Aunque ya no estoy en el hospital, soy un estudiante de medicina y en lo que más pienso es en la pandemia. Todos los días leo mucho sobre la COVID-19 y los nuevos estudios que aparecen sobre su comportamiento en el organismo. Es innegable que los peruanos estamos atravesando una crisis de desinformación. La población en general está mareada con tantas noticias pero lo que más me preocupa es que este desconcierto también lo veo entre el personal médico. Es desesperante recibir la llamada de algún amigo que tiene un familiar muy enfermo y que no sabe qué hacer, porque aún con tratamiento, no mejora. Así me he enterado de algunas recetas muy peculiares. La realidad es que tenemos doctores haciendo prescripciones de medicinas sin mayor evidencia científica. El reto que están afrontando mis colegas es inmenso y las condiciones que los rodean no son las adecuadas.
Cuando los jefes de departamentos del hospital se enteraron que los internos ya no iríamos a trabajar a partir del inicio de la cuarentena, se negaron. Pensaban que teníamos que seguir asistiendo. Comprendo esa reacción, somos una fuerza laboral, pero lamentablemente no existían las medidas de bioseguridad para que podamos continuar. Por iniciativa propia, desde nuestra cuarentena, los internos iniciamos una vigilancia epidemiológica: a diario cada uno llamaba a tres pacientes sospechosos o confirmados de COVID. Les preguntábamos por sus síntomas y les indicábamos acercarse al hospital solo cuando tenían problemas al respirar. Estos reportes los entregábamos a nuestros colegas infectólogos. A las pocas semanas nuestra vigilancia se detuvo. El Hospital Regional de Loreto, el único encargado de atender casos COVID en la zona, había colapsado y ningún residente tenía tiempo para recibir nuestra información.
A los internos nos gustaría participar en la lucha que se está librando a diario pero no podemos olvidarnos de nuestra propia salud. Ha sido lamentable enterarnos de la muerte de dos bachilleres en medicina. Se nos ofrece un Seguro Integral de Salud (SIS) para regresar a los hospitales pero el SIS está colapsado: no tiene camas, medicina ni oxígeno. Si algo nos pasa, no podrán hacer nada. Algo que se tiene que entender es que los estudiantes de medicina tenemos vocación pero también una familia que nos necesita detrás de cada uno de nosotros.