En primera línea

Los barbijos rojos

Alicia Merlo es miembro de la mesa directiva de la Confederación Argentina de Farmacéuticos. Ahora que la pandemia ha impuesto el aislamiento, ella ha organizado a sus colegas para que ayuden a las mujeres víctimas de violencia a escapar de sus agresores.

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En Argentina, la farmacia forma parte del paisaje de casi cada pueblo. En las zonas más transitadas de Buenos Aires, se puede encontrar una cada cincuenta metros. Están en cada barrio. Cuando comenzó el aislamiento social preventivo y obligatorio en nuestro país, el 20 de marzo, las farmacias eran de los pocos rubros catalogados como esenciales que permanecieron abiertos. Pero el confinamiento sumó una nueva misión a nuestro trabajo de proveer medicinas. La violencia puertas adentro, que tantas mujeres y niños sufren diariamente, tenía ahora un escenario ideal: las víctimas estaban atrapadas en sus casas con sus agresores. Por eso decidimos aprovechar que las farmacias estaban a la vuelta de cada esquina, abiertas al público casi todo el día, y convertirlas en el lugar a donde acudir por ayuda. Las víctimas solo tendrían que pedir a los farmacéuticos un barbijo rojo para hacerles saber que estaban en peligro. Ese sería nuestro mensaje en clave.

El programa Barbijo Rojo lo hemos desarrollado entre el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad y la Confederación Farmacéutica Argentina (COFA). A mediados de abril, una mujer joven ingresó a la farmacia de una ciudad, en una de las provincias que se adhirieron al programa. La mujer preguntó sobre un producto. No pudo pedir el barbijo rojo porque su pareja, el agresor, estaba con ella en la farmacia y se daría cuenta. Pero esa joven sabía a qué había ido y no desaprovechó la oportunidad: pidió a la farmacéutica un papel y una lapicera. “Por favor, ayúdeme”, escribió junto a la dirección de su casa, y le entregó el papel. La farmacéutica empezó a hacerle algunas preguntas en clave para obtener más datos personales. Cuando la mujer y su agresor salieron, la profesional se puso en contacto con la línea 144, destinada exclusivamente a la violencia de género en Argentina, que activa a su vez los pasos siguientes al protocolo. Hasta ahí llega nuestro rol. Luego se ingresan los datos de cada caso en un registro de la COFA y las autoridades se encargan de resolverlo.

Al día siguiente, era domingo, la farmacéutica estaba de turno. Empezó a recibir amenazas a su teléfono móvil: que se calle, que no se meta o iba a terminar mal. Después la policía fue a la farmacia para interrogarla sobre por qué había hecho esa denuncia al 144. Ella no podía dar información, amparada en el secreto profesional. Nos avisó y a través del ministerio logramos que la policía fuera a donde debería haber ido desde el principio: a la casa de la víctima. El agresor los echó y la mujer permaneció en el interior de la vivienda.

En la mayor parte del país los farmacéuticos aceptaron el reto. También las autoridades locales y por eso el programa Barbijo Rojo está funcionando. Tenemos casos exitosos. Debido al protocolo, podemos seguir el caso de la farmacéutica, quien se encuentra bien y asistida, pero no podemos hacer el seguimiento de la víctima de violencia. Nunca más supimos qué fue de ella, pero puede regresar por el barbijo rojo cada vez que lo necesite. La farmacia estará abierta.

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