La noche del 9 de noviembre, el Congreso destituyó al presidente Martín Vizcarra con 105 votos favorables y 19 en contra. Al día siguiente asumió el poder quien era el presidente del Parlamento, Manuel Merino. Un sistema político marcado por componendas logró sacarlo a cinco meses de las elecciones generales tras acusarlo de corrupción cuando fue gobernador Moquegua en el 2014. Se usó la causal de "incapacidad moral permanente".
En una reciente encuesta, la mayoría de peruanos se había expresado a favor de que Vizcarra fuera investigado y juzgado al término de su mandato, pero el Congreso insistió en su vacancia en el año más crítico de la historia contemporánea del Perú. Esto recrudeció la crisis política y el ánimo de un país gravemente afectado por la pandemia de coronavirus.
En tan solo tres años hubo cuatro procesos de vacancia presidencial, se disolvió un congreso y Merino es el tercer mandatario que ahora miles de peruanos rechazan en las calles. El golpe legislativo que protagonizó ha desnudado los intereses de grupos políticos ultraconservadores en el país, cuyos representantes ocupan ahora varios ministerios. Para analizar esta compleja coyuntura entrevistamos al historiador y exdirector del Lugar de la Memoria, Guillermo Nugent, autor del libro El laberinto de la choledad.
En estos días la ciudadanía ha protestado de diversas formas. Hay quienes han proyectado mensajes en distintos edificios de Lima. El que más ha llamado la atención dice: “El Congreso es la pandemia que nunca termina”. Nuestra precariedad política da para la metáfora, ¿no?
Sí, por un lado. Pero también es verdad que lo que hemos visto en este quinquenio son fallas estructurales en la Constitución. A raíz del patronaje político que hizo la bancada fujimorista durante el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski apareció la figura de la vacancia. Todos los actores involucrados en la vacancia dicen que proceden de acuerdo a la Constitución, pero si proceder de acuerdo a la Constitución genera tal despelote entonces hay fallas de construcción. Un día a un congresista se le ocurre vacar al presidente, se junta con sesenta y tantos para que eso esté en agenda, luego se suma una veintena más y chau, ya no tenemos presidente.
En otros países existe la figura de la vacancia por incapacidad moral del presidente, pero aquí tiene otros alcances.
Cambia de país en país. Pero recuerde usted que desde el 2012 cuando el que era presidente de Paraguay, Fernando Lugo, fue cesado por un juicio político que le hace el Congreso se estableció una nueva modalidad de cambiar al presidente sin elecciones de por medio. Pasó con Dilma Rousseff. Hay esta figura de cambiar de presidente sin elecciones, y ya sin necesidad de los militares. Lo que sigue siendo determinante es que la semana pasada teníamos un presidente, ahora tenemos otro y entre uno y otro no ha habido elecciones. Es una terrible anomalía democrática.
Un país cuya tasa de mortalidad por coronavirus es la más alta del mundo tendría que pensar en cómo contener al virus en lugar de cómo defenderse de sus políticos. Pero es imposible bajo este contexto.
En algún momento en las redes puse que lo que tenemos es una alianza Congreso-SARS-CoV-2. Es una alianza real. Y es una combinación muy difícil de enfrentar. Si uno no protesta esta gente que se ha apoderado de la banda presidencial va a continuar y a la vez si se protesta, siendo inevitable que la protesta sea apasionada, va a ser muy difícil mantener la distancia. Hay un riesgo político y hay un riesgo de contagio.
Mucha gente que se ha cuidado todos estos meses con mucha rigurosidad se va a plantear ese dilema de salir o no salir.
Al comienzo de la pandemia el dilema era quedarse en casa y guardar la distancia o ir a trabajar. Hoy en día el dilema es mantener la distancia para evitar el contagio y por otro lado este apremio político que es real. Estas personas que se han encaramado al poder. Todo indica que más que producto de una estrategia elaborada es una mezcla de caprichos e intereses diminutos. Estamos como al comienzo de la pandemia. Solo que ahora el dilema es salir a la calle para defender la ciudadanía.
Estas marchas inevitables podrían acelerar la segunda ola de contagios…
Hay que hacer una campaña para protestar guardando lo más que se pueda la distancia sanitaria. La Policía está teniendo una actitud propia de una dictadura, pero me parece que hay que recordarles a las personas que saldrán a las manifestaciones la importancia de la mascarilla. Por lo que veo en las imágenes el uso de la mascarilla se ha generalizado y eso es un gran logro. Eso dice mucho de nuestra conciencia colectiva, pero por otro lado mantener la distancia es difícil. El apasionamiento hace que eso se descuide. Se ha juntado la precaución por la salud pública con la precaución por la salud política.
Hemos cambiado los aplausos a los médicos de las 8p.m por los cacerolazos.
Lo que hay en común es la idea de protegernos de una amenaza a la colectividad. A la pandemia se ha sumado esta caricatura de Gobierno. Han pasado un par de días y ni siquiera han podido anunciar un gabinete. Además, la OEA ha sacado un comunicado que es casi un tirón de orejas. Más o menos lo que dicen es: “mientras el Tribunal Constitucional no se pronuncie no reconocemos este Gobierno”.
¿Qué hemos hecho mal para que Merino de Lama sea el presidente del Bicentenario?
Es muy chocante, en efecto, ver a un personaje como Merino en la presidencia. Pero la verdad es que hemos descubierto de mala manera que tenemos una Constitución con una construcción defectuosa. A eso se junta el deterioro permanente de los partidos políticos y la vida partidaria. Se satanizó mucho la política. Se pensaba que con que la economía funcionara bien todo lo demás se iba a arreglar. Eso trajo consigo una despolitización muy regresiva. Hizo que la gente que se dedicaba a la política por vocación lo hiciera por algún interés o conveniencia. Hay una crisis de vocaciones políticas. Vocaciones que no salen de la nada. Hay espacios donde tradicionalmente se forjaban como las asambleas estudiantiles en las universidades y el mundo sindical. Lo que tenemos son universidades privadas de muy pobre o nula vida política y a la vez una desaparición de los movimientos sindicales. Recuperar y fortalecer a las universidades públicas es un elemento central. No solo por la producción de conocimiento o la excelencia científica sino porque allí surgen los políticos.
A propósito de las universidades, el nuevo primer ministro Ántero Flores-Aráoz ha anunciado que le dará una segunda oportunidad a las universidades que no pasaron el filtro de la Sunedu.
Actualmente el Perú no aparece en el mapa académico de la región. Nuestras universidades están muy rezagadas. Para el tamaño de la celebración del milagro económico peruano tenemos universidades deplorables. Lo de la Sunedu es un trabajo que no se ha orientado tanto a la excelencia académica sino por lo menos a eliminar las estafas más flagrantes. Que los adefesios no puedan presentarse como universidades. No es que Sunedu se haya puesto exigente poniendo topes de calidad. Ha exigido lo mínimo. Que la primera declaración del primer y único ministro sea esa habla de la puntería que le ha puesto a la Sunedu. Se entiende porque ha sido abogado de la Universidad Telesup. Es penoso.
¿Qué simboliza el puñetazo a Ricardo Burga?
Una explosión del momento. Personalmente me gustó más el cono que le cayó a Tubino. Tenía una carga ridiculizante. Aquí el elemento simbólico está presente, pero no el elemento ridiculizante. Es más bien una agresión muy catártica. Pero me quedo con el cono porque nadie dijo: “ay, pobrecito Tubino”. En cambio, con Burga hay quienes han salido a decir: “es un señor de edad, no puede ser”. Hay esa diferencia. Pero el puñetazo expresa el ánimo dominante. La idea justamente es que esos impulsos del instante se transformen en una protesta organizada.
Hay muchos pacíficos que se han sentido representados por ese acto violento. ¿Cómo se explica eso?
Es que el muchacho en un solo acto condensó de una forma simbólica una violencia que ya no es necesaria en las calles. Ya hubo una respuesta a la agresión del Congreso. La base de esta agresión no es su eficacia material sino el alivio que produce. Más bien la Policía ha estado con una actitud beligerante, muy parecida a como se comportaba en los tiempos fujimoristas.
Hay una imagen de estos días que muestra a un grupo de policías arrancándole la bandera del Perú a los manifestantes.
Son dos las imágenes que más me han impactado. La que mencionas que me parece atroz y que refleja la tragedia ciudadana que estamos viviendo. Y la segunda es la foto tomada de espaldas al policía que tiene un arma en alto. Expresa momentos terribles con el paradójico agravante de que todo esto lo hace la Policía Nacional respaldando una decisión impulsada por el partido de Antauro Humala que mató policías. Es la parte más irónica de esta historia.
Tres presidentes en los últimos cinco años. Y si nos remontamos a los últimos 35 años o están prófugos, encarcelados o muertos. En el extranjero hay quienes ensalzan que tengamos la capacidad de apresar a nuestros presidentes. No sé qué tan orgullosos deberíamos sentirnos de eso.
Ahí hay un problema muy interesante que no está incluido en los debates y es que por las características del régimen presidencialista que tenemos el presidente está en el centro de todas las decisiones. Probablemente lo que necesitaríamos más bien es una figura presidencial protocolar y un Primer Ministro con mucha capacidad ejecutiva. Un presidente menos expuesto al manoseo político y un Primer Ministro que sea Jefe de Gobierno. Así la continuidad presidencial podría mantenerse. Es una fórmula que haría que las crisis políticas prolongadas no afecten la marcha del país. Necesitamos resanar urgentemente la figura del presidente como una institución que debe simbolizar una mezcla de unidad y continuidad.
¿Qué imagen ha dejado para usted Martín Vizcarra, el presidente que le tocó atender la primera ola de la pandemia?
Yo creo que a Vizcarra le tocaron muchas cosas. Le tocó ser presidente, le tocó la pandemia. Hay una diferencia cuando uno hace algo porque quiere o cuando uno hace algo porque le toca. No es lo mismo. Ha hecho un papel que no generó simpatías personales de liderazgo carismático, pero sí una confianza en la continuidad institucional y por eso irrita lo que ha hecho el Congreso. No es tanto abogar por Vizcarra, sino que se respete el calendario establecido. Nadie dice que Vizcarra sea inocente, sino que se le juzgue el 29 de julio.