Los labios pintados de rojo, las pupilas dilatadas como dos platos y la piel más descubierta que de costumbre. Esa versión de mí que solo salía en hipomanía —como el hombre lobo que solo aparece en luna llena— estaba haciendo finalmente su aparición. Era oficial: mi mente había tomado el control de mi cuerpo.
Con la hipersexualidad —uno de los signos de un episodio maníaco—, desaparece el miedo por las consecuencias, así como también los límites que me suelo poner. Aumenta la temperatura corporal y la libido. Lo prohibido se hace mucho más atractivo. De hecho, muchas cosas (sobre todo personas) a las que normalmente no les prestarías atención, ahora se te hacen irresistibles.
Con solo una mirada, podía conseguir que un hombre en el bus bajara en una parada que no era la suya solo para preguntarme mi nombre o que el expositor de un evento con más de 100 personas moviera sus contactos para conseguir mi número. Era como una suerte de hipnosis que no puedo explicar con la lógica. Simplemente pasaba.
¿Cuánto deseo sexual es demasiado?, me podrían preguntar. Porque el deseo tampoco se puede satanizar, es algo totalmente humano y sano. La diferencia con el deseo promedio de una persona y el deseo incontenible de alguien que está pasando por uno de estos episodios, es que te provoca hacer cosas que normalmente no harías, más veces de tu propio estándar.
Te conviertes en alguien que la gente no reconoce, en esa amiga que siempre dice las palabras correctas para seducir, que tiene un poder de convencimiento que parece casi mágico, que acomoda su tono de voz a cada situación y que parece no tenerle miedo a nada.
Terri Cheney, una escritora con la que comparto el diagnóstico de trastorno bipolar, dijo en uno de sus libros que cuando pasamos por un período de hipersexualidad aparece la necesidad de conversar con nuestro cuerpo. Tenemos tanto que decir, que buscamos formas alternativas de expresarnos. Y me parece una manera bastante ingeniosa de describir este estado. Porque muchas veces no buscamos sexo, sino ser escuchados.
Pero es importante aclarar una cosa. La palabra hipersexualidad puede confundir, el que la escuche o la lea podría pensar que significa únicamente el aumento de ganas de tener encuentros sexuales. Sin embargo, es mucho más que eso. A veces, incluso hay episodios en los que no llegamos a relacionarnos con nadie físicamente, pero seguimos expresando con nuestro cuerpo que no somos las mismas personas que el mes anterior.
Ahora que veo mis fotos del pasado puedo identificar fácilmente en cuáles estaba hipersexual y no me siento avergonzada, pero me desconozco. Incluso la manera de acomodarme el pelo, mi mirada y mis gestos me resultan ajenos.
La mejor forma de lidiar con este síntoma es identificar cuáles son las señales de que esa parte tuya está intentando volver a ser la protagonista. Empieza por preguntarte: ¿Qué cambia en ti?, ¿cómo eres en esencia y cómo es tu versión hipersexual? Puede ayudarte hacer una lista en papel. A mí me funciona también alejarme de las redes por unos días y disminuir la cantidad de reuniones sociales. Si tienes una relación monógama es importante que exista una comunicación sincera entre ustedes, que los dos se psicoeduquen oportunamente y que armen un plan de manejo de crisis.
Si ahora tiendo a esconderme como un conejo en su madriguera cuando me siento hipersexual no es por limitarme, es por autocuidado. Porque en hipomanía no soy realmente yo, me transformo en una versión distorsionada de mí misma y no quiero volver a encontrarme en situaciones indeseadas. No si puedo evitarlo.