La cronología de esta pandemia indica que la primera víctima mortal de coronavirus fue un hombre de 61 años que se contagió en un mercado de mariscos en la tristemente célebre Wuhan. Y es desde ese mercado en China que una nueva enfermedad se esparció al resto del mundo. Ahora, con más de dos meses de aislamiento encima y sin poder aplacar la curva de contagios, los peruanos también hemos empezado a cuestionar la higiene y seguridad de nuestros mercados. En Lima, la capital gastronómica de América Latina, semana a semana van cerrando los centros de abastos de distintos distritos por presentar un alto número de vendedores infectados. Como ha repetido el presidente Martín Vizcarra, nuestros más de 2.500 mercados son uno de los tres principales focos infecciosos de la COVID-19 en el país.
El Gobierno peruano fue el primero en Latinoamérica en ordenar a sus habitantes recluirse en sus hogares para protegerse. Los peruanos estamos en estado de emergencia desde el 16 de marzo. Con esa pronta reacción nos ganamos una lluvia de aplausos virtuales en el continente. Cantamos a viva voz desde nuestras azoteas, ventanas y balcones el valse Contigo Perú durante tantas noches que desgastamos el sentido de sus versos. Pero fuimos demasiado optimistas. Quizás ingenuos. Creímos que estábamos haciendo las cosas bien y resulta que ahora somos el país con más infectados, 124 mil, en América Latina solo por detrás de Brasil, ocupando, además, la duodécima casilla en el mundo.
¿Qué pasó? ¿Por qué hemos alcanzado los 3.500 muertos? Probablemente porque una vez más se comprueba la inmensa brecha que existe entre la teoría y la práctica. Si hay un virus letal y contagioso en las calles, lo más seguro es dictar una cuarentena nacional y que todos se mantengan resguardados. Sin embargo, ¿pueden los peruanos quedarse en casa? Casi el 70% de la población son trabajadores informales y su supervivencia depende del ingreso diario que consiguen en las calles. Además, nuestras carencias sanitarias y estructurales de las que muy pocos gobiernos se ocuparon en el pasado ahora se manifiestan con numerosos casos positivos de COVID-19 a raíz de sitios que se pueden visitar en cuarentena como hospitales, bancos y mercados.
El investigador Eduardo Zegarra dice que existe un profundo desconocimiento de parte de las autoridades sobre nuestros hábitos de desplazamiento y de compra. Nuestra predilección por la comida fresca, por ejemplo. Los peruanos elegimos el pescado del muelle para nuestros ceviches y nunca en la sección congelados de un supermercado. Si a esto le sumamos que, de acuerdo a la Encuesta Nacional de Hogares del Perú (ENAHO) de 2019, solo el 21,9% de hogares pobres en el país cuenta con una refrigeradora, la recomendada visita quincenal al mercado resulta imposible de seguir. Somos un país sin refrigeradoras que ama la comida fresca.
Quizás por eso ahora en los mercados más representativos de la capital el índice de contagios es una invitación a quedarse en casa: Mercado Modelo de Frutas de La Victoria (86%), Mercado Mayorista de Frutas también en La Victoria (79%), y Mercado de Santa Anita (70%). Todo como parte de una muestra de más de cinco mil comerciantes de distintos rincones del país a quienes se les realizó pruebas rápidas de descarte. Y donde un poco más de la tercera parte (36%) dieron positivo.
Eduardo Zegarra señala que los mercados mayoristas reúnen entre 20 mil y 30 mil personas a diario. El economista sospecha que ese mar de gente no se ha reducido precisamente durante la cuarentena, pues fue un sector que no paró. Y cuya demanda más bien creció. De hecho, anota que los cierres temporales de mercados infectados solo generaron que vendedores informales ofrecieran sus productos alrededor.
Hace poco, el dirigente Andrés Tupiño de la Federación Nacional de Trabajadores en Mercados (Fenatm) reconoció a la agencia EFE que las condiciones de salubridad en los mercados no han sido óptimas. Pero que eso se debe, en gran medida, a que los edificaron solos, sin ninguna guía del Estado. Según dice, el 90% de los mercados de Lima son particulares.
Por realidades como esta se ha prorrogado por quinta vez el aislamiento social obligatorio. Ya no de quince en quince sino en cuarenta días hasta el 30 de junio, convirtiéndonos en el país con la cuarentena más larga del planeta. Los peruanos aún no podemos salir a las calles porque sistemas esenciales como los mercados y el transporte público no están listos para brindarnos seguridad.
Esta prórroga, además, ha traído consigo una nueva convivencia social. O, en todo caso, se han establecido los lineamientos a través de un decreto supremo. El toque de queda, que llegó a ser de 4:00p.m. a 5:00a.m. en los departamentos de la costa norte del país, se ha estirado de 9:00p.m. a 4:00a.m. a nivel nacional, salvo esa misma cadena de ciudades norteñas y algunos departamentos de la selva en estado de vulnerabilidad. La salida de los domingos, eso sí, continuará prohibida para todos. En el Perú no hablábamos de toques de queda desde la época del conflicto armado interno allá por los ochenta.
Si bien el cierre de fronteras persistirá, así como el transporte interprovincial de pasajeros, en ese decreto supremo se ha aprobado la reanudación de una serie de actividades como el uso de vehículos particulares, aunque solo dentro del distrito de residencia; el desplazamiento diario de niños menores de 14 años por media hora a no más de cinco cuadras de distancia; y una lista de servicios como odontología, informática, comercio electrónico, delivery por aplicativos móviles, jardinería, carpintería y peluquería. Es más, se ha habilitado nuestro aún endeble fútbol profesional pero sin público. Después de la comida, nada entretiene más a los peruanos que ver rodar una pelota aunque sea a puertas cerradas.
Los mercados, supermercados y establecimientos minoristas de alimentación han merecido también algunos renglones en esta nueva convivencia social. Funcionarán a la mitad de su aforo, previa desinfección al ingreso, y el uso obligatorio de mascarillas. Además de una distancia entre los clientes no menor a un metro. Correcciones en marcha después de setenta días.