Quizá todos tenemos cerca a alguien que hoy desconfía de las vacunas. Un familiar, un amigo, alguien con quien compartimos la mesa o los chats del día a día. Yo también. En mi casa sucede. Y, como muchas personas, no siempre sé cómo manejar esa conversación sin que se vuelva tensa o imposible.
Esa desconfianza, que parecía algo marginal antes de la pandemia, hoy está en todas partes. Se ha instalado en nuestras relaciones, en nuestras comunidades y, sobre todo, en las redes sociales. Cada vez que publicamos en Salud con lupa información sobre la necesidad de la vacunación, el interés es bajísimo. Casi nulo. Lo que sí abunda son los comentarios agresivos, el rechazo, los trolls que niegan la ciencia, los usuarios que insisten en que todo es un negocio o una conspiración para controlarnos. “Otra vez con las vacunas”, dicen, como si prevenir enfermedades fuera una provocación.
La desinformación que se expandió durante la pandemia dejó heridas profundas. No solo minó la confianza en las autoridades —que, hay que decirlo, hicieron poco por ganársela—, sino también en la ciencia, en la prevención, en el valor de cuidarnos entre todos. Y hoy pagamos ese costo.
En lo que va de 2025, Perú ha reportado más de 400 casos de tos ferina y al menos 10 muertes, sobre todo en niñas y niños sin vacunar de comunidades indígenas de Loreto. También enfrentamos un rebrote de fiebre amarilla: 46 contagios y 13 muertes, la mayoría en la Amazonía. Y seguimos bajo alerta por el sarampión, una enfermedad que habíamos eliminado hace años, pero que vuelve a asomar. Todas tienen algo en común: son prevenibles con vacunas. Y, sin embargo, están de regreso.
Las coberturas vacunales siguen siendo alarmantemente bajas. En muchas regiones del país, apenas el 20% de los niños ha recibido la vacuna contra la tos ferina, según datos recientes del Ministerio de Salud. Y, de acuerdo con UNICEF, en 2023 unos 43 mil bebés menores de un año no recibieron ni una sola vacuna en el país.
¿Qué pasó? Podemos ensayar varias respuestas. Una de ellas es el hartazgo. Para muchas personas, el mensaje de “vacúnate, cuídate, protégete” se volvió un ruido molesto, un recordatorio del encierro, del miedo, del control. Y cuando ese mensaje se transmitió sin transparencia, sin reconocer errores o cambios, perdió legitimidad. En ese vacío, crecieron las teorías de conspiración.
No ayudó que figuras públicas —incluso expresidentes— promovieran mentiras peligrosas sobre las vacunas. En tiempos críticos para la salud global, Donald Trump, ya en su segundo gobierno en Estados Unidos, ha anunciado nuevamente su salida de la OMS, mientras su entorno insiste en teorías falsas que relacionan las vacunas con el autismo. No se trata de un error aislado, sino de una estrategia sostenida. Y ese discurso negacionista sigue creciendo y ganando terreno en distintos países, incluido el nuestro.
En Perú, la brecha es doble. En zonas rurales, el abandono del Estado es tierra fértil para el miedo y la desconfianza. No basta con mandar brigadas de vacunación si antes no hubo atención sostenida, información clara ni diálogo con las comunidades. ¿Cómo creer en un sistema de salud que solo aparece en crisis y luego desaparece?
En las ciudades, el ruido digital es igual de peligroso. Redes sociales como Facebook, TikTok y X amplifican discursos antivacunas sin filtros. Los algoritmos premian la controversia, no la verdad. Y mientras tanto, el Estado peruano ha fallado en construir una narrativa propia, creíble, cercana, capaz de reconectar con la ciudadanía.
No se trata de culpar a quienes desconfían. Se trata de entender por qué se rompió el pacto de confianza. Pero también de asumir lo urgente: necesitamos repararlo.
Las vacunas salvan vidas. No es un eslogan. Es un hecho. Y no basta con que lo digamos desde el periodismo o el Ministerio de Salud. Hace falta que las comunidades, los docentes, las madres y padres, los líderes locales, todos, volvamos a defender el valor de cuidarnos mutuamente.
Porque no estamos retrocediendo por falta de vacunas, sino por falta de confianza. Y en Perú, eso también cuesta vidas.