Carlos Cenepo
San Martín
Mushuck Llacta de Chipaota: la comunidad kichwa que se contagió por el retorno de su gente
Mushuck Llacta de Chipaota, la comunidad indígena con más casos de COVID-19 en la región San Martín, se infectó de coronavirus por recibir a sus hermanos que venían desde Lima. A mediados de abril, veintiún kichwas —conocidos así desde el siglo XVI, cuando los misioneros jesuitas intentaron evangelizarlos en lengua quechua— viajaron en dos buses hasta Tarapoto tras estar varados un mes en la capital. En el momento en que se decretó la cuarentena, algunos estaban de paseo junto a su familia mientras que otros procuraban vender sus artesanías. Sin un lugar donde dormir, pudieron hallar refugio en la Base Naval de La Marina y en el Centro Vacacional Huampaní, un albergue temporal habilitado por la pandemia.
Su retorno lo gestionó el apu de la comunidad, Carlos Cenepo Pizango, con las autoridades locales. No todos en el grupo eran kichwas. En realidad, eran más de treinta y siete nativos, algunos de ellos de la etnia llacuash, que viven en comunidades colindantes como Aguanomoyuna, Tununtunumba y Shilcayo. Antes de salir de Lima les hicieron unas pruebas rápidas y ninguno dio positivo.
Lo que siguió fue una serie de cuarentenas fallidas. Ya en Tarapoto se dirigieron, en otros buses, hacia Chumía —un poblado en conflicto, a las afueras de Chazuta, ubicado en la margen izquierda del río Huallaga —, donde el alcalde había alquilado albergues de madera para que pudieran confinarse antes de volver a territorio indígena. La ronda campesina de Chumía los custodió durante quince días, y personal del Centro de Salud de Chazuta los visitó un par de veces para dejarles medicinas y realizarles nuevas pruebas de descarte. En ese momento eran treinta y dos, porque cinco de la comitiva se habían quedado en Tarapoto. De esos treinta y dos, tres kichwas dieron positivo. Un señor, un muchacho y una niña. Ellos se quedaron en el albergue mientras los demás se subieron a un volquete rumbo a Chazuta, que es como se llama también la capital del distrito, desde donde se dispersaron hacia sus comunidades.
A Mushuck Llacta de Chipaota solo se puede llegar surcando el río Huallaga. Por eso el apu Carlos Cenepo Pizango, el más interesado con este retorno, dispuso tres canoas motorizadas —llamadas comúnmente ‘peque peque’ por el sonido que hacen—. Era un día alegre para el pueblo. El regreso de dieciocho kichwas que había que celebrarse con chuchuhuasi, un macerado típico de la selva.
Pero la asamblea del pueblo había acordado que hicieran una tercera cuarentena de quince días en los dos únicos colegios de la comunidad antes de reencontrarse con su familia. Así lo hicieron. La calamidad vino después, cuando técnicos del puesto de salud de Chazuta les hicieron pruebas rápidas, y todos dieron positivo. Los dieciocho. Cuando el apu Cenepo Pizango se enteró de los contagios, no pudo evitar el llanto. La noticia no tardó en expandirse por los novecientos habitantes del pueblo Mushuck Llacta de Chipaota. “Se le ha ocurrido traer a gente desde Lima para matarnos”, le dijeron al apu.
Cenepo Pizango cree que el contagio ocurrió en Chumía, en donde convivieron con otras comunidades o tal vez en Chazuta, donde hubo gente que llegó a pie huyendo. Sea como fuere, con el correr de las semanas, Chazuta se convirtió en un foco infeccioso con 286 casos entre confirmados y sospechosos.
El último día del confinamiento decretado por el Gobierno, Ely Tangoa, presidente de la Coordinadora de Desarrollo y Defensa de los Pueblos Indígenas de la Región San Martín, alertó mediante una carta abierta al presidente Martín Vizcarra que las catorce comunidades kichwas a lo largo del río Huallaga presentan síntomas de COVID-19. Los kichwas son el tercer pueblo indígena con mayor población en el Perú: reúne a más de setenta mil personas en 315 comunidades. De los cuatro grandes grupos que existen en el país (repartidos entre los departamentos de Madre de Dios, Loreto y San Martín), los kishwas más afectados por la pandemia son los que se asientan en Chazuta, donde nueve comunidades de las dieciocho que agrupa el distrito tienen casos de COVID-19. La que tiene más casos confirmados es, precisamente, Mushuck Llacta de Chipaota.
En esta comunidad donde cantan los paujiles y las pucacungas, el virus alcanzó hasta el personal médico, una enfermera y una doctora serumista, quienes fueron evacuadas, clausurando el único puesto de salud de la comunidad. Desde entonces Cenepo Pizango se ha tenido que encargar de la prevención y seguridad de sus hermanos indígenas. A los dieciocho contagiados los mandó a sus casas a pasar cuarentena por cuarta vez y organizó rondas para retomar el control. También castigó a quienes no utilizaran mascarilla, recluyéndolos por veinticuatro horas en el calabozo del pueblo, un espacio rústico, con techo de calamina, en la parte trasera del local comunal. Hoy esos dieciocho nativos ya vencieron al COVID-19, pero hay siete nuevos casos positivos que no tienen dónde atenderse. Personas que se curan con remedios caseros porque no tienen nada más al alcance. “Pero yo no tiro la toalla. Estoy preparado para todo. Si hay que morir, se morirá”, sentencia el apu Cenepo Pizango con la firmeza de quien lleva mucho tiempo resistiendo a la adversidad.