El brócoli es parte habitual de la dieta peruana. Lo vemos fresco en los mercados y lo servimos en ensaladas o como guarnición en el almuerzo. Perú es, además, uno de los principales productores de este vegetal en América Latina, con cultivos extensos en el valle del Chillón (Lima) y en regiones del sur como Junín. Pero detrás de su apariencia saludable puede esconderse un riesgo invisible: residuos de pesticidas que no se notan a simple vista.
El Monitoreo Ciudadano de Pesticidas en Alimentos, realizado en octubre, reveló que el 60 % de las muestras de brócoli recogidas en cinco mercados de Lima y Callao supera el límite máximo permitido de residuos de pesticidas. Las muestras se recolectaron en Minka (Callao), el Centro Comercial Bellavista (Callao), el mercado San José (Jesús María), Lobatón (Lince) y el Gran Mercado Mayorista de Lima (Santa Anita). El análisis fue realizado por el laboratorio Mérieux NutriSciences, acreditado internacionalmente y autorizado por Senasa.
Los resultados son contundentes: tres de las cinco muestras no son aptas para el consumo humano, aunque se vendan sin restricción. Solo dos —las del Gran Mercado Mayorista de Santa Anita y el Centro Comercial Bellavista— cumplieron con los estándares nacionales. Este patrón coincide con los hallazgos históricos del propio Senasa: en 2024, el 43 % de las muestras de brócoli analizadas en el país no cumplió la norma; y en 2023, tampoco aprobaron el 34 %.
La muestra más contaminada provino del mercado Minka, donde se detectaron tres pesticidas por encima de los límites permitidos: clorfenapir, fipronil y procimidona. Esta última excedió el nivel permitido más de 70 veces.
La procimidona es un fungicida sintético usado en cultivos de frutas, cereales y hortalizas. Está catalogada como disruptor endocrino y antagonista del receptor de andrógenos, lo que significa que puede alterar el desarrollo y la función de los órganos reproductivos.
El clorfenapir es un insecticida prohibido en la Unión Europea desde 2008 debido a su alta toxicidad. Está asociado con daño hepático, anemia y afectación al corazón. Sus síntomas de intoxicación pueden aparecer de forma retardada y, en casos graves, la tasa de mortalidad es elevada porque no existe un antídoto específico.
El fipronil también implica riesgos importantes. En estudios con animales se observó un efecto inhibidor sobre la hormona tiroidea, y la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (EPA) lo clasifica como posible carcinógeno humano, tras detectar un aumento de tumores en ratas expuestas.
En el mercado San José (Jesús María) se identificó imidacloprid, un insecticida que, según estudios en ratas y conejas gestantes, puede causar efectos reproductivos y retraso en el crecimiento óseo de las crías. Además, permanece en el suelo durante meses o incluso años, lo que incrementa el riesgo de contaminación ambiental. En humanos, su exposición prolongada puede afectar el hígado, la tiroides y el sistema nervioso.
El brócoli del mercado Lobatón (Lince) contenía permetrina, un insecticida que la EPA clasifica como de “evidencia sugestiva” de potencial carcinógeno, tras observar tumores pulmonares en ratones hembra.
Aunque el brócoli es un alimento altamente nutritivo —bajo en calorías, rico en fibra, vitaminas y minerales, y beneficioso para la salud cardiovascular—, la contaminación por plaguicidas contrarresta estos beneficios. Además, no es posible identificar a simple vista si un brócoli está contaminado, y lavarlo o hervirlo no garantiza la eliminación de los residuos, que pueden permanecer en el interior del vegetal.
El Monitoreo Ciudadano de Pesticidas en Alimentos —una iniciativa de organizaciones civiles, entre ellas Salud con lupa— busca evidenciar los riesgos a los que está expuesta la población y alertar sobre la necesidad de fortalecer la capacidad del Estado para garantizar la inocuidad de los alimentos. El Senasa debe reforzar su monitoreo, fiscalización y sanción frente al uso indiscriminado de plaguicidas que ponen en riesgo la salud pública. También es urgente consolidar un sistema de trazabilidad que permita identificar el origen de cada producto. Solo así se podrá garantizar que los alimentos que llegan a la mesa sean realmente saludables.