Mientras yacía en su cama de hospital en Kabul, Afganistán, tras sobrevivir al bombardeo de un grupo extremista que cobró la vida de más de 80 estudiantes de su escuela, una chica de 17 años llamada Arifa sentía tanto determinación como temor.
“Seguiré estudiando, aunque tenga miedo”, prometió Arifa, con la esperanza de convertirse en médica, ante Richard Engel de NBC News.
Las niñas y los niños afganos quizá no tengan libros, plumas y computadoras portátiles, pero en su sed de educación, tienen mucho que enseñarle al mundo. De hecho, una de las pocas cosas en las que los extremistas y los estudiantes parecen coincidir es el poder transformativo de la educación, sobre todo para las niñas.
De alguna manera horrorosa, quizá fue racional que los fundamentalistas hicieran estallar esa escuela, ya que la educación de las niñas es una amenaza existencial para el extremismo. Es por eso que los talibanes paquistaníes le dispararon a Malala Yousafzai en la cabeza. Es por eso que talibanes afganos rociaron los rostros de un grupo de niñas con ácido.
A la larga, una niña con un libro es una mayor amenaza para el extremismo que un dron que sobrevuela.
“La manera de crear un cambio a largo plazo es la educación”, afirmó Sakena Yacoobi, una de mis heroínas que ha dedicado su vida a educar a sus compatriotas afganos. “Una nación no se construye a base de empleos temporales y derechos mineros, contratistas y favores políticos. Una nación se construye a partir de la cultura y la historia compartida, una realidad en común y el bienestar comunitario. Esto lo impartimos a través de la educación”.
Desde los atentados del 11 de Septiembre, nosotros los estadounidenses hemos buscado derrotar al terrorismo y al extremismo con herramientas militares. Ahora que estamos retirando a nuestros soldados de Kabul y Kandahar, es un buen momento para reflexionar sobre los límites del poder militar y las razones para invertir en herramientas más rentables para cambiar el mundo, como la escolaridad.
Después de casi 20 años y 2 billones de dólares, el ejército más poderoso en la historia del mundo no logró reconstruir Afganistán. Algunos estadounidenses critican al presidente Joe Biden por retirar a las tropas de Afganistán, pero creo que tomó la decisión correcta. Desde hace mucho he argumentado que estábamos perdiendo terreno y que la guerra era insostenible.
Llegué a esa conclusión después de que los contratistas afganos que abastecían los suministros de las fuerzas estadounidenses en Kabul me dijeron que por cada 1000 dólares que Estados Unidos les pagaba, ellos les daban a los talibanes 600 dólares en sobornos para que los dejaran atravesar los puntos de control. Para apoyar a un solo soldado estadounidense en la provincia de Helmand, los contratistas les pagaron suficientes sobornos a los talibanes para que contrataran a 10 hombres que lucharan contra ese estadounidense.
Y aunque la guerra más prolongada de Estados Unidos es insostenible, debemos recordar nuestras obligaciones. Debemos acelerar de inmediato el trámite de visas para aproximadamente 17.000 traductores afganos, asistentes y otros especialistas que han trabajado con Estados Unidos y que estarán en peligro cuando nuestras fuerzas se marchen. De lo contrario, su sangre estará en nuestras manos.
Así que, ahora que vemos con más claridad los límites del poder militar, tratemos de socavar el extremismo con herramientas como la educación, que también es mucho más barata. Por el costo de desplegar a un solo soldado en Afganistán durante un año, podemos establecer y pagar los gastos de 20 escuelas rudimentarias.
Se tiene la idea errónea de que los talibanes no permiten que las niñas reciban una educación. No es fácil, pero es posible hacerlo. Los talibanes toleran muchas escuelas para niñas, sobre todo las primarias y las que cuentan con profesoras, pero los grupos de asistencia deben negociar con las comunidades y ganarse su apoyo. No ayuda que se monte un letrero afuera de la escuela que diga que fue donada por Estados Unidos.
“La mayoría de los grupos de asistencia han logrado operar con éxito en ambos lados de los frentes de batalla talibanes”, señaló Paul Barker, que ha trabajado en labores humanitarias en la región durante muchos años.
La educación de las niñas no es un remedio mágico. En los últimos 20 años, se construyeron escuelas en todos los rincones de Afganistán y eso no ha sido suficiente para obstaculizar a los talibanes.
“No es como que vas a la escuela y de pronto te sientes empoderada”, me dijo una joven afgana. Seamos honestos: nada funciona tan bien como quisiéramos cuando se trata de vencer al extremismo.
Sin embargo, esta joven es un ejemplo de lo que está en riesgo. Ella estudió por su cuenta en la zona central de los talibanes y luego logró venir a Estados Unidos, donde ahora es investigadora de algoritmos cuánticos.
La educación es un arma imperfecta contra el extremismo, pero ayuda. Funciona mediante alguna especie de combinación de ampliar perspectivas, construir una clase media, amplificar la voz de las mujeres en la sociedad, así como reducir el crecimiento poblacional y, con ello, un “incremento de juventud” desestabilizador en la población.
Así que espero que ahora que, escarmentados, retiraremos nuestras fuerzas militares de Afganistán, aprendamos algo tanto de los extremistas como de sus víctimas: promover la educación de las niñas no es una cuestión de idealismo sentimental, sino de emplear una herramienta poco costosa que es lenta a un grado frustrante, pero que a veces es la mejor que tenemos.
“No hay ninguna otra manera de construir una nación”, me dijo Yacoobi. “Tal vez algún día podamos derretir algunas de estas armas e intercambiarlas por medicamentos y nuevas épicas de Homero. Si queremos llegar a eso, siempre debemos empezar con la educación”.