“Somos polvo de estrellas”. Cuando el astrónomo Carl Sagan pronunciaba esa famosa frase, le recordaba a la gente que gran parte de la materia de nuestros cuerpos se creó dentro de las estrellas hace mucho. Quería que la gente supiera que somos maravillosos y nuestra historia también lo es.
La historia de la humanidad dio un giro nuevo e interesante cuando viajamos al pasado 13.000 millones de años. Después de más de dos décadas de diseño y planificación, la NASA publicó la primera imagen del telescopio espacial James Webb, que reveló la vista infrarroja más profunda del universo que jamás se haya contemplado. Esta nueva imagen de campo profundo es mucho más detallada que las imágenes anteriores capturadas por el telescopio espacial Hubble. Una vez más nos quedamos boquiabiertos ante el universo.
Si bien hay algunas estrellas intrusas en la fotografía, casi todos los puntos de la imagen son galaxias. Para tener una idea de la escala, si pudiéramos sostener un grano de arena con los brazos extendidos hacia el cielo, ese punto es del tamaño de la vista. Es una porción minúscula de nuestro universo, lleno de miles de galaxias, cada una con miles de millones o billones de sistemas estelares y cada uno de ellos con sus propios planetas.
El martes, la NASA publicó aún más imágenes del telescopio, incluyendo vistas de la nebulosa de Carina y la nebulosa del Anillo del Sur, así como cúmulos notables de galaxias.
El mundo observó cómo se compartían las imágenes. Momentos como este son extraordinarios, no solo porque los telescopios tan poderosos son escasos y poco frecuentes, sino porque las experiencias colectivas también lo son, al menos las que son así de positivas. Esa es su propia hazaña, y eso es lo que hace la exploración espacial: nos recuerda nuestra conexión inherente. Ver imágenes como estas también puede proporcionar una profunda sensación de insignificancia: ofrecen un sentido de proporción y nos hacen comprender lo pequeños que somos a gran escala.
Unidos por nuestros cuerpos y nuestro planeta, nos valemos de telescopios, vehículos de exploración espacial, misiones planetarias y cosas por el estilo para extender nuestro alcance más allá de nuestro pequeño vecindario cósmico. Con estas primeras imágenes, Webb ha dado paso a una nueva era de exploración.
El telescopio tiene muchas misiones, pero quizás la más notable sea mirar al espacio para buscar evidencia de vida. Hace esto al observar las atmósferas de los exoplanetas, esos planetas cuya órbita gira alrededor de otras estrellas.
Nuestro universo está lleno de polvo y gas, por lo que los científicos necesitan luz infrarroja, una longitud de onda que nos permita circunvalar ese molesto material, para ver a través de él. Con su capacidad de mirar en lo más profundo del universo, el telescopio tendrá como objetivo resolver misterios en nuestros sistemas planetarios, incluido nuestro sistema solar, según afirma la NASA: “Mirará más allá, a mundos distantes alrededor de otras estrellas, y sondeará las misteriosas estructuras y orígenes de nuestro universo y nuestro lugar en él”.
Las imágenes de campo profundo muestran un momento detenido en el tiempo: las galaxias se envuelven unas en otras, pasando a toda velocidad y desgarrando sus brazos polvorientos y repletos de estrellas en una violenta coreografía. Las estrellas nacen y dan vida a nuevos sistemas solares llenos de planetas; el brillo galáctico salpica la pantalla como si lo salpicaran con un pincel cósmico. Cada mota de luz en esa imagen, cada franja de color arremolinada, contiene lo que podrían ser billones de planetas, muchos de los cuales son como el nuestro.
“Alguna parte de nuestro ser sabe que de ahí venimos. Ansiamos volver”, comentó Sagan. Tal vez por eso nos sentimos tan maravillados mirando el océano o contemplando imágenes del cosmos. Los telescopios nos permiten acceder al tiempo antiguo, a los primeros días de nuestra historia y a las grandes preguntas que nos hacemos desde el principio de la historia de la humanidad: ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Estamos solos?
El ser humano es un explorador por naturaleza, y no es de extrañar que, en cuanto pudimos explorar las estrellas, lo hiciéramos. Durante miles de años, los humanos grabaron las estrellas en rocas y pintaron constelaciones en las paredes de las cuevas. Hemos estado mirando hacia arriba, haciendo eco de una mirada cósmica que es parte integral de nuestros huesos, nuestra sangre y nuestra historia.
Cuando miramos hacia arriba, nos buscamos a nosotros mismos. Sagan dijo una vez: “Somos el medio para que el cosmos se conozca a sí mismo”, y eso no podría ser más cierto. Ansiamos entender por qué estamos aquí y encontrarle un sentido a un mundo en el que el significado a menudo es difícil de descifrar. Telescopios como este nos recuerdan que, a pesar de nuestros desafíos específicos en la Tierra, la posibilidad de conexión sigue existiendo.
Ahora que el telescopio Webb está activo, en funcionamiento y enviando fotografías extraordinarias, no solo podemos seguir haciendo las preguntas difíciles, sino también quizá, algún día, tener las respuestas. Comprender nuestro entorno de esta manera es comprendernos a nosotros mismos. Mirar el cosmos es mirar a través de nuestra historia. Esas galaxias moteadas, arremolinadas y extrañas son parte de nuestro pasado. Es uno al que tal vez tenemos menos acceso, pero es igual de importante.
Sí, somos polvo de estrellas, y quizá mucho más. No somos simples humanos atados a un planeta rocoso azul en una galaxia. Somos el universo que nos llama a volver a nuestro hogar.
c.2022 The New York Times Company