Aunque los efectos del cambio climático se viven en todo el mundo, no afectan de la misma forma a todas las personas. Continuamente vemos que los sectores de la población más vulnerables y que viven en zonas de difícil acceso, con menos infraestructura, o menos acceso a servicios de salud de calidad, son los más afectados por los estragos del clima.
Pero incluso entre ellos hay diferencias. El sector de la población conformado por las mujeres embarazadas tiene características particulares que las hace especialmente vulnerables a las olas de calor, la proliferación de enfermedades infecciosas o la contaminación del agua debido a las inundaciones intensas. Aunque no abunda la evidencia, ya hay algunos estudios que muestran distintos riesgos para las mujeres embarazadas que, a su vez, alertan sobre la necesidad de que haya más investigación y más atención para las mujeres que decidirán tener hijos en un mundo donde serán cada vez más perceptibles los efectos del clima extremo.
Embarazos en calor extremo
Cuando pensamos en los riesgos que genera el calentamiento global, difícilmente pensamos en el esfuerzo añadido que significa sostener un embarazo saludable en temperaturas muy elevadas. Sin embargo, es una realidad a la que urge prestarle atención. Como señala un estudio del 2020, un cuerpo gestante produce más calor debido al metabolismo fetal y placentario, aumenta su masa corporal y necesita más fuerza para moverse. Si a esas características les sumamos un calor prolongado e intenso, existen más posibilidades de complicaciones durante el embarazo, partos prematuros e incluso muertes fetales.
Pero las características físicas propias de una mujer embarazada no son las únicas que la ponen en peligro frente al calor. El estudio también considera las condiciones socioeconómicas que exponen a las mujeres a altas temperaturas, especialmente en países de bajos y medianos ingresos, donde a menudo continúan con sus trabajos y tareas domésticas durante el embarazo. Según el Banco Mundial, las mujeres representan el 45% de la mano agrícola en el mundo. Trabajar la tierra exige altos niveles de esfuerzo físico y la mayoría se realiza al aire libre, por lo que millones de embarazadas podrían someterse a jornadas laborales que cruzan los límites de tolerancia al calor con tal de no perder su salario.
Por eso, aunque aún se necesiten más investigaciones para entender el impacto del calor extremo en las embarazadas, sí existe evidencia suficiente de que las perjudica. En el 2020, el portal de investigación JAMA Network Open revisó más de 57 estudios publicados sobre la relación de las altas temperaturas, el aire contaminado y la salud de las mujeres embarazadas. Entre sus hallazgos, señalaron que, en el caso de los 32 millones de embarazos considerados, el calor extremo aumentó hasta en un 21% el riesgo de que sean prematuros y un 6% el riesgo de muerte fetal y neonatal.
Más inundaciones, más infecciones
Otro riesgo para las embarazadas que acentúa el cambio climático es la proliferación de enfermedades infecciosas como el zika, la chikungunya o el dengue. Como hay cada vez más lluvias, huracanes, ciclones y, por ende, inundaciones, los mosquitos que transmiten estas enfermedades aumentan por la presencia de agua encharcada.
Un grupo de investigadores brasileños reportaron en un estudio publicado en Scientific Reports en 2018 que las mujeres embarazadas con dengue tienen tres veces más riesgo de morir, respecto a las que no tienen la enfermedad. El artículo también indica que la forma más grave de esta infección, el dengue hemorrágico, aumenta 450 veces el riesgo de muerte materna.
Este tipo de estudios son un comienzo en la investigación que trata de explicar por qué las mujeres embarazadas corren más riesgo de morir cuando contraen dengue. Una hipótesis del estudio es que hay aspectos clínicos distintos durante el embarazo, por lo que las vuelve más susceptibles a presentar fiebre hemorrágica. Dicho de otro modo, las mujeres embarazadas presentan cambios en las condiciones de la sangre, que pueden exponerlas a la fiebre hemorrágica. Otra hipótesis es que esas características sanguíneas dificultan la detección de la enfermedad grave.
Los autores publicaron un año antes, en 2017, otro estudio donde advertían que el dengue duplica el riesgo de muerte fetal, sobre todo en los primeros veinte días después del inicio del desarrollo de la enfermedad y en mujeres con síntomas graves. En el caso del Zika, aunque todavía no existen pruebas de laboratorio que indiquen la transmisión congénita del virus, se le ha asociado con anomalías como la microcefalia, una malformación en la cabeza del recién nacido que se caracteriza por la falta de crecimiento después del parto y que puede ocasionar discapacidades. En 2016, un estudio brasileño encontró que de 117 bebés nacidos vivos de 116 mujeres positivas para el virus del Zika, el 42% había mostrado daños cerebrales, incluidos cuatro casos con microcefalia.
Un riesgo adicional: beber agua contaminada
Hay algunos estudios que relacionan el cambio climático con la calidad del agua para consumo, debido a que el aumento del nivel del mar, los ciclones y las tormentas pueden propiciar que el agua salada contamine el agua potable de fuentes naturales. Y, a pesar de que esto afectará a todas las personas que dependan de fuentes de contaminadas, las mujeres embarazadas en países en desarrollo tienen riesgos adicionales.
Un grupo de investigadores publicaron un estudio en 2011 en el que analizaron muestras de orina de veinticuatro horas y presión arterial de 343 mujeres embarazadas de una costa rural en Bangladesh, y encontraron un promedio de sodio en su orina de 3.4 gramos al día, aunque en la estación seca del año la presencia de sodio estuvo entre los 5 y los 16 gramos diarios, rangos muy superiores a lo recomendado: dos gramos al día. También encontraron una mayor prevalencia hospitalaria por hipertensión entre mujeres embarazadas justamente en la temporada seca.
Esto es interesante porque hay evidencia de que el consumo de sodio está asociado con problemas de presión arterial, especialmente en embarazadas. Por lo tanto, los investigadores sugieren que “el aumento de la ingesta de sal durante la estación seca podría contribuir al patrón estacional de hipertensión en el embarazo (…), y el problema puede verse exacerbado por el futuro aumento del nivel del mar y el cambio ambiental”.
La sal que contamina el agua potable no es el único de los problemas adicionales para este sector de la población. Otro riesgo es la hepatitis E, una inflamación en el hígado que se trasmite por el virus del mismo nombre y se produce generalmente por el consumo de agua contaminada.
Desde 1996, un estudio mostró que “las embarazadas sufren de una tasa de letalidad por infecciones de hepatitis E diez veces mayor que la población general durante los brotes de enfermedades transmitidas por el agua”. Ahora también se sabe, según datos de la Organización Mundial de la Salud, que “las gestantes con hepatitis E, sobre todo en el segundo y tercer trimestres, corren mayor riesgo de insuficiencia hepática aguda y de muerte propia y del feto. En el tercer trimestre se han registrado tasas de letalidad de hasta un 20%-25%”.
Todo esto puede agravarse con algunos efectos del cambio climático. Aunque no se han hecho muchos estudios al respecto, hay evidencia de que existe una asociación entre los brotes de hepatitis E en países en desarrollo y la contaminación del suministro de agua, exacerbada por las inundaciones. De manera que el escenario potencial es que, a mayor frecuencia e intensidad de inundaciones, mayor probabilidad de que se contamine el agua, y que más personas puedan adquirir hepatitis E, derivando en resultados mortales en mayor medida para las mujeres embarazadas.
Aunque el panorama es poco alentador, hay muchas alertas que han hecho diversas organizaciones internacionales de todo el mundo para proteger la salud de las mujeres embarazadas en un contexto de cambio climático. En lo individual, hay recomendaciones puntuales: estar en constante revisión médica, tener un plan de acción frente a posibles desastres naturales, usar repelente, mantenerse bien hidratada, y cuidar su salud individual con un buen descanso y una alimentación equilibrada.