorme.