“Yo creo que al principio todas nos preocupamos, porque esto no era una gripa normal, sino que podía matarte, y el solo pensar que se podía transmitir a través de mi leche me daba miedo” dice Lorena, mamá lactante de una niña de 13 meses. Este temor era compartido por millones de mujeres alrededor del mundo: las que amamantaban a sus hijos, las gestantes que iban a dar a luz durante el primer semestre del 2020 y también los médicos e instituciones de salud que tendrían la responsabilidad de atenderlas en plena pandemia. La incertidumbre era enorme en las primeras semanas del coronavirus, cuando no se sabía exactamente cómo se podía transmitir: ¿por el aire, por la sangre, por la leche humana?
Ante las dudas —y teniendo en cuenta los protocolos establecidos para mujeres gestantes con influenza— entidades como el Ministerio de Sanidad español o los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos incluyeron en sus guías para partos la opción de separar a los recién nacidos de sus mamás que eran sospechosas o COVID-19 positivas, aunque las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) nunca hablaron de la necesidad de hacerlo.
Los efectos de este tipo de medidas se empezaron a ver muy pronto en hospitales y clínicas de varios países, por donde el virus se iba expandiendo con consecuencias dramáticas para las madres y los bebés. Esto fue lo que escribió en su cuenta de Facebook la puertorriqueña Alondra Negrón, desde el cuarto de hospital donde permaneció aislada después de dar a luz, porque sospechaban que tenía COVID-19: “Aquí estoy, sacándome leche cada dos horas para alimentar a mi hija, leche que no le darán porque están esperando las pruebas y porque insisten en que no saben si se transmite, aunque los estudios digan que no. Aquí estoy, recuperándome de una cesárea sola y sin ayuda, ya que por haber tenido fiebre al llegar, no permitieron que mi esposo me hiciera compañía ni antes, ni durante ni después del parto”.
“Todo este esfuerzo de lograr un “parto respetado” (menos medicalizado) se vino atrás con el COVID-19”, dice Susana Vélez, una psicóloga y doula especializada en Medellín, Colombia, donde sucedieron casos similares de separación y donde además aumentaron las cesáreas programadas. Esto también afecta el proceso de lactancia, ya que sin las contracciones naturales no se activa tan fácilmente la producción de leche.
Las investigaciones científicas respaldan la necesidad de que los bebés recién nacidos tengan un contacto inmediato piel a piel con sus mamás, lo que les ayuda a regular su temperatura corporal. Si los médicos o enfermeras no interfieren, los bebés que son puestos sobre la panza de sus madres buscan instintivamente el pezón. Quienes no tienen esta primera experiencia de cercanía pueden sufrir mayor estrés, aumento del ritmo cardiaco y baja de glucosa. Las madres también experimentan mayores niveles de cortisol.
El calostro o el “oro líquido” —sustancia de color amarillo que antecede a la leche durante los primeros días— está lleno de beneficios para los recién nacidos: proteínas como la lactoferrina, vitaminas, carotenos y minerales esenciales que le ayudan a combatir gérmenes e infecciones. Se podría decir que es su primera vacuna porque está cargada de anticuerpos que serán fundamentales para que se defienda de los virus y las bacterias. Es gracias al proceso de lactancia natural que el bebé va desarrollando un mejor sistema inmunitario.
Por su parte, las mamás también se benefician de este contacto piel a piel: amamantar ayuda a construir el vínculo emocional con el bebé, a evitar la depresión post parto y también a perder el peso que ganaron durante el embarazo, algo que afecta el autoestima de muchas mujeres. Pero lactar no es un proceso fácil, es un aprendizaje que puede estar lleno de ansiedad y de dolor por el agrietamiento de los pezones, las perlas de leche sólidas que se forman al obstruirse la glándula y hasta una posible mastitis, una inflamación del tejido mamario que puede conllevar una infección. Por eso es fundamental el acompañamiento, sobre todo en las primeras semanas, que puedan darles las doulas o consultoras en lactancia y los pediatras. Cuando no lo tienen —algo que también se ha interrumpido por la pandemia— es más fácil que dejen la lactancia natural y recurran a las leches de fórmula, que no aportan los mismos beneficios.
La leche humana no transmite el COVID-19
Es difícil hacer estudios clínicos con leche humana, sobre todo en una pandemia, pero ante la necesidad de aclarar las dudas y evitar medidas preventivas que podrían ser contraproducentes como la separación, se hicieron varios ensayos en distintos países del mundo. A pesar de que el tamaño de las muestras no ha sido muy grande y ha habido riesgos de que se contaminen en el momento de la extracción, el envase y el transporte, la evidencia de los distintos estudios que se han publicado en revistas científicas en los últimos meses han encontrado información similar: puede que aparezcan los rastros del RNA del Sars-Cov-2 en la leche, pero no se transmite el virus al bebé.
Una de las razones por las que esto puede pasar es porque en la leche también han encontrado anticuerpos contra el virus. Los científicos han empezado a investigar si la leche humana puede ser utilizada para desarrollar un antídoto eficaz contra el coronavirus. Tanto en Holanda como en los Estados Unidos han invitado a las mamás a donar para ver si logran desarrollar un posible tratamiento.
Ante la falta de evidencia concluyente y la cantidad de beneficios que la leche aporta a los niños, la Organización Mundial de la Salud, la Unicef, las asociaciones de pediatría y organizaciones pro lactancia alrededor del mundo continuaron recomendando la práctica, incluso para las mujeres que dieran positivo de COVID-19. Los ministerios y entidades oficiales de salud en distintos países también empezaron a organizar sesiones virtuales con sus médicos o habilitaron líneas de atención para atender las dudas que circulaban en la redes sociales* y enseñar cómo amamantar de manera segura: usando el tapabocas o una tela para evitar que les cayeran gotículas a los niños, lavándose las manos —y los pechos, si las mamás querían— para prevenir el contagio.
El pediatra colombiano Camilo Gómez también ha recomendado a sus pacientes con COVID-19 —la mayoría de ellas asintomáticas— que continúen lactando naturalmente con las anteriores precauciones. Gran parte de los medicamentos que se utilizan para tratar la fiebre y los dolores de garganta y de huesos, como el acetaminofén, no son peligrosos para los bebés. La lactancia debe suspenderse sólo en casos graves y cuando las mamás requieren hospitalización.
Alimentar los temores con fines comerciales
A pesar de que no hay evidencia que se pueda transmitir el coronavirus a través de la leche humana, algunas compañías fabricantes de leches de fórmula se han aprovechado del miedo y de las dudas para promover sus productos en algunos países de la región.
En Paraguay circuló una campaña publicitaria con la imagen de un bebé tomando pecho, que preguntaba: "¿Puede transmitirse el COVID-19 por la leche materna?" La firma detrás de la publicidad era Nutricia, del grupo Danone, la misma que en Brasil invitaba a descargar una app a las mamás que tuvieran "dudas", o "duvidas", como se dice en portugués, para hablar con sus especialistas en nutrición y salud.
Uno de los comerciales de la leche Similac que ha estado circulando tanto en Perú como en México durante la pandemia (pero que según la compañía hizo su aparición antes del COVID-19) la han promocionado como un producto que fortalece el sistema inmune contra virus y bacterias. Compañías como Nestlé, Abbot y Pisa comercializan sus leches de fórmula en televisión con multimillonarias campañas de publicidad en prime time y en redes sociales en las que venden una imagen idealizada de las leches, según un estudio de varias académicas de la Universidad Iberoamericana de México.
México es uno de los países que tiene una de las tasas de lactancia más bajas de la región, pues no alcanza ni el 30 por ciento. Es muy frecuente que los mismos pediatras, enfermeras, entre otro personal de salud, promuevan el consumo de leche artificial y además en ciertos sectores es bien visto, como un acto de caridad o solidaridad, regalar leche de tarro a familias que no tienen recursos para comprarla.
En Tamaulipas, por ejemplo, circulaba por Facebook un aviso sobre donación de leche de fórmula para bebés menores de seis meses, pañaleras y hojas de eucalipto y de guayaba para ayudar a mitigar los síntomas del COVID-19, por parte de la Consejera del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Rosario Vargas Sánchez. Y una alianza de Farmacias Yza, Nestlé y Femsa empezó una campaña de sus leches de fórmula para niños vulnerables de Veracruz y el sur de México, como lo reveló este artículo de BBC Mundo.
No es casual que en dicho país el negocio de leches de fórmula haya prosperado más que en otros lugares. Según este reportaje de Kennia Velásquez, en 2005 había 27 productos distintos y diez años después ya eran 79. Hoy es frecuente que los fabricantes incumplan lo establecido con el Código de Comercialización de Sucedáneos de Leche Materna. Por eso en días pasados la Secretaría de Salud del gobierno de México emitió un comunicado instando a las compañías a cumplir con lo dictado en el Código, especialmente durante la pandemia.
Este código internacional existe desde 1981 y busca justamente evitar que el marketing y otras estrategias de ventas de estas compañías perjudiquen la lactancia natural. Sin embargo, un reporte reciente de la OMS analizó que de los 33 países de la región, solo hay dos (Panamá y Brasil) que tienen leyes alineadas con lo establecido en el Código. La mayoría tiene algunos lineamientos, pero también hay países como Argentina o Cuba que aún no cuentan con ninguna norma al respecto.
Además de las leyes que buscan controlar la publicidad y venta de leches artificiales, también se hizo necesario prohibir su utilización en programas de donación y atención humanitaria a la población más vulnerable: las familias de escasos recursos, personas que han sido víctimas de desastres naturales, desplazamientos o huidas forzadas por razones políticas o económicas, o pandemias. Los años 80 dejaron varias lecciones al respecto en distintos países del mundo.
En Botswana, por ejemplo, trataron de contener la epidemia de VIH implementando un programa de alimentación de bebés con leches de fórmula, en vez de proveer a las madres seropositivas terapias antirretrovirales que les permitiera amamantar de forma segura por los primeros seis meses —como lo recomienda hoy la OMS—, especialmente en contextos difíciles donde las familias no tienen los recursos económicos para comprar más fórmula una vez se acaba el primer tarro, o no tienen acceso a agua potable para hacer la mezcla. Durante estos años también se hicieron campañas de donaciones de leche de fórmula para atender desastres naturales o crisis de refugiados, como los guatemaltecos que llegaron a México huyendo de la guerra en su país o a los afganos que llegaban a Pakistán escapando de la invasión soviética.
El resultado de todas estas campañas de emergencia con leche de fórmula fue contraproducente: las madres lactantes dejaban de producir su propia leche y luego no tenían cómo alimentar bien a los bebés.
Cuarenta años después hay más consciencia sobre lo perjudicial que resultan estas donaciones y las ventajas tanto de salud como económicas que aporta la lactancia natural a los bebés y sus mamás. Pero aun así, tras el huracán María en Puerto Rico en 2017, un país en donde solo el 26 por ciento de los niños tienen una lactancia exclusiva con leche humana, hubo muchas donaciones de leches artificiales. “Aquí el código internacional no es ley”, dice Lourdes Santaballa, doula, especialista en el tema, y cofundadora de la organización Alimentación Segura Infantil (ASI).
Santaballa explica que la gente enviaba tarros con las mejores intenciones para ayudar a las mamás que, ante el estrés de un desastre natural de tal magnitud, creían que se les podía secar la leche. Este tipo de ideas erróneas contribuyeron a que los mismos encargados del refugio en donde estaba una mujer lactante le dieran leche de fórmula.
En los albergues y campamentos transitorios que hay actualmente en la zona de frontera colombo-venezolana para los migrantes venezolanos, distintas organizaciones internacionales y fundaciones están entregando kits de higiene a las madres y charlas de cómo protegerse y también a sus bebés, con el uso del tapabocas y aseo frecuente de manos, mientras continúan lactando, aunque tengan COVID-19. Según Guillermo Toro, gerente de la Fundación Plan en la zona, “la lactancia es lo más importante, solo se les recomienda una fórmula adecuada cuando ya no es posible por razones médicas”.
La otra cara del miedo: la lactancia prolongada
“Honestamente, no he dejado de hacerlo. Me da nervios que se puedan enfermar,” dice Vanesa de 27 años, mamá de un niño de 3 años y una chiquita que está por cumplir los 2 años, llamada Isabela Sofía, que continúa amamantando.
Vanesa vive en Caracas y ha optado por prolongar la lactancia lo más que pueda porque cree que así puede proteger mejor a su hija, no solo del COVID-19, sino de una mala alimentación. Entre las mamás venezolanas existe la leyenda urbana que la leche en polvo que consiguen en los mercados populares y es más barata, puede traer cal, cemento, arena o tierra. Por eso la mayoría, si tiene con qué, prefiere comprar otras opciones en los supermercados.
Pero estas no están del todo libres de desconfianza. Vanesa se queja de la leche importada de la China de marca Galaik. “Sabe y huele a pescado”, dice. Y no se atreve a ensayar las marcas que a veces vienen en las cajas CLAP que entrega el gobierno. Los reportajes publicados por Armando.info revelaron que varias de las leches (de origen mexicano) importadas para los CLAP eran de mala calidad: tenían sodio, menos proteínas de las que indicaban sus empaques, formaban grumos y le caían mal a los niños al tomarlas.
Por las razones anteriores, más la económica (un kilo de leche en polvo le puede costar 2.700.000 bolívares lo que equivale a 10 dólares) ha preferido extender lo que más pueda la lactancia de la pequeña. Pero cuando empezó la pandemia, tuvo dudas si debía destetarla, pues no quería contagiarla por darle pecho. Su pediatra le dio una recomendación sencilla: cuídate tú para protegerla a ella. Nunca más volvió a lactar en la calle, ha guardado una cuarentena estricta y como medida de prevención se lava las manos y los senos antes de ponérsela.
Antes de la cuarentena, solo le daba pecho por la mañana, antes de salir a trabajar, y en la noche cuando regresaba. Pero ahora, como está trabajando desde casa y está con ella todo el tiempo, la niña pide más. Ella cree que es una manera de buscar cierto consuelo. Estaba acostumbrada a ir al jardín infantil todos los días, a jugar afuera con amiguitos y ahora se la pasa encerrada.
“La teta no es solo la leche, es terapia para todo”, recuerda Renata Boscán, consultora especializada en lactancia y doula venezolana desde hace más de 20 años. Ante cualquier cambio y la incertidumbre que los niños perciben a su alrededor, es normal que busquen más a sus mamás, es lo que les da cierto sentido de seguridad y protección. El doctor Gómez dice que el final de la lactancia no debe ser un esquema rígido de tiempos, y también le ha recomendado a las mamás que mientras dure la pandemia sigan adelante si así lo desean.
Pero amamantar también es un gasto energético fuerte, y para muchas mamás que han tenido que continuar teletrabajando, enseñando a niños más grandes, limpiando, cocinando y a la vez lactando a sus bebés ha sido un momento desgastante. “Muchas mamás están exhaustas”, dice Vélez y por eso pueden terminar recurriendo también a la fórmula: un par de cucharitas de polvo y agua en un tetero les resuelve la vida en un minuto.
Para Vanesa no es una opción, así que ha hecho lo que puede: inventarse juegos nuevos, dejarle a los niños una pared completa de su casa para que la utilicen como tablero y se ha dividido las tareas con su esposo. Sin embargo, dice que “los niños son más de su mamá” y no puede decirles que no pueden estar con ella: “Yo no sabía que podía amamantar y trabajar al mismo tiempo, hasta que me tocó”.
*Salud con lupa quiere agradecer a Linterna Verde, una organización sin fines de lucro que aportó su análisis sobre la conversación digital alrededor de este tema.