Aunque gran parte de su vida Segundo Sánchez trabajó como obrero, en su vecindario pensaban que era policía. Desde que muy joven dejó Cajamarca y llegó a Lima, tenía el talento de mimetizarse con su entorno y ganarse la confianza de las personas apenas lo conocían. Como su casa quedaba a la espalda de la Comisaría Alfonso Ugarte y de la Prefectura de Lima, era común verlo conversar con los agentes. Ellos lo trataban como a uno más y lo llamaban “capitán”. Incluso le encomendaron la labor de coordinar por tres años la escuela de verano para que los jóvenes vecinos practicaran deportes. Tenía que conseguir que la convocatoria llegara a la gente. En el día de la inauguración, él dio las palabras de bienvenida. Era como un policía, pero sin uniforme.
No fue el primer uniforme con que lo relacionaron. En una ocasión, a mitad de los años 70, Segundo Sánchez llegó al Colegio Médico buscando trabajo. Cargaba su CV, pero al ver que había una charla en el auditorio, ingresó y se sentó para hacer hora. Se puso a hablar con un grupo de médicos, que al verlo allí creyeron que él también era uno de ellos. Entonces salió a relucir su talento: llevar la conversación siempre a un terreno que él dominaba, el terreno de las emociones y los recuerdos. No despertó sospechas. Hasta que un rato después un médico lo invitó a almorzar y él tuvo que confesar la verdad: estaba allí porque necesitaba un trabajo. El médico no se sintió engañado, sino que le dio una recomendación para un puesto de operario en la Compañía Peruana de Teléfonos. Fue el mejor lugar al que lo llevó su habilidad camaleónica: en ese nuevo empleo conoció a su esposa.
En la última década, ya jubilado, Segundo Sánchez se entregó a una nueva ocupación: ministro de la eucaristía. Esta vez no tuvo que mimetizarse. Para sorpresa de sus tres hijos, comenzó a ejercer en la parroquia María Auxiliadora de Breña una profunda vocación religiosa que no le conocían. Se formó para asistir al sacerdote durante las misas, daba la comunión, visitaba enfermos y colaboraba con labores de ayuda social. Su hijo José Luis Sánchez cree que su motivación para esta etapa fue el nacimiento de sus nietos, aunque también pudo ser que encontró en la iglesia una nueva forma de ponerse en los zapatos de los demás. “Siempre noté en él la intención de llegar a ser una mejor versión de sí mismo”, dice José Luis Sánchez. De todas las versiones de Segundo, quizá la predominante fue dar su tiempo por el bien común: ayudaba en todo lo que se podía.