Opinión

Lima atrapada: sin aire y sin tren

Respiramos aire contaminado, perdemos horas en el tráfico y esperamos trenes que no funcionarán pronto. La ciudad sigue sin rumbo y sin una reforma real de transporte.

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Cada vez que paso una hora atrapada en el tráfico —sin moverse, sin aire, sin avance— me acuerdo por qué esta ciudad te roba vida.

Y no es solo una sensación. Lima está entre las ciudades más congestionadas del mundo: perdemos 155 horas al año solo por el tráfico, según el índice TomTom. Son más de seis días enteros que podríamos pasar con nuestras familias, durmiendo mejor, caminando, trabajando menos. Pero no. Aquí la vida se va en paraderos sin techo, en colas eternas, en rutas sin sentido y en combis que nunca debieron seguir circulando.

Tampoco es solo el tiempo lo que se pierde. Se pierde salud. Lima está entre las ciudades con el aire más contaminado de América Latina. Respiramos casi el triple de partículas finas (PM2.5) de lo que recomienda la OMS. Y en esta ciudad, el 90% de esa contaminación viene del transporte: buses viejos, camiones, cústers y combis que expulsan humo negro todos los días. El aire sucio no siempre se ve, pero está ahí, entrando en los pulmones, reduciendo nuestra esperanza de vida.

Hace más de 20 años soy periodista. He visto pasar alcaldes de todo tipo en Lima —de derecha, de izquierda, populistas, tecnócratas— y todos prometieron lo mismo: ordenar el transporte, transformarlo, acabar con el caos. Pero ninguno lo hizo. Nunca fue prioridad. Siempre hubo algo más urgente, o más rentable políticamente. Y hoy, el precio de esa omisión es evidente: una ciudad paralizada, donde moverse es una carga diaria.

La creación de la Autoridad de Transporte Urbano (ATU) en 2018 debía marcar un antes y un después. Una entidad capaz de ordenar rutas, acabar con el desorden de las combis y construir un sistema moderno. Pero en 2025, esa reforma sigue sin concretarse. No hay pasaje único. No hay red ampliada. Y los corredores complementarios —Azul, Morado y Amarillo— están al borde del colapso: han reducido flotas, tienen deudas millonarias o han suspendido operaciones. El Metropolitano sobrevive con buses que ya pasaron su vida útil. El Metro avanza a cuentagotas. Mientras tanto, en Lima y Callao circulan cerca de 30 mil buses, combis y cústers, de los cuales al menos 8 mil lo hacen sin autorización. Y siguen en las calles porque no hay una alternativa real para reemplazarlas. La reforma está en pausa, y el transporte informal sigue llenando los vacíos que nadie quiere —o puede— enfrentar.

En este panorama, el anuncio del alcalde Rafael López Aliaga sobre el supuesto inicio del tren Lima–Chosica ha sido, desde el principio, puro humo. Se trata de trenes donados por Caltrain, el sistema de cercanías de San Francisco: locomotoras y vagones de los años ochenta, retirados por obsoletos. Aun así, el alcalde prometió una “marcha blanca” antes del 28 de julio, generando expectativas entre los vecinos del este de la ciudad. Pero ahora sabemos que no habrá pruebas con pasajeros ni fecha definida. Lo que se prepara es una “prueba en vacío”, sin personas a bordo, sin estaciones operativas, sin cronograma.

La ATU ya advirtió que el proyecto no cumple con las condiciones mínimas de seguridad: faltan cerramientos en cruces, señalización, una adenda al contrato de concesión y certificación técnica del material rodante. Especialistas también alertan que no hay paraderos adecuados y que los vagones podrían ser demasiado altos para algunos puentes de la ruta. En resumen: no hay condiciones técnicas, no hay plan. No hay tren. Solo humo.

Y eso es lo más frustrante. Que no solo estamos atrapados en el tráfico, sino también en las decisiones. Nadie toma el timón. Nadie proyecta la ciudad a 20 años. Nadie lidera un cambio profundo. Todos actúan a corto plazo. Y no hay una reforma real a la vista.

Nos hemos acostumbrado a pensar que Lima es así: caótica, sucia, irrespirable. Que el tráfico será eterno. Pero no tiene por qué ser así. Otras capitales de América Latina han dado pasos concretos: Bogotá, Santiago y Ciudad de México han invertido, renovado flotas, ampliado sus redes de metro. Lima, en cambio, parece resignada.

Quiero pensar que aún hay tiempo para corregir el rumbo. Que esta ciudad merece más que anuncios vacíos y promesas recicladas. Que moverse por Lima no tiene que ser una tortura diaria. Pero después de tantos años viendo cómo se repite la historia, me cuesta creerlo.

Mientras tanto, el tiempo se va. Y con él, también la vida.