Hace unos meses, comenzaba a sentirme abrumado por las responsabilidades de la vida, me sentía afligido por la ansiedad en el ambiente que parece ser una parte intrínseca de la vida en esta década. En un intento de mantener —o quizá recuperar— mi cordura, me embarqué en un desafío personal de resistencia.
En momentos similares, otras personas deciden competir en agotadores triatlones o se aventuran a intensos retiros de meditación. ¿Yo? Decidí dejar de escuchar pódcasts o música mientras corría, o conducía, o llenaba el lavavajillas, o hacía casi cualquier otra cosa. En otras palabras, comencé a concentrarme en lo que estaba haciendo, una actividad a la vez.
Fue mucho más difícil de lo que pensé. Una vez que hayas terminado de burlarte de mí por intentar hacer un cambio tan insignificante a mis hábitos como si se tratara de una gran lucha existencial, te voy a pedir una cosa: inténtalo. Identifica los pequeños trucos que utilizas para evitar estar plenamente presente con lo que sea que estés haciendo y elimínalos durante una o dos semanas.
Tal vez descubras, como yo, que, sin darte cuenta, eras adicto a no hacer una cosa a la vez. Incluso puede que llegues a estar de acuerdo conmigo en que recuperar nuestra capacidad de vivir secuencialmente (es decir, centrarnos en una cosa tras otra, en sucesión, y soportar la confrontación con nuestras limitaciones humanas que esto conlleva de manera inherente) puede ser una de las habilidades más cruciales para prosperar en el futuro incierto y propenso a las crisis al que todos nos enfrentamos.
La necesidad de hacer multitasking, o varias actividades a la vez, no es nada nuevo. “Uno piensa con un reloj en la mano”, se quejaba Nietzsche ya desde 1887, “incluso mientras uno come el almuerzo al tiempo que lee las últimas noticias de la bolsa”. También sabemos desde hace tiempo que hacer varias cosas a la vez no funciona. Seguramente habrás leído —quizá mientras veías la televisión a medias— artículos que explican los hallazgos científicos que sustentan que ni siquiera podemos hacer más de una actividad a la vez; en realidad, lo que hacemos es llevar nuestra atención rápidamente de una actividad a otra sin darnos cuenta, e incurrimos en costos cognitivos cada vez que lo hacemos. Un estudio que se hizo a conductores encontró que el desempeño no disminuía en solo un 2,5 por ciento de las personas que trataban de hacer dos cosas a la vez. El resto de nosotros acaba haciéndolo todo peor.
A pesar de ello, la presión para ocuparnos de varias actividades al mismo tiempo puede parecer a menudo algo que se nos impone desde fuera. Agobiado por tantas exigencias en el trabajo, puedes sentir que no tienes más remedio que dividir tu atención entre ellas. Además, si sentimos que también tenemos la responsabilidad de ocuparnos de los problemas del mundo en general, los motivos de alarma —el clima, el futuro de la democracia, las amenazas de la inteligencia artificial y el riesgo de una guerra nuclear, por solo mencionar algunos— son tan numerosos que hacen que tener que hacer más de una cosa a la vez parezca el deber de todo ciudadano.
Los avances tecnológicos empeoran la situación. Aquellos de nosotros que no crecimos como “nativos digitales” podemos recordar una época en la que no teníamos la opción de usar las redes sociales para distraernos de tareas poco placenteras y cuando los límites impuestos por nuestras herramientas —la velocidad del correo postal, por ejemplo, o el tiempo que necesitábamos para ir a una biblioteca a hacer una investigación— hacían que sintiéramos menos presión por parte de jefes o clientes para trascender de algún modo los límites impuestos por nuestra finita capacidad de atención.
Pero, desde hace mucho tiempo, los filósofos y los maestros espirituales entendieron que el impulso de evitar entregarnos por completo a una sola actividad es más profundo, yace en el núcleo de nuestras batallas como seres humanos finitos.
Por ejemplo, el místico hindú Patañjali consideraba que hacer una cosa a la vez era una disciplina yóguica clave, lo cual sugiere que tampoco era algo que se les facilitara a las personas hace 2000 años. Nos quejamos de lo que el escritor cristiano sobre productividad Jordan Raynor llama nuestra “unipresencia” —nuestra incapacidad de estar en más de un lugar a la vez, en contraste con la omnipresencia que se le atribuye a Dios— y de la brevedad de nuestro tiempo en la Tierra, que en promedio es de poco más de cuatro mil semanas. Toda esta finitud resulta desagradablemente limitante, porque significa que siempre habrá muchas más cosas que podríamos hacer de las que jamás haremos y que la decisión de emplear una parte de nuestro tiempo en cualquier cosa implica, en automático, sacrificar incontables cosas que podríamos haber hecho con él.
Esto explica el atractivo de ocuparnos en varias actividades al mismo tiempo: ofrece la falsa promesa de que de algún modo podemos eludir las ataduras de nuestra finitud. Nos decimos a nosotros mismos que, con la suficiente autodisciplina y los trucos adecuados para gestionar el tiempo, por fin podremos “controlarlo todo” y sentirnos bien con nosotros mismos. Por supuesto, esta utopía nunca llega, aunque a menudo parece que estamos a punto de alcanzarla.
La verdad incómoda es que la única manera de encontrar la cordura en un mundo abrumador —y de tener algún efecto concreto en él— es renunciar a esos intentos de escapar de la condición humana y aceptar la realidad de nuestras limitaciones. Distraernos de tareas difíciles, por ejemplo, escuchando pódcasts, a la larga no las hace más llevaderas, sino más bien menos agradables, pues refuerzan nuestra creencia de que son el tipo de actividades que solo podemos tolerar distrayéndonos, mientras prácticamente garantizamos que no realizaremos la tarea en cuestión ni asimilaremos el contenido del pódcast tan bien como lo haríamos de otro modo.
En el trabajo, la manera de completar más tareas es aprender a dejar de lado la mayoría mientras te centras en una. “Este es el ‘secreto’ de esas personas que ‘hacen tantas cosas’ y al parecer tan difíciles”, escribió el gurú de la gestión Peter Drucker en su libro The Effective Executive. “Solo hacen una cosa a la vez”. Marcar la diferencia en un ámbito requiere darse permiso de no preocuparse al mismo tiempo de todos los demás.
Sin importar qué hagas, siempre habrá mucho por hacer. Pero la ventaja irónica de este hecho que pareciera desalentador es que no hay que castigarnos por no poder hacerlo todo, ni presionarnos por encontrar maneras de estar en control de todo tratando de llevar cada vez más al extremo el hacer más de una cosa a la vez.
Más bien, puedes destinar tu tiempo, energía y atención limitados a un puñado de cosas que realmente importen. Además, disfrutarás más de las cosas. Mi nueva y gratificante capacidad de “estar aquí ahora” mientras corro, conduzco o preparo la cena no es el resultado de haber desarrollado una gran destreza espiritual. Más bien, es una cuestión de darme cuenta de que solo podría estar en el momento presente de todos modos, así que más vale que abandone la estresante lucha por fingir lo contrario.
Oliver Burkeman es autor de Four Thousand Weeks: Time Management for Mortals.
c.2023 The New York Times Company