A la vista de todos sus amigos, Jacinto Quispe, a quien llamaban el Loco Jass, se quitó el yeso que le colocaron un día antes —tras fracturarse el brazo al caer de las escaleras— y entró al campo de fútbol como si no importara nada más a sus treinta años. A pesar de su lesión, pocas veces jugó mejor que ese día. Quispe compitió en todas las ligas de La Paz, su ciudad natal, hasta que un impertinente desgaste en las rodillas lo obligó a renunciar de las canchas.
Dejó el gramado, pero se instaló de por vida a un costado del campo, ahora con una cámara en las manos para registrar los partidos que tanto le gustaba ver. Poco a poco, Quispe dominó con destreza el oficio de perseguir el balón con una filmadora, así como lo perseguía con las piernas cuando jugaba en su barrio. Empezó su carrera como camarógrafo deportivo, luego se hizo editor, reportero y finalmente terminó siendo productor de televisión. El triunfo personal del que se sentía más orgulloso.
De alguna manera, su oficio fue la excusa perfecta para asistir como un hincha encubierto a los estadios. Quispe disfrutaba como un fanático cuando filmaba o editaba los partidos, especialmente los de su equipo favorito: Bolívar. Llegó a transmitir en numerosos escenarios del país y el extranjero, y su último logro fue viajar hasta Rusia para sentarse en uno de los sitios privilegiados de prensa, poner sus ojos en el lente de una cámara y documentar el campeonato de fútbol más importante del mundo. Todos los años reporteando, filmando y editando lo llevaron finalmente a ese momento, a un lado del campo, con la misma intensidad del chico que se quitó el yeso para ingresar a la cancha.