Jenneh Rishe solía correr con facilidad 9,5 kilómetros en 45 minutos; hasta que, de manera inesperada, ya no fue capaz de hacerlo. En la primavera de 2019, Rishe, quien ahora tiene 34 años, comenzó a tener problemas para correr.
Unos años antes, le habían diagnosticado dos enfermedades cardiacas congénitas que, según los médicos, no afectarían su vida cotidiana. No obstante, estaba empeorando: por la noche, la despertaban unos intensos dolores en el pecho y, después de desmayarse muchas veces, comenzó a usar una silla de ruedas.
Rishe, quien vive en Los Ángeles, supo de un cardiólogo muy reconocido en el Medio Oeste y viajó para allá con el fin de consultarlo. El médico enseguida desestimó sus síntomas, comentó Rishe. “Las personas que tienen este padecimiento no están tan enfermas”, recuerda que le dijo. Le prescribió otro medicamento para el corazón, le dijo que practicara ejercicio y la mandó a su casa.
Al no estar satisfecha con este tratamiento, Rishe fue a ver a otro médico que le hizo estudios exhaustivos con los que descubrió que sus arterias sufrían espasmos por falta de oxígeno. “Era como si tuviera pequeños infartos cada vez que me dolía el pecho”, comentó. Dos meses después, le practicaron una operación a corazón abierto para corregir el problema, la cual, según se enteró más tarde, tal vez le salvó la vida.
“No dejo de pensar que cualquiera de mis carreras literalmente pudo haber sido la última”, reveló Rishe.
Las investigaciones afirman que hay errores de diagnóstico hasta en una de cada siete citas del paciente con el médico y que la mayor parte de estos se derivan de una falta de conocimientos por parte del médico. En una gran variedad de situaciones, es más probable que se diagnostique de manera equivocada a las mujeres que a los hombres.
Los pacientes que han sentido que, de manera incorrecta, los médicos consideraron que sus síntomas tenían poca importancia o que eran de origen psicológico están usando el término “hacer luz de gas médica” o “medical gaslighting” para hablar de sus experiencias y compartir sus historias en sitios como Instagram. Este término, que se usa ahora en la literatura clínica, procede de una obra de teatro llevada al cine llamada “Luz de gas” (“gaslighting”) que trata de los intentos que hace un hombre por volver loca a su esposa. Precisamente, muchos pacientes, sobre todo mujeres y personas de color, describen como enloquecedora su búsqueda de un diagnóstico preciso y su tratamiento.
Luz de gas o gaslighting es un tipo de abuso psicológico en el que se hace a alguien cuestionar su propia realidad. Consiste en negar la realidad, dar por sucedido algo que nunca ocurrió o presentar información falsa con el fin de hacer dudar a la víctima de su memoria, de su percepción o de su cordura.
“Sabemos que es común que los médicos diagnostiquen y traten de manera diferente a los hombres y a las mujeres; sobre todo, a las mujeres de color, incluso cuando tienen las mismas enfermedades”, señaló Karen Lutfey Spencer, una investigadora de la Universidad de Colorado, campus Denver, que estudia la toma de decisiones médicas.
Las investigaciones han demostrado que, en comparación con los hombres, las mujeres tienen que esperar más tiempo para que les den un diagnóstico de cáncer y de enfermedades cardiacas, reciben tratamientos más conservadores para lesiones cerebrales traumáticas y les prescriben analgésicos con menor frecuencia. También es común que las personas de color reciban una atención más deficiente y que los médicos califiquen a los pacientes negros como poco colaboradores o incumplidos, lo cual, según las investigaciones, puede afectar la calidad del tratamiento.
“Recuerdo haberlo repasado una y otra vez en mi cabeza al tratar de dilucidar qué pude haber hecho para que reaccionara de esa manera”, contó Rishe, quien es de raza negra, refiriéndose al cardiólogo del Medio Oeste. “Y, sí, llegué a considerar que el racismo había tenido algo que ver”.
Las mujeres afirman que a menudo los médicos atribuyen sus problemas médicos a su salud mental, a su peso o a su falta de autocuidado, lo cual puede retrasar la eficacia del tratamiento. Por ejemplo, las investigaciones de Spencer señalan que las mujeres tienen el doble de probabilidades que los hombres de que les diagnostiquen una enfermedad mental cuando sus síntomas coinciden con algún padecimiento cardiaco.
Sarah Szczypinski, una periodista de Seattle, comentó que en 2016, después de dar a luz a su hijo, empezó a tener dolor e inflamación en las rodillas, un médico le diagnosticó una depresión posparto, mientras que otro le dijo que tenía que bajar de peso y hacer sentadillas, cuando en realidad se trataba de una displasia de cadera agudizada por su embarazo.
Sintió como si los médicos le estuvieran diciendo que el dolor insoportable que tenía “solo era algo por lo que las mujeres tenían que pasar”, comentó. En 2020, su trastorno había empeorado tanto, que finalmente tuvieron que someterla a una cirugía, cortarle el hueso de la pierna en dos partes y volverlo a alinear con la cadera. Cuando por fin la diagnosticaron, “Me sentí reivindicada de muchas maneras”, aseguró. Pero, a fin de cuentas, “tardaron tres años en diagnosticarme y yo tardé otros dos en recuperarme”.
Algunos pacientes tienen mayores probabilidades de que les ‘hagan luz de gas y los pasen por alto’
Debido, en parte, a que los científicos saben mucho menos acerca del cuerpo femenino que del masculino, es más frecuente que las mujeres reciban diagnósticos equivocados, a pesar de que “existen diferencias biológicas incluso a nivel celular”, señaló Chloe Bird, una socióloga de alto rango en la Escuela de Graduados Pardee RAND que estudia la salud de las mujeres.
En 1977, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos empezó a recomendarles a los científicos que no incluyeran en sus ensayos clínicos a mujeres en edad reproductiva por el temor de que los experimentos dañaran al feto si estas mujeres se embarazaban. A los investigadores también les preocupaba que las fluctuaciones hormonales pudieran repercutir en los resultados de las investigaciones.
Hoy en día —gracias en gran parte a una ley aprobada en 1993 que exigía que en las investigaciones médicas financiadas por los Institutos Nacionales de Salud participaran las mujeres y a las minorías— ahora, de manera más sistemática se incluye a las mujeres en los estudios, pero sigue habiendo un enorme déficit de conocimientos.
Por ejemplo, es común que las mujeres con enfermedades cardiacas tengan síntomas diferentes a los de los hombres con los mismos padecimientos, pero los médicos conocen mucho mejor los síntomas de los varones, explicó Jennifer Mieres, una cardióloga de la red de atención médica Northwell Health de Nueva York. “Cuando las mujeres llegan con síntomas que no encajan dentro del algoritmo que nos enseñaron en la facultad de medicina, les hacen luz de gas y las pasan por alto”, aseveró.
Cuando Michelle Cho tenía 32 años y le diagnosticaron lupus eritematoso, una enfermedad en la cual el cuerpo ataca de manera paulatina sus propios tejidos, ya había desarrollado insuficiencia renal, un soplo en el corazón y neumonía; sin embargo, comentó que el primer médico con el que fue le diagnosticó alergias y el segundo pensó que estaba embarazada.
“Todas las veces salía decepcionada, triste e incómoda porque sabía que no me habían resuelto el problema ni me habían ayudado en absoluto y que, además, había sido otro día perdido”, comentó Cho, una estudiante de Medicina que vive en la ciudad de Nueva York. “Sentía como si me estuvieran diciendo que todo estaba en mi imaginación”.
Cómo pueden los doctores y los pacientes acceder a una mejor atención médica
Los expertos afirman que es difícil saber cómo empezar a abordar estos problemas sistémicos, pero los científicos alegan que es necesario que al menos se realicen más investigaciones acerca de las enfermedades de la mujer.
Spencer sugirió que los médicos tengan más tiempo con sus pacientes y que vean menos pacientes en total. Las investigaciones han demostrado que cuando las personas tienen que manejar muchas tareas cognitivas, es más probable que tomen decisiones basadas en prejuicios. Por ejemplo, en un estudio se descubrió que era menos frecuente que, cuando estaban muy estresados, los hombres que ejercían la medicina prescribieran analgésicos a los pacientes negros que llegaban con dolor lumbar.
Por lo general, los médicos trabajan en condiciones muy difíciles que “dan pie a que cometan errores y omisiones”, afirmó Spencer. “Es como si el desafío de los sistemas y los procesos problemáticos indujeran a la parcialidad”. Los investigadores también han pedido que en las escuelas de medicina se ofrezca una mayor capacitación acerca de los prejuicios inconscientes y el racismo que se presentan en la atención médica. En 2019, en California se aprobó una ley que exigía que los hospitales implementaran programas relacionados con prejuicios implícitos para todos los profesionales de la salud que brindaban atención médica perinatal.
Alyson McGregor, cofundadora y directora de la división de sexo y género en la medicina de emergencia en la Universidad Brown, recomendó que hasta que no haya más cambios, las mujeres y los pacientes de color podrían considerar hacerse acompañar de algún amigo o familiar cada vez que acudan con el médico. “En verdad sirve mucho llevar a alguien que te apoye y pueda intervenir para decir cosas como: ‘Ella normalmente no tiene tanto dolor’”, aseveró.
McGregor también aconsejó acudir con “otro médico si te sientes ignorada”. Tal vez hasta podrías pensar en buscar una doctora o un doctor que tenga una formación cultural superior y que sea capaz de “entender mejor tu idioma y tu punto de vista”.
c.2022 The New York Times Company