Opinión

La realidad sobre el reciclaje es espantosa, pero podemos solucionar este problema

A corto plazo, el reciclaje quizá sea la mejor opción para combatir nuestra creciente crisis de residuos.

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Me consterna lo que he aprendido sobre el reciclaje. Pero podemos solucionar este problema.
Ilustración: Ben Hickey para The New York Times

La otra noche me volvió a pasar: lavé los platos después de cenar, fui a tirar el empaque de una pasta tortellini instantánea que acababa de comer y quedé desconcertado. Era de plástico, por supuesto. ¿Pero de qué tipo? No había ningún código identificador de resina ni símbolo de reciclaje en el empaque. Tampoco había nada en la etiqueta.

¿Debía tirarlo a la basura? ¿Reciclarlo? Y si lo hacía, ¿incluso podía ser reciclado?

A últimas fechas, varios artículos han puesto en duda la idea misma del reciclaje, un hábito arraigado en muchos de nosotros desde la infancia. Se ha dicho que el reciclaje es un “mito” y algo “sin remedio” pues nos enteramos de que los materiales reciclables se envían al extranjero y se desechan (cierto), lixivian sustancias químicas tóxicas y microplásticos (cierto) y los utilizan las grandes petroleras para engañar a los consumidores sobre los problemas con los plásticos. Las empresas de empacado han utilizado la promesa de la reciclabilidad para inundar el mundo de basura plástica desechable y a menudo tóxica. Las consecuencias ahora están claras: en la basura, en nuestros ríos y océanos, en los microplásticos de nuestro torrente sanguíneo y en el plástico que literalmente cae del cielo.

No es la primera vez que se critica el reciclaje ni mucho menos. De hecho, el ataque más famoso, el artículo “Recycling Is Garbage” (El reciclaje es basura), de John Tierney para The Times Magazine, apareció en 1996. Sin embargo, la crisis más reciente parece existencial. Sabes que algo anda mal cuando la industria del plástico se siente obligada a crear una campaña de refutación llamada “El reciclaje es real”.

El reciclaje es real. Lo he visto con mis propios ojos. Durante los últimos cuatro años, he viajado por el mundo escribiendo un libro sobre la industria de los residuos, he visitado fábricas de papel, trituradoras de residuos electrónicos y plantas de botellas. He visitado todo tipo de instalaciones de reciclaje de plásticos, desde relucientes fábricas nuevas en el Reino Unido hasta operaciones humeantes de trituración llenas de escamas en la India. Aunque he visto cómo el reciclaje se ha convertido en algo inseparable del lavado de imagen verde de las corporaciones, no deberíamos apresurarnos a rechazarlo. A corto plazo, al menos, quizá sea la mejor opción que tenemos para combatir nuestra creciente crisis de residuos.

Uno de los problemas fundamentales del reciclaje es que en realidad no sabemos en qué porcentaje se realiza, debido a un sistema global opaco que, con demasiada frecuencia, depende de contar el material que llega a la puerta de las instalaciones y no el que sale. Lo que sí sabemos es que, al menos en el caso de los plásticos, la cantidad que se recicla es mucho menor de lo que la mayoría suponíamos.

Es probable que tires un envase de leche al contenedor de reciclaje, saques los contenedores el día de la recolección y te olvides del tema. No obstante, según dónde te encuentres en Estados Unidos (o en el mundo), es probable que ese envase se lleve a un lugar para ser clasificado, calificado, embalado con otros envases y enviado a una planta de reciclaje. Según el material en cuestión, esto puede ocurrir en tu estado natal o en el extranjero, en países como Canadá, México, la India o Malasia. Al menos, así es como se supone que funciona.

La realidad es una historia diferente. Según la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por su sigla en inglés), dos de los plásticos más utilizados en Estados Unidos —el PET (utilizado en las botellas de refrescos) y el HDPE (utilizado en los envases de leche, entre otras cosas)— se “reciclan ampliamente”, pero en realidad la tasa es tan solo de un 30 por ciento. Otros plásticos, como las envolturas blandas y las películas, a veces denominados plásticos número 4, no se aceptan ampliamente en las recolecciones de las aceras. La EPA estima que, en 2018, tan solo se reprocesó el 2,7 por ciento del polipropileno, el plástico duro conocido como número 5, utilizado para fabricar muebles y botellas de limpieza. Si hacemos la suma, tan solo se recicla alrededor del 10 por ciento de los plásticos en Estados Unidos, según las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina.

Vale la pena señalar que el amante de los vertederos que es Estados Unidos es mucho peor reciclador que otras grandes economías. Según la EPA, la tasa nacional de reciclaje de Estados Unidos, de tan solo el 32 por ciento, es menor a la del 44 por ciento del Reino Unido, del 48 por ciento de Alemania y del 58 por ciento de Corea del Sur. (Por favor, toma con pinzas todas estas cifras). Sin embargo, el hecho de que el reciclaje no funcione muy bien en Estados Unidos no significa que no pueda hacerse bien. De hecho, investigaciones científicas durante décadas han encontrado en repetidas ocasiones que, en casi todos los casos, el reciclaje de nuestros materiales de desecho tiene beneficios ambientales significativos. Según un análisis que realizaron en 2015 científicos de la Universidad de Southampton en Inglaterra, el reciclaje de la mayoría de los materiales de desecho que se suelen tirar dio como resultado una reducción neta de las emisiones de gases de efecto invernadero. En el caso del aluminio, la chatarra metálica y los textiles, el ahorro fue sustancial.

Comparemos el reciclaje con la alternativa, que es fabricar los mismos productos desde cero. Por ejemplo, el reciclaje del acero ahorra el 72 por ciento de la energía necesaria para producir acero nuevo; también reduce un 40 por ciento el uso de agua. Para reciclar una tonelada de aluminio, se necesita tan solo el cinco por ciento de la energía y ahorra el transporte de casi nueve toneladas de bauxita de las minas. Incluso los detractores de los plásticos están de acuerdo en que reciclar materiales como el PET es mejor para el clima que quemarlos, un resultado probable si se abandonaran las iniciativas de reciclaje.

Las ventajas económicas también son significativas. El reciclaje crea hasta 50 empleos por cada uno que se crea enviando los residuos a los vertederos; la EPA estima que el reciclaje y la reutilización representan 681.000 puestos de trabajo tan solo en Estados Unidos. Esto es todavía más cierto en los países en vías de desarrollo, donde los recolectores de basura dependen del reciclaje para obtener ingresos.

Así que, antes de abandonar el reciclaje, primero deberíamos intentar solucionarlo. Las empresas deberían eliminar poco a poco los productos que no pueden reciclarse y diseñar más productos que sean más fáciles de reciclar y reutilizar, en vez de dejar la sostenibilidad en manos de sus departamentos de mercadotecnia. Los legisladores pueden ayudar aprobando nuevas leyes, como lo han hecho ciudades como Seattle y San Francisco, para contribuir a aumentar las tasas de reciclaje e impulsar la inversión en el sector.

Los gobiernos también pueden prohibir o restringir muchos plásticos problemáticos para reducir la cantidad de plásticos innecesarios en nuestra vida diaria; por ejemplo, en los empaques de alimentos. Necesitamos un etiquetado más claro que indique qué se puede reciclar y qué no, así como transparencia sobre las tasas reales de reciclaje. Estos son algunos de los muchos asuntos que se están debatiendo en la actualidad como parte de un tratado de las Naciones Unidas sobre la contaminación por plásticos, una intervención muy necesaria.

Se necesitan mayores normas de seguridad para reducir el contenido de sustancias químicas tóxicas y la contaminación por microplásticos que causa el proceso de reciclaje. Además, los consumidores pueden contribuir comprando productos reciclados (y comprando menos y reutilizando más).

Por el bien de nuestro planeta y de nuestra propia salud, todos deberíamos intentar alejarnos de nuestros excesos desechables. Es verdad, el reciclaje no funciona bien, pero, si lo abandonamos demasiado pronto, corremos el riesgo de volver al sistema de décadas pasadas, en el que tirábamos y quemábamos nuestra basura sin cuidado, en nuestra búsqueda incesante de consumir más. Si hacemos eso, como el propio símbolo del reciclaje, en verdad estaremos dando vueltas en círculos.

Oliver Franklin-Wallis es el autor de “Wasteland: The Secret World of Waste and the Urgent Search for a Cleaner Future” y editor en GQ.

c.2023 The New York Times Company

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