En primera línea

El protocolo de atención frente a la realidad

A una ginecóloga en una Unidad de Salud en San Salvador le indicaron que a los pacientes con sospecha de COVID-19 solo los derive a un hospital. Sin embargo, para ella es imposible seguir ese protocolo que le impide ayudar.

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A mis pacientes, mujeres en controles prenatales, dejé de verlas desde la mitad de marzo. Cuando la crisis empezó, yo sentía que mi papel como ginecóloga no iba a ser tan preponderante porque leía que a las embarazadas no les afectaba tanto la COVID-19. Pensaba que solo iba tener que involucrarme si alguna de ellas salía positivo. De alguna manera me sentía protegida por eso, pero la situación fue muy distinta. De inmediato tuve que hacer un cambio de chip: de atender exclusivamente a mujeres gestantes pasé a revisar pacientes con enfermedades respiratorias agudas.

Solo dos médicos nos quedamos atendiendo la Unidad de Salud porque el resto de compañeros se fue a los centros de cuarentena, donde han tenido que monitorear a las personas aisladas por venir del extranjero, por ser casos asintomáticos de COVID-19, o por constituir un nexo epidemiológico. Todo lo que recibimos fue una breve capacitación para aprender a usar el Equipo de Protección Personal (EPP) y nos enviaron los lineamientos técnicos por correo; pero el protocolo es una cosa y la realidad es otra.

La orden es que una persona que tenga los síntomas de COVID-19, como agotamiento, fiebre, diarrea y respiración cansada, debe ser trasladada a un hospital. Para eso se debe llamar al sistema de ambulancias 132 y esperar a que lleguen los paramédicos con buzo completo y capucha de monja. Ese era el plan pero el sistema colapsó desde la segunda semana de mayo y las ambulancias tardan días en llegar: te dicen que pondrán al paciente en lista de espera hasta que encuentren cupo en un hospital.

Un par de veces hemos logrado enviar a las personas en nuestra ambulancia o les hemos sugerido que ellos se muevan por sus medios a un hospital. Hay personas que llegan a nuestra Unidad de Salud y colapsan ante nuestros ojos de manera súbita. En esos momentos se antepone tu sensibilidad como médico y necesitas ayudar a esta persona, trasladarla antes de que se muera allí, y entonces rompés todo el protocolo de seguridad. Como médico te forman para salvar vidas, no para dejarlas morir.

Indicar que los doctores de las Unidades de Salud solo debemos llamar a una ambulancia para que auxilien a los pacientes con sospechas de COVID-19 es fácil. Pero ver a una persona en inminente paro respiratorio, pensar en su familia angustiada y quedarte con los brazos cruzados, sin hacer nada es imposible. Es emocionalmente desgastante. Esa sensación de impotencia no la vamos a olvidar nunca los médicos que estamos en primera línea en esta pandemia.

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