A Antonio Gallardo no le gustaba bailar ni beber alcohol en las fiestas, pero cada vez que podía armaba un karaoke en su casa, se acomodaba delante del televisor y cantaba muy alto durante horas las canciones de los Beatles. “Oye, cholito, tú cantas bien fuerte y bien feo”, le bromeaba a veces su esposa Susana, con quien compartió más de treinta y cinco años de su vida. A pesar de ser un comerciante que vendía zapatos los siete días de la semana, Antonio siempre encontraba un espacio para escuchar y cantar los mejores hits de su banda favorita, como “Yellow Submarine”, “In my life” o “Imagine” de John Lennon. Había convertido estos momentos en una suerte de ritual: llegaba del trabajo cada noche, se sentaba frente a la computadora de la sala y abría Youtube para entonar decenas de temas del cuarteto de Liverpool. Aunque no sabía inglés, con los años llegó a aprender cómo sonaban las palabras de las canciones y, ensimismado en sus audífonos, se pasaba toda la noche cantando solo y moviendo la cabeza como un rockero veterano enfrascado en su propio mundo. A su alrededor, su esposa y sus tres hijos no tenían más opción que convivir con ese canto destemplado que invadía la casa mientras ellos cenaban, veían una película o simplemente conversaban.
Antonio era tan aficionado a esta banda inglesa que durante más de una década se regaló a sí mismo una sola cosa por su cumpleaños: ir al tributo oficial de los Beatles que, cada año, se organizaba en el Centro Cultural Peruano Japonés. Por su gran acogida, este evento solía celebrarse en dos fechas seguidas y una de ellas casi siempre coincidía con su santo: el 8 de diciembre. Fue así que Antonio instauró de manera espontánea una costumbre personal: la primera noche iba al tributo con sus amigos y al día siguiente, con su esposa. Antes, avisaba al resto de la familia que ese día no lo visiten en casa: su fiesta de cumpleaños se iba a festejar en las butacas del anfiteatro. “Ahí él saltaba y cantaba como en ningún otro momento”, evoca la mujer que aprendió a disfrutar el rock de los Beatles a través de la voz de su marido.
Una de las pocas veces que ella lo vio beber alcohol fue en el concierto de Paul McCartney en Lima. Aunque las entradas estaban carísimas, Antonio no dudó ni un segundo en comprar una para él y otra para su esposa. Los incontables días de karaoke y su completa discografía de los Beatles se pusieron a prueba durante esas dos horas en el Estadio Monumental. Como un adolescente enfebrecido, el comerciante de zapatos no dejó de corear ni una sola canción mientras bailaba, abrazaba a Susana y bebía sus cervezas en lata. “Pocas veces lo vi tan feliz como esa noche. Me emocionaba tanto verlo así”, recuerda ella. Y esa es finalmente una de las imágenes más nítidas que conserva en su memoria: el gesto brillante de Antonio retratando con su voz la más impecable alegría.