Cuando pensamos en minería ilegal, solemos imaginar dragas, ríos destruidos y bosques arrasados. Pero hay una cara más silenciosa de esta actividad: la contaminación por mercurio en personas que nunca han extraído una pepita de oro. Eso ya ocurre en la cuenca del río Nanay, en Loreto, una región que hasta hace poco parecía ajena a la tragedia vivida en Madre de Dios.
Leí hace poco un reportaje del periodista Aramís Castro en OjoPúblico sobre esta situación. Los testimonios de las comunidades y los datos que confirman su exposición al mercurio son alarmantes. Y una pregunta no deja de rondar: ¿vamos a dejar que la historia se repita?
Entre 2022 y 2024, el Centro de Innovación Científica Amazónica (CINCIA) y la Sociedad Zoológica de Frankfurt Perú, con el apoyo del Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana, detectó niveles preocupantes de mercurio en peces y en personas de siete comunidades de la cuenca del Nanay. En total, se analizaron muestras de cabello de 273 personas, y casi el 80% presentó un riesgo medio o alto para la salud, principalmente asociado al consumo frecuente de pescado contaminado.
Los valores más elevados se registraron en niños de 0 a 4 años, con concentraciones de mercurio en cabello de hasta 20,7 mg/kg, casi nueve veces por encima del límite recomendado por la Organización Mundial de la Salud (2,2 mg/kg). También se encontraron niveles críticos en mujeres en edad fértil, un grupo especialmente vulnerable, ya que el mercurio puede atravesar la placenta y afectar el desarrollo neurológico del feto.
Loreto es la región con mayor consumo de pescado del Perú: 66,5 kilos por persona al año, más del doble que el promedio nacional. Pero muchas de las especies más consumidas —como la mota blanca, la huapeta o el bagre— son carnívoras, y por eso acumulan más mercurio. En los sedimentos de los ríos, ciertas bacterias transforman el mercurio en metilmercurio, una forma altamente tóxica que se incorpora a la cadena alimenticia. A medida que un pez se alimenta de otro, las concentraciones se multiplican. Así, el mercurio pasa de los peces al cuerpo de las personas que los consumen con frecuencia.
Este patrón ya se vivió en Madre de Dios. Allí, desde hace más de dos décadas, la minería ilegal de oro ha arrojado decenas de toneladas de mercurio a los ríos amazónicos. Un estudio de 2013, liderado por la Carnegie Institution for Science y CINCIA, reveló que el 78% de los adultos evaluados en Puerto Maldonado tenía niveles de mercurio en el cabello por encima del umbral de 1 ppm, considerado el límite seguro por la OMS.
En comunidades indígenas como Maizal y Santa Rosa de Serjalí, estudios posteriores identificaron casos de niños con concentraciones de hasta ocho veces el valor permitido y mujeres en edad fértil con niveles de hasta 8,1 ppm en cabello. En Santa Rosa, se reportó incluso la muerte de un niño que, según su familia y médicos locales, habría estado expuesto al mercurio por el consumo frecuente de pescado contaminado. Aunque no se llegó a una confirmación clínica oficial, el caso se convirtió en un símbolo del impacto humano de esta contaminación.
En 2016, el Estado declaró la emergencia sanitaria en Madre de Dios, luego de confirmar niveles peligrosos de mercurio en la población. Se implementaron operativos, campañas y restricciones. Pero la respuesta llegó tarde. Hoy, muchas personas viven con secuelas invisibles —neurológicas, renales, del desarrollo— que difícilmente han sido diagnosticadas o tratadas a tiempo. Y el mercurio, persistente, sigue circulando: en los ríos, en los peces, en los cuerpos.
Lo que ocurre ahora en el Nanay es una alerta temprana. Aún no se alcanzan los niveles de contaminación de Madre de Dios, pero los signos son claros. Las dragas avanzan, la minería ilegal se expande, y los más vulnerables —como niños y comunidades indígenas— ya muestran mercurio en el cuerpo. La diferencia es que, esta vez, podríamos actuar antes de que sea demasiado tarde.
Se necesita información clara, control efectivo del comercio de mercurio, alternativas reales para los mineros, y decisiones firmes frente al avance ilegal. Y, sobre todo, se necesita proteger a quienes viven río abajo, alimentándose de lo que el río les da. Porque en la Amazonía, el mercurio no se queda quieto: se mueve con el agua, con los peces, con la vida.
El oro brilla, pero deja una sombra pesada. La experiencia de Madre de Dios lo demuestra. Ojalá en Loreto se escuche la advertencia. Ojalá esta vez la fiebre del oro no cobre más vidas en silencio.