Opinión

La corrupción se tragó el desayuno escolar. Ahora toca devolverlo a los niños.

Durante años, el desayuno escolar fue un negocio para unos pocos, mientras millones de niños comenzaban el día con el estómago vacío o con alimentos de mala calidad. Tras las últimas intoxicaciones, el gobierno eliminó Wasi Mikuna sin ofrecer una alternativa clara. Hoy, la única propuesta en marcha es un piloto comunitario impulsado por el MIDIS y el Programa Mundial de Alimentos. Falta evaluarlo con rigor y decidir si puede escalarse. Lo que escasea no es el presupuesto, sino la voluntad política para hacer las cosas bien.

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Más de cuatro millones de niños y niñas asisten a escuelas públicas en el Perú. Muchos de ellos no saben qué van a desayunar mañana. Eso, que debería escandalizarnos a todos, se ha vuelto parte de la normalidad.

El programa que debía asegurar un desayuno nutritivo y digno está hecho pedazos. Un programa estatal que maneja más de 2 mil millones de soles al año fue convertido en un negocio. Y no cualquier negocio: uno sostenido por empresas que falsificaron documentos, jueces que levantaron sanciones con medidas cautelares y funcionarios que simplemente miraron para otro lado. Así se repartieron durante años los contratos del programa Qali Warma, hoy rebautizado como Wasi Mikuna.

¿Quiénes son los responsables? El Estado. No una sola oficina ni un error puntual: el Estado como sistema. Y, en particular, este gobierno. Dina Boluarte fue ministra del MIDIS, el sector responsable del programa de alimentación escolar. Al asumir la presidencia, dejó como sucesor a Julio Demartini y mantuvo a Fredy Hinojosa al frente del entonces Qali Warma. Fue él quien flexibilizó las reglas para permitir el ingreso de proveedores con antecedentes cuestionables: empresas que ofrecían productos de mala calidad diseñados no para alimentar, sino para lucrar. No fue un descuido, fue un sistema de compras hecho a medida, como revelaron nuestras investigaciones en Salud con lupa.

Hoy, tras una cadena de intoxicaciones por conservas en mal estado, el programa está paralizado. Y en vez de iniciar una reforma integral y transparente, el gobierno ha optado por reemplazarlo sin explicar cómo. No hay una ruta clara, ni un plan concreto. Lo más grave: el año escolar ya empezó y millones de estudiantes siguen sin desayuno.

La situación es crítica. Y no se trata solo de fallas logísticas o falta de presupuesto. Es, sobre todo, una cuestión de voluntad política. Estudios encargados por el propio MIDIS lo dicen sin rodeos: el 95 % de escolares no recibe el hierro necesario y el 94 % no alcanza el mínimo de proteínas. La promesa de un desayuno nutritivo, con productos frescos que mejoren el aprendizaje, nunca se cumplió. Por el contrario, se priorizaron alimentos procesados, más fáciles de distribuir pero menos nutritivos.

A esa deficiencia estructural se sumaron años de corrupción: conservas adulteradas con carne de caballo, intoxicaciones masivas y ausencia total de supervisión. Empresas sancionadas por vender productos contaminados siguieron operando gracias a jueces aliados. Y el Estado no reaccionó a tiempo. No reparó el daño. No corrigió el rumbo. Los únicos que pagaron las consecuencias fueron los niños.

En medio de este desastre, hay una pequeña luz de esperanza. En regiones como Piura, Cusco y Ayacucho, el MIDIS, con apoyo del Programa Mundial de Alimentos, está probando un modelo comunitario de alimentación escolar. Se otorga una subvención directa a los padres de familia, quienes se organizan en comités para comprar y preparar los desayunos. Se promueve la compra local y se brinda capacitación. Es solo un piloto, y no puede escalar sin una evaluación rigurosa. Aún persisten preguntas clave: ¿Quién garantiza la inocuidad de los alimentos? ¿Cómo se fiscaliza el uso del dinero? ¿Qué ocurre en escuelas sin agua potable ni cocinas? ¿Y cómo se implementa un modelo así en un país donde la confianza en las autoridades está profundamente deteriorada?

El desayuno escolar debería ser un derecho, no una lotería.

A menos de un año de las elecciones generales, este tema debería estar en el centro del debate público. No necesitamos más promesas vacías. Necesitamos garantías firmes de que programas sociales como Wasi Mikuna serán una prioridad nacional, no una herramienta política ni un botín para las empresas que financian campañas. Lo que está en juego no es un contrato más: es el derecho a una infancia con salud, con energía y con oportunidades.

El próximo gobierno no puede volver a improvisar. Y el actual no puede simplemente heredar un programa en ruinas. Nos toca seguir vigilantes, exigir transparencia y responsabilidad, y sobre todo, empujar soluciones viables, seguras y bien pensadas para garantizar desayunos nutritivos y de calidad.

Porque ningún niño en el Perú debería estudiar con el estómago vacío.