La imputación de “palabrería” a la psicoterapia se fundamenta en que el principal vector de significación en la comunicación interpersonal es el discurso verbal y su correlato paralingüístico. Tanto la concepción de la palabra como su emisión implican acordar sonoridad y sentido, este último transmitido complementariamente por la gestualidad y la entonación. Así, las palabras van y vienen envueltas de significado y se empoderan junto con el sujeto que las profiere: si las inviste de fe, la palabra es oración que vincula al orante con el poder divino y lo coloca al alcance de la voz; si la carga de odio, se convierte en insulto o maldición; si le insufla afecto… todos sabemos lo que produce una palabra con afecto. Lo que hace la psicoterapia es investir a la palabra de respeto afectuoso y de aceptación incondicional, de una calidez llamada eros terapéutico (en Amor y psicoterapia) por el maestro Carlos Alberto Seguin.
Por otro lado, las emociones producidas por efecto de la palabra ocasionan, en quien la recibe, cambios bioquímicos: descargas de sustancias hormonales en el torrente sanguíneo que modifican la conducta. La experiencia cotidiana nos demuestra que un abrazo amable cambia la bioquímica corporal de un modo diferente a un abrazo desagradable. Es harto conocido que algunas actividades “descargan adrenalina”, la hormona de la alerta que nos prepara para la defensa o el ataque. La palabra también puede convencer y mover a multitudes. Son célebres las arengas de los generales frente a sus ejércitos antes de ir al campo de batalla.
La evidencia de los cambios fisiológicos que ocasionan: tanto reacciones de terror como de esperanza, estimulan la fantasía al extremo de construir palabras o giros idiomáticos cargados de poderes mágicos, como el antiquísimo “abracadabra” que ha devenido en magia anodina. En nuestra época electrónica, los estudios con la moderna tecnología en imágenes han empezado a demostrar que la psicoterapia produce cambios en el funcionamiento cerebral semejantes a aquellos producidos por los psicofármacos.
La psicoterapia formal, institucionalmente profesionalizada, se fundamenta en estas reacciones fisiológicas innatas. Como es potestad de todos, por ser innatas, nos atrevemos a afirmar que existe una psicoterapia no profesional, sin reconocimiento institucional, al alcance de todos. Veamos, no es nada del otro mundo: una madre que arrulla amorosamente y le habla a su niño recién nacido, sabe que el infante no entiende las palabras, pero tiene la seguridad de que sí capta el afecto que ellas transmiten. Por eso, todas las madres del mundo –salvo excepciones confirmadoras de la regla–, instintivamente, se dedican de manera incondicional al cuidado del hijo. De ese modo le transmiten el sentimiento de que ellas están para cuidarlo. Esta es la “confianza básica” que debe experimentar el niño para que, cuando adulto, confíe en sí mismo y en los demás; en caso contrario, se instalará en su conducta una “desconfianza básica”, como explica el psicoanalista Erik Erikson en su libro Infancia y sociedad.
La psicoterapia se funda en una relación interpersonal. La ayuda a través de ella, en el caso de los médicos, se produce en la relación médico-paciente. El vínculo proporciona al paciente una “experiencia emocional correctiva”.
Tal como ocurre con un recién nacido, cada vez que tratamos con respeto a otra persona estamos transmitiéndole que valoramos lo que es, porque nuestra palabra y actitud le dan ese alcance. La madre dedicada a su bebé es la imagen ideal que orienta la actividad psicoterapéutica. Como todos hemos tenido esa experiencia, les invito, estimados lectores, a que la practiquen cotidianamente, en casa o en el trabajo, más aún si nuestra tarea consiste en atender personas sufrientes; llamémosle psicoterapia con minúscula, o simplemente el poder de la palabra, para evitar conflicto de intereses. Lo segundo, si no tiene efecto curativo –aunque quizás no deje de tenerlo–, posee efecto formativo, es decir, le ayudará a crecer: una palabra cálida, en el momento adecuado, persiste durante toda la vida en la memoria, como eco distante que insufla valor.
Ciertamente, existen casos y circunstancias de personas necesitadas de ayuda curativa profesional. Por eso, en el resto de este artículo, esbozaré algunos elementos generales sobre el origen y las características de la psicoterapia, la cual debe ser ejercida por personas especializadas, con entrenamiento idóneo certificado por la autoridad académica y sanitaria, como se exige a todos quienes intervienen en el área de la salud.
Origen y antecedentes de la psicoterapia
La psicoterapia, coligiendo su concepto desde los términos griegos que la nominan, es un método terapéutico que utiliza recursos psicológicos para recuperar la salud. El término fue acuñado y utilizado por primera vez por los médicos holandeses Fredrik van Eeden y Albert W. van Renterghem, quienes en 1887 dirigieron una Clínica para Psicoterapia en Amsterdam. Allí trataban a sus pacientes con el novedoso método de la hipnosis; era la época de gestación del psicoanálisis, a cuyas filas terminó adhiriéndose van Renterghem. En 1917, se convirtió en el primer presidente de la filial holandesa de la Sociedad Psicoanalítica Internacional.
Los primeros indicios registrados de la psicoterapia conducen hasta los griegos antiguos. Ellos recurrían a la palabra como parte del tratamiento médico. Los historiadores han descubierto, en los textos de la época, que existía un tratamiento médico “sin palabras”, lo cual indica la existencia de otro en el cual la palabra era crucial. Asimismo, consta la observación posterior de que el tratamiento médico “con palabras” da mejores resultados. Estas referencias son un lejano antecedente del efecto curativo de la palabra –que después devino en psicoterapia– en la relación médico-paciente. También los religiosos como asesores espirituales han ejercido ayuda psicológica; lo mismo puede decirse de las personas, familiares o amistades, conocidos por su seriedad y su capacidad de escucha. Mención especial merecen los tratamientos tradicionales, pues, nacieron con la humanidad y todavía se las practica bajo diversos nombres: chamanismo o curanderismo. La observación de estas prácticas revela mecanismos psicológicos grupales que permiten la ventilación de los problemas personales en un ambiente social, bajo la invocación de espíritus benéficos. La psiquiatría las ha incluido bajo el nombre de psiquiatría cultural, tradicional o folklórica.
En una población donde la práctica de la medicina tradicional es predominante, se recomienda coordinar su participación con el personal médico, como ocurre con las parteras. Estas aprenden los principios preventivos básicos como la asepsia y diferencian los casos que están en condiciones de atender, de aquellos complicados cuya solución está fuera de su alcance. De manera similar, en los casos de salud mental se puede recomendar la intervención tradicional, cuando el paciente le tiene más confianza que a la medicina oficial y se sabe que el curandero está en condiciones no solo de resolver el caso, sino de reconocer los límites de su acción.
Indicaciones y requisitos
La psicoterapia está indicada en aquellos casos en los cuales las molestias o síntomas tienen origen fundamentalmente psicológico, según la evaluación médica previa que haya descartado alguna enfermedad somática que produzca síntomas psíquicos. También, puede ser asumida por iniciativa propia, cuando la persona implicada tiene la certeza de que sus dificultades radican en conflictos psicológicos internos y, además, conoce los alcances de la psicoterapia.
En efecto, la psicoterapia formal requiere participación activa, voluntaria del consultante, lo cual implica que el paciente debe estar en condiciones mentales suficientes como para discutir su historia personal y las dificultades que encuentre en la vida. Contrariamente, no procede si el paciente está en malas condiciones físicas o mentales. Los casos de pacientes fuera de este rango siempre necesitan participar en actividades psicoterapéuticas, aunque con objetivos más limitados; es decir, que no impliquen discusiones o interpretaciones complicadas sobre la vida personal. En estos casos, las técnicas priorizan objetivos pedagógicos, encaminados a conseguir habilidades prácticas que mejoren la autoestima y faciliten la vida familiar armoniosa.
La psicoterapia está indicada en aquellos casos en los cuales las molestias o síntomas tienen origen fundamentalmente psicológico, según la evaluación médica previa.
Lo especificado hasta ahora conforma un grupo de trastornos mentales vinculados a factores ambientales, externos, como situaciones difíciles que ocurrieron en el transcurso de la vida: si alguien tuvo frustraciones repetidas, desde la infancia, frecuentemente llega al convencimiento de que no merece nada bueno en la vida. Esta deformación de la autoestima favorece la aparición de síntomas de desmoralización, en términos generales, o depresivos y de ansiedad, en términos más específicos.
Pero no todos los pacientes que presentan síntomas depresivos y de ansiedad trascienden necesariamente, una historia de frustraciones; como ya se sugirió, líneas arriba, existen otros factores, como los genéticos, hereditarios, que también alteran el equilibrio bioquímico cerebral. Lo mismo ocurre con otros trastornos psiquiátricos severos, las psicosis, por ejemplo, necesitan medicamentos para restablecer el equilibrio mental, exactamente como otras enfermedades (la diabetes o la hipertensión). En ese tipo de depresiones, como también en las psicosis, la psicoterapia siempre ayuda, pero su rol es secundario; lo principal es restablecer el equilibrio bioquímico con fármacos.
La psicoterapia como tratamiento exclusivo solo procede en algunos casos no severos y bajo estricto control. El diagnóstico clínico es fundamental para identificar cuál de los factores predomina en un cuadro depresivo. Finalmente, hay que considerar que muchos desórdenes se deben a la coexistencia de factores sociales como la violencia doméstica, el alcoholismo del cónyuge, la delincuencia, el desempleo: un buen tratamiento debe considerar todas estas circunstancias para intentar modificarlas. Es de advertir que los antidepresivos mejoran los síntomas; pero no resuelven ningún problema.
La psicoterapia como tratamiento exclusivo solo procede en algunos casos no severos y bajo estricto control. El diagnóstico clínico es fundamental para identificar cuál de los factores predomina en un cuadro depresivo.
Asimismo, se debe tener en cuenta que los pacientes fármaco-dependientes, como los alcohólicos, requieren de un esquema terapéutico multidisciplinario. La psicoterapia, sola, no suele dar buenos resultados, aunque estemos tentados de realizarla, pues, aun apelando a la “fuerza de la voluntad” –que ellos pregonan tener o que se les incita a tenerla– no pueden ejercerla porque el individuo ha perdido el control volitivo como secuela de los estupefacientes. La rehabilitación de un adicto, según el caso, exige, además de la participación familiar, internamiento prolongado, colaboración del centro laboral, a veces, cambio de domicilio, de trabajo y de amistades, la ayuda de otros pacientes rehabilitados como Alcohólicos Anónimos; tomar medicamentos que produzcan aversión a la droga concienciándose de que no puede hacerlo solo y necesita ayuda especializada. Lamentablemente, la concienciación de estar enfermo suele producirse muy tarde: ningún alcohólico reconoce que es alcohólico en los inicios de la adicción y hasta cuando está bien avanzada.
Métodos psicoterapéuticos
La psicoterapia se funda en una relación interpersonal. La ayuda a través de ella, en el caso de los médicos, se produce en la relación médico-paciente; por eso se dice –cuando se aplica un acercamiento psicoterapéutico– que el remedio es el médico mismo. El vínculo proporciona al paciente una “experiencia emocional correctiva”. Si en la vida solo se tuvo frustraciones y abusos, estos como percepciones invalidantes deben corregirse. La relación psicoterapéutica demostrará que es posible otro tipo de relaciones interpersonales, de ayuda genuina, sin intención de aprovechamientos de ningún tipo. En ese clima de aceptación, sin críticas, la revisión y discusión de los acontecimientos biográficos más importantes ayudan al paciente a comprender su conducta y a aceptarse a sí mismo.
Existen innumerables tipos de métodos psicoterapéuticos. Cada técnica psicoterapéutica se fundamenta en una teoría que explica el comportamiento humano normal y anormal. Y de acuerdo con ella varían la forma de la intervención, la frecuencia y la duración de la terapia. El primero fue el psicoanálisis, creación de Sigmund Freud a principios del siglo XX. Sin embargo, por ser prolongado y costoso, pronto se idearon variaciones, sea acortando su duración, sea aplicándolo en grupos o simplificando los objetivos para hacerlos más asequibles a los pacientes. Este grupo de técnicas basadas en los principios freudianos son eminentemente verbales, utilizan interpretaciones de las tendencias reprimidas, o traumas de la infancia, latentes en el inconsciente y que interfieren con el normal funcionamiento psíquico; por ejemplo, en las dificultades para relacionarse con los demás, o consigo mismo, como estar confundido sobre la propia identidad. El tratamiento prolongado se ajusta con la consecución del objetivo terapéutico final: maduración de la personalidad.
Otra escuela psicoterapéutica de fundamentos teóricos y metas diferentes es la terapia de la conducta, basada en los reflejos condicionados descritos por el ruso Iván Pavlov. Las técnicas desarrolladas, a partir de los descubrimientos pavlovianos están dirigidas a detectar los factores actuales –en vez de los históricos– que sustentan a las conductas inadecuadas. El objetivo es, entonces, descondicionar esas conductas perturbadoras para remplazarlas por otras adecuadas. También existe una gran variedad de técnicas basadas en los mismos principios, cuyo objetivo final es la eliminación de los síntomas, por ejemplo en el caso de las fobias (miedos irracionales como a la altura, a los lugares cerrados); de allí, sus resultados mensurables. Una variante muy difundida es la cognitivo-conductual que detecta pensamientos negativos como “yo no sirvo para nada”. Estos interfieren porque son como órdenes perturbadoras, de cumplimiento perentorio.
La existencia de una variedad de técnicas permite la elección más conveniente de acuerdo con el tipo de dolencia, la personalidad del paciente, el tiempo y los recursos disponibles.
Entre estas dos –la psicoanalítica y la conductista– hay una serie de otras técnicas, cada una con su principio teórico explicativo. Entre ellas, la psicoterapia “centrada en el cliente”, ideada por el norteamericano Carl Rogers. Rogers opina que el término paciente coloca al sujeto en una situación de inferioridad, de enfermo y como tal, debe tener “paciencia”; mientras que el cliente tiene un rol más activo, al mismo nivel que el consultor; por más experto que este sea y, como el cliente no está señalado como enfermo, decide finalmente y hasta se le permite “que siempre tenga la razón”. Su principio básico es la convicción de que toda persona posee las condiciones para crecer si es que se desarrolla en un medio adecuado; como lo hace una semilla que solo requiere tierra, humedad y calor. Si un factor falta, el crecimiento se interrumpe. Los humanos necesitamos ser cuidados y aceptados. Por eso, el tratamiento consiste en hacerle saber al cliente que es comprendido y aceptado por el terapeuta. En estas circunstancias favorables el cliente se desbloquea y continúa su crecimiento sin necesidad de interpretaciones.
En la taxonomía psicoterapéutica, una técnica relevante es la llamada terapia sistémica, cuyo marco de acción se funda en la teoría de sistemas, aplicada en la ecología y en los sistemas de comunicación modernos. Es idónea para el tratamiento de grupos (sistemas), como el familiar. Tiene en cuenta las interacciones intrasistémicas y extrasistémicas: las que ocurren entre los miembros de la familia y las que ocurren fuera de ella, sea en el vecindario, la escuela, el trabajo, el club deportivo, etc. La terapia narrativa es una de sus últimas versiones; en ella se invita al paciente a presentar una narración de su vida; luego se la discute con la finalidad de insertar –en la realidad del paciente– una narración diferente, versión mejorada y satisfactoria.
La existencia de una variedad de técnicas permite la elección más conveniente de acuerdo con el tipo de dolencia, la personalidad del paciente, el tiempo y los recursos disponibles. También facilita a los terapeutas escoger la técnica que mejor se adapte a su personalidad. El gran inconveniente es de carácter teórico: la multiplicidad de métodos dificulta la evaluación de su efectividad con estudios estadísticos, a la manera como se mide la efectividad de un fármaco, una sustancia invariable, fácil de controlar.
Para muchos, la proliferación de técnicas psicoterapéuticas es uno de sus lados débiles. Sin embargo, su resistencia a ser esquematizada y reproducida en serie se condice con la complejidad de la vida humana. La psicoterapia es para quienes se cuestionan sobre el sentido de la vida y cada individuo lo hace teniendo en cuenta sus capacidades, limitaciones y las circunstancias que le tocó vivir, las cuales son infinitas e irrepetibles. En un estudio de investigación de los pacientes de una larga lista de espera para recibir psicoterapia, de meses o años, se encontró que muchos inscritos mejoraron espontáneamente, antes de que les llegara el turno de recibirla. ¿La causa? Habían encontrado algo o alguien que le daba sentido a su vida, lo cual hizo innecesario el tratamiento. Con suerte, la vida misma es la mejor psicoterapia; los psicoterapeutas contribuimos a que eso sea realidad.