Aunque Alfredo Arroyave no era un entusiasta de los besos ni los abrazos, interrogar con atención era su manera de demostrar cariño. A diario llamaba a sus cuatro hijos y los inundaba de preguntas: “¿Ya comiste? ¿Estás bien? ¿Qué te falta? ¿Qué necesitas?” Lo hacía tres veces al día de forma metódica: por la mañana, la tarde y la noche. No por nada se describía a sí mismo como un preguntador. “Yo no soy preguntón. Yo soy preguntador, que es muy diferente. El preguntón averigua para chismear; el preguntador, investiga”, le decía a su hija Noris.
Cuando había visitas en casa, incluso frente a una persona que no conocía, Arroyave se sentaba a preguntar y conversar. “¿Qué estudiaste?”, “¿dónde trabajas?”, era lo primero que quería saber. Pero si alguien más cercano le contaba una historia, solía interrumpirlo para indagar en los detalles: “¿Qué pasó?, ¿cuándo sucedió?, ¿dónde estabas cuando pasó?, ¿quiénes te acompañaban?” Incluso una vez, cuando el expresidente Rafael Correa pasó haciendo campaña por su barrio, él se acercó y le dijo: “Solo quiero hacerle una pregunta. ¿Quién manejará el sector de los hidrocarburos en su gobierno? Correa respondió: Carlos Pareja Yannuzzelli —quien hoy está en la cárcel por cinco delitos distintos— y entonces Arroyave le dijo, sentencioso: “Una rata de dos patas”.
De lunes a domingo, al acabar el desayuno, leía todos los periódicos para contrastar la forma en que cada diario contaba una misma noticia. Siempre le gustó tener un registro de las cosas e indagar en el pasado. Durante casi un año, elaboró en una agenda la genealogía de su familia: Los Arroyave. Deseaba que su hija Noris reescribiera sus anotaciones para poder hacer un libro y regalarlo a sus descendientes. Como alguien atraído por la memoria, le preocupaba mucho que sus hijos y nietos no supieran de dónde vienen. Pero todo ese esfuerzo al final tuvo sus frutos: ahora son ellos los que anhelan preservar el recuerdo de Arroyave.