Durante las primeras horas del 16 de diciembre, las familias que vivían a pocas cuadras del puente Pichanaqui, en la región Junín, vieron la llegada del Ejército. Este puente que conecta a los distritos de la provincia de Chanchamayo había sido bloqueado debido al paro indefinido que acató la región para exigir el adelanto de elecciones generales y la renuncia de la presidenta Dina Boluarte.
Hasta ese momento, las protestas contra el nuevo gobierno se habían extendido a ocho regiones (Apurímac, Lima, Huancavelica, Arequipa, La Libertad, Puno, Ayacucho y Cusco), con el trágico saldo de 21 civiles fallecidos y otros 60 hospitalizados. Al amparo de un Estado de Emergencia declarado en todo el país, las Fuerzas Armadas y los Sinchis de Mazamari, una unidad que pertenece a la Policía, ingresaron esa madrugada al puente de Pichanaqui y comenzaron a ocupar las calles más próximas a esta vía.
Disparos e intentos por llevar agua a personas que soportaban el gas de las bombas lacrimógenas quedaron registrados en video. Con el avance de las horas, la violencia llegó al anexo Sangani. Allí, en la calle Marginal, a pocas cuadras del puente, Susana Galindo Vizcarra se dio cuenta que era necesario alejarse de los militares porque habían empezado “a disparar a quemarropa”. Entonces, pensó que lo mejor era irse de su casa y quedarse con unas tías que vivían unas cuadras más allá. “Había como una neblina, no se podía respirar, la cara te ardía, hemos tenido que usar vinagre y salir”, recuerda Susana. ‘Vámonos porque acá nos vamos a morir ahogados´, le dijo a su mamá.
Su hermano Diego prefirió no acompañarlos pues creía que los disturbios acabarían pronto. Por la tarde, cuando notó que los disparos habían cesado, bajó al primer piso de su casa -el que Susana usaba como tienda de abarrotes- y cruzó la calle. Pero apenas pudo dar unos pasos porque cayó al suelo por el impacto de dos disparos. Uno en el brazo derecho y otro a la altura del tórax, “debajo de sus tetillas”, según indica el certificado de necropsia al que accedió Salud con lupa. Susana, que se había quedado con el celular de su hermano al salir de casa, se enteró por unos vecinos que estaba herido.
“Como el puente estaba lleno de militares y policías, no se podía pasar por ahí (para llegar al hospital de Pichanaqui). Lo llevaron a la posta de salud de Satélite pero no había médicos. Lo que hicieron fue moverlo en una ambulancia. Pude alcanzarlos antes de que la ambulancia cruzara el río Perené, pero mi hermano estaba banco como un papel. Era evidente que se estaba muriendo”, recuerda Susana.
Aunque logró ingresar al hospital, un policía la sacó, cogida del brazo, sin darle explicaciones. Solo pudo ver los incontables heridos que ingresaban y las familias que reclamaban por estar junto con ellos.
Cerca de las 8 de la noche, supo que su hermano Diego, de 40 años, había fallecido. Cuando piensa en las horas que pasaron hasta su llegada al hospital, Susana se arrepiente porque cree que su hermano seguiría vivo, trabajando como mototaxista o yendo a la chacra a cultivar café y plátano. “Estuvo tirado en el suelo. No había motos, no había nada. La gente que estaba cerca intentaba cubrirse de la balacera. Demoraron en atenderlo y por eso se desangró”, dice. Diego Galindo no participaba de la protesta, pero fue alcanzado por las balas.
Los militares estuvieron disparando afuera de la casa de Susana, pues justo se ubica en una esquina de la calle Marginal. "Han disparado a las personas como si fueran animales”, dice.
Un adolescente entre las víctimas
Oscar Gonzáles Huamán tiene un negocio de venta de pollo broaster y caldo de gallina en su casa ubicada en el centro poblado Santa Rosa, en el distrito de Perené. El local ha quedado vacío tras la muerte de su hijo Jhonatan T.C. El muchacho de 17 años empezó a trabajar en el negocio familiar a los 15 años y había logrado comprar una motocar y una motocicleta. Las ganancias lo motivaban a soñar que, antes de los 20, compraría un auto. Su segundo objetivo era estudiar para convertirse en chef.
El 15 de diciembre, unas horas antes de que el local cerrará, Jhonatan le pidió a su papá S/20 de sus ahorros porque iría a jugar fútbol y se marchó. Óscar lo llamó para saber a qué hora regresaría, pero su hijo lo tranquilizó, diciéndole que iría a dormir a la casa de un familiar que vive a menos de dos cuadras del puente de Pichanaqui.
Cerca de las tres de la madrugada, cuando ya había empezado la acción del Ejército, el joven salió a la calle para ayudar a las personas que no podían respirar por las bombas lacrimógenas. “Él empezó a dar agua a los que se asfixiaban. Allí, le cayó la bala”, cuenta su padre. El certificado de necropsia al que accedió Salud con Lupa confirma que fue herido por un proyectil de arma de fuego, causándole shock hipovolémico y laceración hepática.
En Santa Rosa, los fuertes golpes en su puerta despertaron a Óscar. Al escuchar que su hijo podía estar muerto, no dudó en salir corriendo -incluso descalzo- hasta llegar al centro de salud de Ciudad Satélite. Cuando comprobó que no recibía auxilio, decidió llevar a su hijo en una camioneta al hospital de Pichanaqui, aunque eso significaba cruzar el puente, en medio del humo y los disparos.
Sin embargo, el personal de salud se negó a atenderlo porque el muchacho “ya estaba muerto”. “¿Dónde lo voy a llevar? Por favor, ponle suero. ¡Ayúdame!”, les gritó con desesperación. Tres semanas después, el dolor por la muerte de Jhonatan le impide ver sus fotos y se siente sin fuerzas para abrir el local donde su hijo preparaba el ‘caldo de gallina especial’.
Un exsoldado que soñaba con ser policía
La represión en Pichanaqui no terminó la mañana del 16 de diciembre. Por la tarde, el sonido de los disparos siguió atemorizando a Ciudad Satélite, un centro poblado del distrito de Perené. Ronaldo Franly Barra Leiva, de 22 años, fue la tercera víctima como resultado de los enfrentamientos en esa zona. Ese día, almorzó con su familia pero tuvo que irse pronto a Pichanaqui para ver a su pareja y la hija de ambos, de tan solo 8 meses.
“Íbamos a salir juntos, pero me pidió, con voz fuerte, que me quedara”, cuenta su hermana Jashmín a Salud con Lupa. Ella lo obedeció y se quedó a esperarlo, pero horas después supo que Ronaldo había sido herido en las protestas. “Cuando llegué a mi casa, vi a mi esposo con el rostro pálido. Me preguntó. ¿Con qué ropa salió Ronaldo? Con su polo negro y sus shorts y zapatillas, le dije. Creo que lo han baleado, me respondió”.
En el hospital de Pichanaqui, Jashmin identificó las prendas de su hermano y se enteró que tenía el hígado perforado por el impacto de un proyectil de arma de fuego. Aunque los médicos intentaron auxiliarlo, falleció esa noche. Al día siguiente, la familia de Ronaldo volvió al hospital para el levantamiento del cadáver, pero se sorprendieron al saber que el cuerpo había sido llevado a la comisaría del distrito.
Allí, según recuerda Jashmin, encontraron una camioneta blanca sin placa que los hizo temer de que la Policía pudiera llevar el cuerpo a otro lugar. “El vehículo estaba estacionado afuera de la comisaría. En ese momento, bajó alguien (de la camioneta) y le reclamé. ‘¿Por qué han sacado a mi hermano, no estaban conformes con matarlo? ¿Qué han querido hacer? ¿Desaparecer el cuerpo?’ ‘Tan solo cumplimos órdenes’, me dijo”.
La familia de Ronaldo logró impedir la salida del vehículo y con el permiso de la Fiscalía, inició los trámites para que trasladen el cuerpo al distrito de La Merced, donde por fin se realizó la necropsia en el Hospital “Hugo Pecse Pescetto”.
El documento que revisó Salud con Lupa detalla todas las lesiones que causó el proyectil de arma de fuego al nivel del tórax: “laceraciones del diafragma, del duodeno, de zona de unión piloro (estómago), hemorragias en subserosas del estómago, del colón y también en mesenterio, laceraciones amplias de hígado y riñón”. En base a ello, el examen concluye que “las lesiones ocasionadas le causaron abundante hemorragia, y por su gravedad” provocaron la muerte.
Meses antes, Ronaldo había dejado la base militar Villa María, a unos 10 minutos de Pangoa, en el Valle de los Ríos Apurimac, Ene y el Mantaro (Vraem) en la que se había enrolado, porque luego de cumplir su servicio militar quería reengancharse en la Policía. Trabajaba como empleado de una ferretería y, esporádicamente, iba al campo a trabajar -cargando sacos de habas o realizando otras tareas- para mantener a su familia.
Los sobrevivientes
Las víctimas en Pichanaqui también fueron 43 civiles y 9 policías heridos. En la lista de nombres que recogió el Ministerio de Salud aparece Toni Smith Huanasca Sánchez. Este joven de 24 años pudo volver el 30 de diciembre a Sangani luego de ser operado en el Hospital de Emergencias Villa El Salvador, de Lima, por un disparo que impactó el tórax. El informe de alta médica emitido por el hospital el pasado 22 de diciembre indica que sufrió “una lesión por arma de fuego, generando disnea (dificultad para respirar) y dolor toráxico”.
La bala ingresó por la espalda, cerca del hombro izquierdo, minutos después de que Toni saliera a las calles de Sangani para saber dónde se encontraban los militares. Aunque se fue acompañado de su pareja Jhasley Mercado Noya, ella lo perdió de vista durante los disparos y tuvo que retornar a la casa donde vive con sus suegros, en este anexo. “Uno de sus amigos me dijo que lo habían visto herido de bala”, dice Jhasley al recordar la llamada que recibió la tarde del 16 de diciembre.
Ese día, Toni fue llevado al hospital Hugo Pesce, del distrito de La Merced, pero no pudo ser operado ante la falta de un cirujano cardiovascular. La posibilidad de que sea enviado a Huancayo pronto se descartó pues la región tampoco contaba con especialista. Recién el 18 de diciembre, partió en una ambulancia al Hospital de Villa El Salvador, donde los médicos le hicieron un drenaje torácico para salvar su vida, insertando un tubo entre el pulmón y la pared del tórax.
“Tenían que esperar que deje de sangrar (a través del tubo) para que le den el alta”, explica Jhasley. La familia de Toni viajó por última vez a Lima el 26 de diciembre y al llegar al hospital, descubrieron que los S/360 que pagaron para una transfusión de plaquetas en realidad había sido una estafa. Por el momento, el joven no puede volver a trabajar como técnico de maquinaria pesada ya que se cansa más de lo usual al caminar.
Quien todavía permanece en Lima, tras sufrir un disparo en la rodilla, es Rusver Vilca del Pino, de 21 años. Su padre, Emiliano Vilca, se queda a dormir en el Hospital Hipólito Unánue para acompañarlo hasta que pueda recuperar la movilidad de su pierna izquierda. Este miércoles los médicos le explicaron que han tenido que colocar más clavos en la rodilla, por lo que su hijo debe seguir internado por al menos 10 días.
El Hospital de Pichanaqui fue el primero que recibió a Rusvel, la noche del 16 de diciembre. Al día siguiente, antes de la 1 de la madrugada, lo trasladaron al Hospital de La Merced para una transfusión sanguínea. A pesar de las diez unidades de sangre que recibió, los dolores eran insoportables para Rusvel y se evaluaba la posibilidad de amputarle la pierna. Después de unos minutos, un médico que vio a Emiliano llorando le advirtió que su hijo no había sido sometido a ninguna cirugía, pero tenía que ser trasladado a Lima con urgencia.
La herida de Rusvel fue accidental, tal como ocurrió con otras víctimas que fallecieron en Ayacucho y Apurímac. En este caso, el joven tenía planeado reunirse con su hija de 3 años y su esposa embarazada en Sangani, donde los tres estaban viviendo temporalmente. Para lograrlo, Rusvel tenía que cruzar el puente de Pichanaqui. Desafortunadamente, el proyectil de un arma de fuego se lo impidió.
Cuando supo que Rusvel estaba hospitalizado, Emiliano tenía a su otro hijo -Alex Vilca del Pino- con una lesión en la pierna izquierda. El joven de 24 años alquilaba un local a una cuadra de la calle Marginal, muy cerca del puente de Pichanaqui, para vender comida. “A las 4 de la madrugada empezaron a escuchar disparos. Mi hijo empezó a correr para escapar pero antes de llegar a una esquina, la bala le alcanzó”, repasa Emiliano sobre lo ocurrido ese mismo 16 de diciembre.
A Alex lo atendieron en el Hospital de Pichanaqui por una fractura de tibia. La explicación que le dieron a su padre es que el hueso “se había partido en dos”. A diferencia de su hermano menor, solo fue referido al Hospital de La Merced debido a que sus lesiones no eran graves. Emiliano Vilca cuenta que Rusvel lo ayudaba en la chacra y, otras veces, hacían trabajos de construcción. A pesar que Alex logró recuperarse, permanece en silla de ruedas y ha perdido su negocio porque no puede pagar el alquiler del local.