Cuando, por ejemplo, un consumidor de Nueva York toma del anaquel de una tienda de comestibles una barra de Milky Way, se convierte en el último eslabón de una larga cadena que tal vez comenzó en una parcela de Ghana, donde, no hace tanto tiempo, existía un bosque tropical.
Alrededor del 80 por ciento de los árboles que se derriban cada año en las zonas tropicales son destruidos con el fin de dejar espacio para la producción de cacao, soya, aceite de palma y ganado, que son las materias primas del chocolate, el cereal, los asientos de cuero y miles de productos más. Hace diez años, algunas de las empresas más grandes del mundo, entre ellas Coca-Cola, Kellogg’s, Walmart y Mars, prometieron cambiar sus prácticas para ayudar a acabar con la deforestación para el año 2020. Algunas, como Nestlé y Carrefour, fueron todavía más lejos y dijeron que eliminarían, por completo, la deforestación de sus cadenas de suministro.
Llegó 2020 y algunas empresas reportaron avances hacia esa meta. Sin embargo, ninguna de ellas pudo afirmar que había eliminado la destrucción forestal de su cadena de suministro. Muchas otras ni siquiera lo intentaron, comentó Didier Bergeret, director de sustentabilidad del Consumer Goods Forum, un grupo industrial de más de 400 comerciantes y fabricantes que hicieron ese compromiso. Además, últimamente ha estado aumentando la deforestación anual en las zonas tropicales, donde los árboles almacenan la mayor parte del carbono y albergan la mayor parte de la biodiversidad.
¿Las empresas saben lo que hay en su cadena de suministro?
Al principio, muchas compañías que se comprometieron a lograr una deforestación “cero” pensaron que podían cumplir esa meta comprándoles a los vendedores sustentables certificados, señaló Justin Adams, director de la Tropical Forest Alliance, una organización que ayuda a las empresas a cumplir sus compromisos. Si lo vemos en retrospectiva, comentó Adams, fue un planteamiento ingenuo para un problema complejo.
En primer lugar, las empresas tienen que saber con exactitud de dónde proceden sus productos. Mars, por ejemplo, es una de las compañías usuarias de cacao más importantes del mundo, el cual compra a proveedores como Cargill. Pero esos proveedores también compran el cacao y al inicio de la cadena están los productores, algunos de los cuales son pequeños agricultores en Costa de Marfil, Ghana y otros lugares. Mars mencionó que, para fines de 2020, pudo rastrear cerca del 43 por ciento de su cacao a granjas específicas.
Esta empresa ha tenido mejor suerte explorando la cadena de suministro de su aceite de palma. Cuando lo hizo, descubrió que su aceite procedía de 1500 prensas de aceite de palma, una cifra que la empresa calificó como “demasiado complicada de manejar”. Desde entonces, ha reducido esa cifra a 87. Junto con una organización sin fines de lucro llamada Earth Equalizer Foundation, usa imágenes de satélite para vigilar qué uso se le da a la tierra en las plantaciones de extracción a fin de asegurarse de que no estén talando el bosque.
En 2020, Nestlé informó que el 90 por ciento de sus proveedores de aceite de palma, celulosa, soya, azúcar y carne no talaban los bosques. La empresa realizó monitoreo en el campo y vía satélite, pero la conclusión aprovechó en gran parte el hecho de que los productos procedían de “regiones de bajo riesgo” como Europa o Estados Unidos, donde es poco probable que exista deforestación para productos como la soya. Esta compañía no incluyó ni el cacao ni el café en su meta original, pero mencionó que esos cultivos serían parte de sus próximos esfuerzos por lograr una deforestación cero en 2025.
Si las empresas no pueden rastrear el origen de los productos, tampoco pueden estar seguras de que se produjeron sin talar árboles. Como lo documentó The New York Times hace poco, los agricultores de Brasil que trabajan en tierras deforestadas de manera ilegal vendieron al menos 17.000 cabezas de ganado durante tres años y medio a los intermediarios, quienes después las vendieron a las grandes empacadoras de carne. La granja ilegal de origen no figuraba en los documentos relacionados con la cadena de suministro. Todos estos factores dificultan calificar el éxito de los esfuerzos de las empresas.
¿Hay otras formas de marcar una diferencia?
Las empresas que, de manera voluntaria, han avanzado en este frente no se encuentran dentro de la mayoría, pero algunas están presionando para que estas normas sean adoptadas de modo más generalizado y que los gobiernos promulguen leyes que obliguen a que cambie toda la industria.
Las leyes y la presión pública ya han marcado una diferencia. En este momento, Brasil está en la lista negra (como resultado de las agresivas políticas de desarrollo del presidente Jair Bolsonaro en la Amazonía), pero hace apenas algunos años, era reconocido como una historia de éxito en materia de conservación.
Entre 2004 y 2012, la deforestación en la Amazonía brasileña cayó en un 84 por ciento. Brasil fomentó la protección legal de mayores extensiones de bosque aumentó la aplicación de las leyes relacionadas con la tala ilegal. En 2006, después de un revuelo por parte de grupos como Greenpeace, el gobierno brasileño también gestionó una suspensión voluntaria con los principales compradores de soya como Cargill, lo que redujo de manera significativa la deforestación para el cultivo de la soya.
En Indonesia, los bosques tropicales y los terrenos pantanosos suministraron a la industria del aceite de palma, la cual proliferó como respuesta a los incentivos para el biodiésel en Estados Unidos y Europa. El catastrófico daño ambiental provocado suscitó nuevos esfuerzos para restringir la tala y quema de los bosques. De acuerdo con Global Forest Watch, ahora, la tasa anual de deforestación de Indonesia está en su nivel más bajo en casi 20 años.
Este impactante giro demuestra que el cambio es posible si existe la motivación suficiente. Pero recuperarse del daño no es tan fácil como provocarlo. Se pueden plantar árboles nuevos, pero estos tardan décadas en desarrollar la “maquinaria fotosintética” necesaria para almacenar el carbono en grandes cantidades, explicó Mark Harmon, un especialista en la ecología del bosque de la Universidad Estatal de Oregon.
¿Qué logran las promesas?
Nadia Bishai, de CDP, un grupo sin fines de lucro que rastrea y clasifica a las empresas que tienen la mayor participación en la deforestación tropical, señaló que existen motivos para tener esperanzas. En el pasado, la biodiversidad era el argumento principal para conservar los bosques tropicales. Pero, “los bosques se han convertido en algo fundamental para el tema del cambio climático”, comentó. Y la capacidad de los árboles para almacenar carbono incentivó la creación de reglas por parte de la Unión Europea destinadas a reducir la deforestación, así como el compromiso reciente de los líderes de más de 100 países, que incluyen Brasil, China y Estados Unidos, para acabar con la deforestación para el año 2030. Los países firmantes albergan cerca del 85 por ciento de los bosques del mundo, lo que convierte este acuerdo en el más extenso hasta ahora en lo referente a la conservación de los bosques.
“Creo que esta vez tenemos un poco más de esperanzas”, comentó Bishai. “Esta acción conjunta es primordial para el futuro”.
Como lo corroboran los compromisos hechos por las empresas en 2010, una promesa no entraña un resultado. Pero al menos puede señalar el camino.
© 2021 The New York Times Company