II
Si fuera al médico, el señor F se enteraría que la depresión es un trastorno mental bastante estudiado. Que su estado requiere un tratamiento equivalente al de una persona que sufre de asma o hipertensión.
Entendería que si no hace algo por controlarla, su salud física empeorará. La ciencia ha probado que las personas con depresión severa se hacen más propensas a otras enfermedades, como los ataques cardíacos y la diabetes.
El señor F ha faltado varias veces al trabajo porque se sentía sin energía, su cuerpo estaba adormecido y perdía la concentración fácilmente. A sus compañeros solo les dijo que se lesionó la espalda cuando entrenaba en el gimnasio. Un dolor muscular es más fácil de entender que un trastorno mental.
Sin embargo, la depresión del señor F es tangible. Si le sacaran una tomografía podría ver lo que sucede en su cerebro.
Una persona deprimida muestra cambios en la zona inferior de sus lóbulos frontales y en el hipocampo (la zona del cerebro que permite el aprendizaje y el desarrollo de la memoria).
A escala microscópica, la depresión se asocia con varios factores: un desequilibrio de ciertos compuestos químicos que liberan las neuronas, especialmente, serotonina, norepinefrina y dopamina; alteraciones en los ritmos circadianos o los ciclos de vigilia y sueño y desórdenes hormonales, como el aumento de los niveles de cortisol, la hormona del estrés.
Si el señor F no estuviera deprimido, sus niveles de cortisol serían normales y despertaría por la mañana con vitalidad como la mayoría de personas.
Pero algo no funciona bien. Una sensación de sobresalto se activa en él al menor estímulo y en cualquier momento, y se prolonga hasta el final del día. Si no se hace nada, anuncia la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión será la primera causa de discapacidad en el mundo en el 2030.