Desde que era joven, María Olga siempre llevaba consigo una libreta negra forrada con un material semejante al cuero. Parecía ser la misma, pero en realidad tenía cientos de ellas que fue acumulando a lo largo de los años. Le gustaba apuntar cosas que le llamaban la atención mientras leía: citas, ideas o sus propias reflexiones. Las escribía con una caligrafía impecable que aprendió a los seis años con las monjas de los Sagrados Corazones, quienes la vieron crecer hasta convertirse en religiosa a los 22.
María Olga también usaba su libreta cuando hablaba con alguien: registraba las cosas que aprendía en una conversación, los detalles que la sorprendían o algún concepto que no le quedaba claro y que luego se dedicaba a investigar. Una tarde se sentó junto a su sobrina nieta, quien entonces era agnóstica y escuchaba música metalera, y le preguntó con auténtica curiosidad por qué usaba poleras negras con zombies y cadenas. La joven respondió que era porque le gustaban las letras de las canciones de Iron Maiden. «¿Y de qué hablan esas letras?», preguntó. «Mi favorita cuenta la historia de Alejandro Magno», le dijo Carola. La monja abrió mucho sus ojos. «Qué increíble, nunca me hubiera imaginado que hablaban de cosas así», le respondió.
A veces en sus libretas hacía bocetos de dibujos religiosos, que luego convertía en tarjetas para regalar a sus vecinos de los cerros de Valparaíso. Allí tuvo por años una pequeña oficina donde solía recibir a jóvenes homosexuales, algunos de ellos con VIH, a los que la Iglesia no siempre acogía. María Olga sentía que su institución había fallado en eso: «Para ella lo más importante era no prejuzgar a las personas», dice Carola. Con el tiempo llegó a ser Superiora Provincial, dirigiendo en toda Latinoamérica a las monjas de los Sagrados Corazones. A pesar de las diversas responsabilidades de su cargo, siempre se dio un tiempo para registrar en sus libretas todo lo que descubrió de las personas.