Biblioterapia

La ciencia detrás de los ácidos y los hongos mágicos

Antes de cumplir sesenta años, el célebre periodista Michael Pollan decidió, por primera vez, experimentar con drogas psicodélicas. El resultado es “Cómo cambiar tu mente”, un estudio que sugiere que el uso de sustancias psicoactivas, asistido por profesionales, puede remecer los procesos del cerebro, liberarnos del encierro de nuestra propia conciencia y aportar en nuevos tratamientos de salud mental.

Como cambiar tu mente

Aunque las drogas psicodélicas hoy se asocien a los denominados seres de luz y neo hippies, mucho antes de que ellos nacieran, el médico psiquiatra y psicólogo Carl Jung escribía que “no son los jóvenes, sino las personas de mediana edad las que necesitan tener una ‘experiencia de lo numinoso’ para ayudarles a sortear la segunda mitad de sus vidas.” Fiel a esta idea, el reconocido autor, docente y periodista Michael Pollan se preguntó también si acaso las experiencias psiconautas no serían mejor aprovechadas por las personas mayores, ¡como él! Y fue así que, antes de su cumpleaños número sesenta, decidió investigar de primera mano los efectos positivos del ácido lisérgico o LSD y de la psilocibina (un alcaloide encontrado en los comúnmente llamados “hongos mágicos”), empezando un proceso de investigación enfocado en tratamientos con ambas moléculas y en una experiencia con el 5-MeO-DMT (otro alcaloide producido por nada más y nada menos que un sapito llamado Incilius alvarius). ¿El objetivo? Comprender por qué parte importante de la ciencia lleva décadas —silenciadas— abogando por la psicodelia para curar serios problemas como la depresión, la ansiedad, la adicción, la anorexia o el miedo a la muerte.

Personalmente, me ha parecido de lectura obligatoria. Ojo, recomiendo leerlo para luego decidir si buscar un tratamiento asistido por profesionales, que no es lo mismo que recomendar ingerir LSD o psilocibina en cualquier contexto ni mucho menos en soledad —como Al Hubbard, “la figura más intrigante y misteriosa de la historia de los psicodélicos,” defendió al incidir en la suma relevancia del set y setting en todas las pruebas con LSD. Y esto, además, es importante recalcarlo porque, como explican los capítulos sobre la genealogía de dichos alucinógenos, uno de los principales obstáculos para el desarrollo de la materia en Occidente ha sido la banalización de su uso, provocada por lo que según Pollan y la mayoría de especialistas fue lo más dañino para esta ciencia: la mediática presencia del psicólogo Timothy Leary y sus ilusos deseos hippies de repartir ácidos por doquier para revolucionar el mundo. Pues, aunque la idea quede muy bonita en papel, si hay una lección suprema que este libro nos deja es que cuando tienes algo muy valioso en tus manos, debes tratarlo con sabiduría y humildad. No quieres que todos —¡especialmente el gobierno de los Estados Unidos!— inicien una persecución política internacional en tu contra, calificándote como “el hombre más peligroso de América.”

Pero, bueno, lo hecho hecho está. Y así, Pollan escribe que cuando los jóvenes influenciados por la contracultura —drogas psicodélicas, incluidas— se negaron a ir a Vietnam y se negaron, sin más, a continuar participando en el juego del Orden, el entonces presidente Richard Nixon desarrolló una gran estrategia para desprestigiar el potencial de estos psicoactivos, aterrorizando a la ciudadanía con casos como el de Charles Manson o fake news de niños que morían por probar LSD, y, finalmente, cortando los financiamientos públicos a estudios de instituciones científicas serias como Harvard y Hopkins, aquellas subvenciones que muy entusiásticamente se habían venido ofreciendo desde los años 50 para profundizar en la famosa “Mind at Large” propuesta por Aldous Huxley en “Las puertas de la percepción.” Los aparatos gubernamentales, pues, esos que antes no habían tenido problema alguno con la posibilidad de que un par de moléculas fueran usadas para ajustar a las personas enfermas a la sociedad —de esto, los experimentos del proyecto MK Ultra son evidencia suficiente—, de pronto se negaron rotundamente a que las mismas moléculas fueran aprovechadas para tratar a la sociedad en conjunto como si esta estuviese enferma. ¿Sorprende? No debería.

Cubiertos los vínculos entre la ciencia de los psicodélicos y la política, el autor pasa a desarrollar, en la segunda mitad del libro, uno de los temas más maravillosos que existen: ¡neurociencia! ¿Qué sucede en el cerebro cuando probamos LSD y psilocibina? Michael Pollan, siendo un hombre racional que se considera un materialista y escéptico, consigue el equilibrio justo entre honestidad radical —como cuando, algo avergonzado, lee en sus notas post trip que “No quiero ser tan tacaño con mis sentimientos”, y “Todo este tiempo perdido preocupándome por mi corazón. ¿Qué hay de los otros corazones en mi vida?”— y profesionalismo metódico para aterrizar todas estas experiencias comúnmente inefables e inaprehensibles a procesos tangibles desarrollados en el cerebro. De esta manera, por poner un caso, hablar de la disolución del ego, trascender y volverse una con el todo, en términos científicos, sería hablar del caos producido por la reducción de actividad en el córtex cingulado posterior, que es un nodo de la red neuronal por defecto, las regiones del cerebro que se activan cuando supuestamente “no estamos pensando en nada” y que son las que están vinculadas a la construcción de nuestro ego, o “yo.”

Y ahora, ¿qué tiene que ver la ilusión del ego con algunos de nuestros problemas de salud mental? Eh, TODO. Como se puede leer en este libro —y en el fabuloso “El cuerpo lleva la cuenta” de Bessel van der Kolk—, asuntos como la depresión, el trauma y las adicciones devienen por la rigidez de una narrativa sin escapatoria. Como sostiene Pollan, si el cerebro humano evolucionó para crear una consciencia que ordene nuestras vidas en torno a ella, los problemas de salud mental responden a un exceso de dicho orden por el cual el ego, en vez de ayudar, nos sabotea. Y es ahí que la inactividad del córtex cingulado posterior puede abrir una puerta a la entropía que necesitamos para salir del encierro de nuestra consciencia. En conclusión, el tratamiento asistido con LSD o psilocibina puede ayudar a dejar el loop infinito autodestructivo para ver que la realidad no es lo que creemos que es. ¡¿Y qué es, entonces?! Esta pregunta sin duda da miedo. No tanto por chances de sufrir algún perjuicio (científicamente muy improbable), sino porque alejarnos del orden es dejar lo conocido al fin y al cabo, es cargar con la responsabilidad de descifrar una nueva narrativa, y es liberarnos del gobierno tiránico que fácilmente señalamos afuera, en el Estado, pero difícilmente reconocemos dentro de los límites de nuestras propias mentes. Si ya les desperté la curiosidad, busquen el libro y lean.


Se puede conseguir en:

- Librería Communitas

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