Mi restaurante cumpliría cinco años el 18 de agosto. No llegamos. Cuando nos ordenaron cerrar por la pandemia, intenté vender canastas de productos locales pero no funcionó. Endeudarme tampoco era una opción. Fue así como tuve que cerrar “Tan lechuga yo”, un emprendimiento para promover la alimentación saludable. Me dolió mucho tener que clausurar mi negocio. Sin embargo, una iniciativa que vi en las redes sociales me abrió los ojos. El restaurante Rayuela había creado la Olla Comunitaria para servir almuerzos solidarios en Ciudad de Guatemala. Se me puso la piel de gallina y algo se movió en mí. Me dije: ¿Cómo es posible que, en una pandemia, esté tratando de rescatar mi propio barquito cuando hay un montón de personas que no tienen ni salvavidas?
Llamé a los compañeros de Rayuela para que me explicaran cómo montaron su programa de entrega de comidas. Con sus consejos, formamos la Olla de Xela (Quetzaltenango), la segunda mayor aglomeración urbana del país. Diseño los menús con el mismo cuidado con el que lo hacía para mis clientes. Queremos dignificar la entrega de alimentos: no por ser gratis vamos a servir todos los días arroz y frijoles. Los taquitos de pollo y el ceviche de Protemás (harina de soya) con galletas son un éxito. Incluimos vegetales en nuestros platos y no empleamos aditivos. En lugar de sazonar con el típico consomé en polvo, que contiene el dañino glutamato monosódico, usamos especias. Para muchas de las personas que se acercan a la Olla, la nuestra es la única comida que tendrán ese día. Tratamos de darles la más nutritiva y sabrosa posible. Hasta ahora, hemos llegado a servir más de seiscientos almuerzos en un solo día. En total llevamos más de diez mil y contando. La fila es cada vez más larga.
La pandemia ha agudizado el hambre y las necesidades durarán mucho tiempo en Guatemala. Quienes ayudamos a otros no somos ningunos héroes, solo hacemos lo que nos toca hacer. Hay que dejar de romantizar el voluntariado. Hoy son ellos, pero mañana podemos ser nosotros. En la Olla de Xela solo ayudamos a las personas a sobrellevar un día más porque así es como nos enseñan a vivir en este país. Después de esta experiencia, creo que no podría volver a vender comida. Ahora necesitamos esforzarnos en convertir la alimentación saludable en algo accesible para todos. Me gustaría trabajar en hacer de este modelo de almuerzos solidarios un proyecto sostenible.