“Oye, ¿me parece o has subido de peso?”, “Cómo te castigas, ahh, ya es hora de pararle la mano a la comida”, “Ya deja de comer, ¿no te da vergüenza?”, “¿Qué flaca estás, ¿no será que estás enferma?”, “Estás demasiado delgado, métele más papa al caldo”, “Felicitaciones, has bajado de peso”, “Si sigues así no vas a encontrar ropa que te cierre”, “¿Y esa barriga, ¿de dónde salió?”, “Lo que importa es que eres bonita de cara, el cuerpo se cambia”, “¿Te has pesado últimamente?”, “¡Qué bien se te ve ahora que has bajado de peso!”, “No pensarás ponerte bikini con esa celulitis, ¿no?”, “¿Y esas estrías?”
¿En qué momento sucedió que las personas se adjudicaron el permiso de comentar sobre el cuerpo de los demás, especialmente cuando no les hemos dado dicha autorización? Es completamente válido que pienses lo que desees acerca del cuerpo de otra persona, puedes incluso creer que es horrible, o hermoso, o neutral; no obstante, ¿por qué motivo lo mencionas? ¿Crees que vas a aportar de manera constructiva y empática al bienestar de la persona? Quizás esa es tu intención, pero ¿conoces las batallas que esa persona mantiene debido a su cuerpo?
Alguna vez, una paciente que había sido víctima de comentarios ofensivos e invalidantes sobre su cuerpo durante mucho tiempo, especialmente por parte de su familia, me dijo: “Lo más duro de todo es que, a pesar de que lo intente, se me hace muy difícil no odiar mi cuerpo, no solo porque me critican por ello, sino porque es imposible no verlo o sentirlo. Hago todo con mi cuerpo. Me levanto con mi cuerpo. Me acuesto con mi cuerpo. Me alimento con mi cuerpo. Me ejercito con mi cuerpo. Pienso con mi cuerpo. Me movilizo con mi cuerpo. Está en todo momento conmigo. No puedo quitármelo de encima. ¿Te imaginas lo horrible que es odiar algo que nunca se va?”
Hace unos años tuve una enfermedad muy seria, que pudo haber sido fatal. Como parte del proceso de recuperación, tuve que seguir una alimentación muy estricta, pues necesitaba que la inflamación interna que tenía, bajara; solo de esa manera podían realizar la intervención quirúrgica que necesitaba para realmente estar fuera de peligro inminente. Ese proceso tomó algunos meses, y, como parte de las restricciones alimenticias, indefectiblemente perdí peso. Tenía sensaciones contradictorias pues me alegraba al verme menos grande, pues siempre me sentí mal por mi cuerpo, pero, al mismo tiempo, tenía mucho miedo de que algo grave pudiera sucederme.
Recuerdo que un día fui a una parrillada con unos amigos. Yo no podia comer casi nada de lo que se sirve en una parrillada, menos aún tomar alcohol; no obstante, decidí ir, pues quería pasar un momento agradable con mis amigos. Sin embargo, la velada fue muy incómoda desde el inicio, pues, a pesar de que todos sabían lo que me pasaba, y que incluso había riesgo de que pudiera morir sin la operación (y que por eso debía restringir mi alimentación para que la inflamación cediera y poder intervenirme), uno de mis amigos me recibió y, colocando su mano sobre mi estómago, dijo: “lo bueno es que estás más flaco, siempre se saca algo positivo de la enfermedad, no más no vayas a engordarte de nuevo después de la operación”.
¿Realmente fue un comentario compasivo? Estos ejemplos son parte de nuestro día a día, están inmersos en nuestra cultura, en nuestras interacciones y en nuestra visión aprendida del mundo. Y, ahora que estamos en época de verano y muchos de nosotros deseamos ir a la playa, es “pan de cada día”. Pero, realmente, ¿cómo aprendimos a valorar ciertos tipos físicos como buenos y malos? Quizá la psicología social pueda ayudarnos.
El “efecto de halo” es un fenómeno psicológico vastamente estudiado. Se puede resumir en la frase: “Lo bonito es bueno y exitoso”. En múltiples investigaciones, personas a quienes se les muestran dos fotografías, una con una persona “bonita” (de acuerdo a la cultura), y otra con una persona “no bonita” (de acuerdo también a la cultura), y se les pide luego contestar preguntas como: ¿quién tiene más éxito?, ¿quién tiene más dinero?, ¿quién es feliz?, ¿quién tiene un buen trabajo?, ¿quién tiene pareja?”, etc., se aprecia que la tendencia es a atribuir características positivas a la persona “más bonita”, incluso sin saber nada de su vida.
Este experimento se ha replicado de varias maneras. En una de ellas, se mostraba a un grupo de personas una solo fotografía. Y, aun cuando todos los participantes observaban a la misma persona en la foto, la mitad recibía una imagen en la que la persona sonreía, y la otra mitad recibía una imagen en la que la persona estaba seria. Los resultados fueron los mismos: se atribuían más características positivas a la persona “más bonita” (definida, en este caso, por la sonrisa).
¿Ahora sospechas por qué la elección de modelos para la venta de productos suele incluir a personas sonrientes y “culturalmente bonitas”? ¿Y por qué nos queremos parecer a ellas?
El problema de esto es que el mensaje opuesto es muy obvio: “Tienes que ser delgado y estar siempre con una bonita sonrisa, pues así eres más exitoso”. ¿Quiere, entonces, la publicidad, denigrar indirectamente a quienes no calzan con los cuerpos “apropiados” o a quienes tienen evidentes características físicas que los alejan de la “belleza”? ¿Es por ello que es tan difícil hallar tallas más grandes de ropa en algunas tiendas? ¿Se puede sustentar así la hiper sexualización en el modelaje y en la venta?
¿Cuáles son las consecuencias en salud mental que esto puede producir? ¿Justifica el poder lucir “apropiadamente” un bikini en la playa, todo el sacrificio físico y emocional al que se someten miles de mujeres? ¿Depresión, ansiedad, desnutrición, problemas de la conducta alimentaria, vergüenza, exclusión social? Realmente el tema es serio y amerita que lo tratemos con respeto, pues no solo se trata de “verse delgado o fit” para la foto, debes también estar bronceado, y mientras más oscuro y parejo, es mejor. ¿Y el cáncer a la piel?
Pero, me pregunto otra vez, ¿por qué nos sentimos cada vez más presionados por nuestra apariencia? Quizás porque, actualmente, los comentarios sobre nuestro cuerpo no llegan solo a través de nuestras tías indiscretas en un lonche familiar sino, también, por las agotadoras redes sociales. Las cuentas “inspiracionales”, las fotografías de cuerpos “de verano”, los likes y comentarios…todo eso nos impulsa a desear lo que, sin darnos cuenta, nos han enseñado que es correcto, bueno y bonito. Seguro hay otras razones más hondas y complejas pero todas tendrán relación con cómo nos perciben los demás. Y cómo nos lo hacen saber. Es solo por esa presión ajena que cientos de personas prefieren caminar bajo el sol, sofocados y acalorados, con la chompa puesta en lugar de enseñar su cuerpo. Por eso, tratemos de comentar siempre con empatía o aprendamos a guardar silencio con amabilidad, ese cambio de actitud nos puede refrescar a todos este verano.