Si había algo que Gillian sabía, era que no quería una perforadora cerca de sus genitales.
Así que, en 2018, cuando un ginecólogo le recomendó una biopsia vulvar para buscar señales de cáncer, ella dudó. El médico sospechaba que la mancha de piel blanquecina que Gillian había encontrado junto a su clítoris era liquen escleroso, una enfermedad cutánea que suele ser benigna. A Gillian, enfermera titulada, le parecía algo extremo que le quitaran un pedazo de la parte más sensible de su cuerpo.
Pero acabó por aceptar. Él era médico; ella, una enfermera. Supuso que él era la autoridad en esta parte del cuerpo. “Nunca había trabajado en obstetricia y ginecología”, dijo Gillian, quien pidió ser identificada solo por su nombre de pila para proteger su privacidad. “No tenía ni idea”.
Para la biopsia, le colocaron los pies sobre los estribos y le aplicaron una anestesia epidural para adormecer la zona. Después, para detener la hemorragia, el médico puso una mano sobre la otra y presionó con fuerza contra su vulva —la parte exterior de los genitales femeninos, que incluye los labios menores y mayores, el orificio de la vagina y el clítoris. Aun a pesar de la anestesia, podía sentir la presión contra su hueso púbico. Gritó.
Un mes después, Gillian estaba en cama con su novio cuando se percató de que ya no podía tener un orgasmo. Podía excitarse, pero recordó que en el momento justo en que debía haber un orgasmo, no pasaba nada, lo cual sigue sucediendo hasta la fecha.
Cuando le informó a su ginecólogo, le dijo que creía que estaba experimentando insensibilidad ocasionada por la cicatrización y que desaparecería con el tiempo. No fue así. Alarmada, Gillian comenzó a consultar a un especialista tras otro en busca de una explicación y, con suerte, una solución.
Entonces fue cuando descubrió que nadie quería hablar de su clítoris.
Tras escuchar sobre su lesión, un urólogo la comparó con una víctima de violación y dijo que su biopsia debía haberle causado una reacción traumática. Luego, tras ver su historial médico, un especialista en salud de la mujer le diagnosticó “perimenopausia” y le recetó una crema con testosterona. Otro ginecólogo le recomendó una “O shot” (o inyección del orgasmo), un procedimiento de rejuvenecimiento vaginal.
Cuando trataba de dirigir la conversación hacia su clítoris, se encontraba con miradas en blanco. “Me veían como si estuviera loca de atar. Yo repetía que había algo mal con mi clítoris y ellos me miraban perplejos … parecía que evitaban a toda costa reconocer que tenía clítoris”, dijo Gillian.
‘Superficialmente, en el mejor de los casos’
Algunos urólogos comparan la vulva con un “pequeño pueblo en el Medio Oeste”, dijo Irwin Goldstein, urólogo y pionero de la medicina sexual. Los médicos suelen pasar por ahí, sin fijarse mucho en lo que hay, de camino a su destino, el cérvix y el útero. Ahí es donde sucede la verdadera acción médica: ecografías, citologías, colocaciones de DIU, partos.
Si la vulva en su totalidad es una ciudad ignorada, el clítoris es un bar de carretera local: poco conocido, rara vez tomado en cuenta, quizá mejor evitarlo. “Es completamente ignorado por casi todos”, dijo Rachel Rubin, uróloga y especialista en salud sexual a las afueras de Washington, D. C.. “No hay una comunidad médica que lo haya abordado en la investigación, en la gestión, en el diagnóstico de enfermedades relacionadas con la vulva”, dijo.
Al preguntarle qué había aprendido en la escuela de medicina sobre el clítoris, Rubin contestó: “Nada que se me haya quedado grabado. Si acaso lo mencionaron, fue superficialmente, en el mejor de los casos”.
No fue sino hasta años después, en una beca para estudiar medicina sexual con Goldstein, que aprendió cómo examinar la vulva y la parte visible del clítoris, también conocida como glande. En su totalidad, el clítoris es una estructura profunda, compuesta mayormente de tejido eréctil, que llega hasta la pelvis y rodea la vagina.
Ahora Rubin dice ser la principal “clitoróloga” de Washington. La broma consiste en que pocos compiten por el título, por vergüenza, falta de conocimientos o miedo a traspasar ciertos límites con las pacientes. “A los médicos nos gusta centrarnos en lo que sabemos. Y no nos gusta mostrar debilidad, que no sabemos algo”, explica.
Esta evasión casi universal repercute en las pacientes. En un estudio de 2018 en la revista Sexual Medicine, Rubin, Goldstein y sus colegas encontraron que la falta de examen de la vulva y el clítoris hace que los médicos muchas veces pasen por alto los problemas relacionados con la salud sexual. Entre las mujeres que visitaban la clínica de Goldstein, casi 1 de cada 4 tenía adherencias en el clítoris, las cuales se producen cuando el capuchón clitoridiano se pega al glande y puede provocar irritación, dolor y disminución del placer sexual.
Los autores concluyeron que todos los profesionales de la salud deberían examinar el clítoris de manera rutinaria. Pero es mucho más sencillo decirlo que hacerlo, escribieron, ya que muchos médicos: “no saben cómo examinarlo o no se sienten cómodos haciéndolo”.
Este descuido puede perjudicar a las mujeres, así como a los hombres trans y a otras personas con vulva. Se han documentado lesiones en el clítoris en procedimientos como cirugías para colocar malla pélvica, episiotomías durante el parto e incluso cirugías de cadera. Cuando se realiza de manera incorrecta, una labioplastia —el procedimiento para disminuir el tamaño de los labios menores y una de las cirugías cosméticas de mayor crecimiento en todo el mundo— también puede dañar los nervios y provocar dolor genital y pérdida de sensibilidad sexual.
Rubin considera que muchas de estas lesiones pueden evitarse, si los médicos pasan más tiempo tratando de conocer el clítoris. En enero, comunicó esto en una sala repleta de médicos, en su mayoría hombres, en la convención anual de urólogos militares en Palm Springs, California, durante una conferencia sobre salud femenina. Práctica, animada e imperturbable, los médicos consideraron que había dado la mejor ponencia del coloquio.
Ella enfatiza que la anatomía del clítoris no es magia, solo biología. “No es solo una zona extraña y mítica que se supone que sirve para tener orgasmos”, dijo en su despacho de Rockville, Maryland, a principios de julio, rodeada de prótesis de pene, modelos de pelvis y una gran varita de Hitachi. “Hay que saber qué es qué y de dónde vienen las cosas”.
Una tradición de descuido
Entonces, ¿por qué no lo sabemos? Para Rubin, hay una sencilla razón: el clítoris está íntimamente ligado al placer y el orgasmo femeninos. Y hasta hace muy poco, esos temas no figuraban en la lista de prioridades de la medicina, no se consideraban áreas adecuadas de investigación médica.
Incluso en campos como la urología, donde el placer sexual y el orgasmo masculinos se consideran integrales, la salud sexual de la mujer “se considera histeria, la caja de Pandora, todo psicosocial, no medicina real”, dijo Rubin, quien también es la presidenta de educación de la Sociedad Internacional para el Estudio de la Salud Sexual de la Mujer. “La salud sexual y la calidad de vida no es algo en lo que nos centremos para las mujeres”. (En cambio, el viagra es uno de los fármacos más lucrativos de las últimas décadas, que ha reportado decenas de miles de millones de dólares a Pfizer desde su lanzamiento en 1998).
La ginecología, por su parte, se centra mucho más en la fertilidad y la prevención de enfermedades. “No hacemos un gran trabajo al hablar del sexo desde una perspectiva basada en el placer”, dijo Frances Grimstad, ginecóloga del Hospital Infantil de Boston. “Hablamos de ello desde el punto de vista de la prevención. Intentamos prevenir las infecciones de transmisión sexual”, dijo. “Intentamos prevenir el embarazo, a no ser que estés intentando quedarte embarazada. No hablamos del placer sexual”.
Helen O’Connell, la primera uróloga australiana, recordó que en su propia capacitación médica, el clítoris apenas hacía una breve aparición. En la edición de 1985 del libro de texto médico que estudió, Anatomía de Last, un corte transversal de la pelvis femenina omitía por completo el clítoris, y se describían aspectos de los genitales femeninos como “poco desarrollados” y un “fracaso” de la formación genital masculina. Las descripciones del pene se prolongaban durante páginas. Para ella, este desprecio médico generalizado ayudaba a explicar por qué sus compañeros de urología trabajaban para preservar los nervios del pene durante las cirugías de próstata, pero no durante las cirugías pélvicas en las mujeres.
O’Connell se propuso investigar la anatomía del clítoris en su totalidad mediante microdisección y resonancia magnética. En 2005, publicó un estudio exhaustivo que demostraba que el nudo externo del clítoris —la parte que se puede ver y tocar— era solo la punta del iceberg, equivalente al glande del pene. El órgano completo se extendía muy por debajo de la superficie y comprendía dos bulbos en forma de gota, dos brazos y un eje.
Al no apreciar esta anatomía, advirtió, los cirujanos que trabajan en esta región corren el riesgo de dañar los sensibles nervios responsables del placer y el orgasmo, que recorren la parte superior del eje. En procedimientos como las cirugías de malla pélvica o las cirugías uretrales, “se trabaja en un campo minado; siempre es necesario pensar qué hay debajo, qué es lo que no podemos ver y qué podríamos alterar”, afirmó O’Connell.
Cada vez son más las mujeres que hablan de las lesiones que sufrieron en esta zona durante procedimientos rutinarios. Una de ellas es Julie, una oficinista de 44 años de Essex, al este de Londres, que perdió su capacidad de sentir orgasmos en 2012 tras una operación de cadera mínimamente invasiva para tratar un dolor de espalda. Compartió su historia en el periódico The Telegraph el año pasado, con solo su nombre de pila para evitar la discriminación de futuros empleadores.
Durante una llamada de Zoom en enero, Julie describió cómo despertó de la anestesia con un dolor punzante alrededor del clítoris. Su cirujano le dijo que era solo un hematoma y que desaparecería. Meses después, descubrió que ya no podía tener orgasmos. Cuando lo intentaba, era como si: “literalmente alguien hubiera desconectado un enchufe. Todo estaba muerto”.
Le tomó dos años de búsquedas en internet darse cuenta de que un poste cilíndrico ubicado entre las piernas durante la operación quizá había aplastado los nervios del clítoris. Se sabe que el uso de este dispositivo, llamado poste perineal, provoca daños en los nervios, pero esto no se mencionó en su formulario de consentimiento.
Julie comparó su lesión con perder el sentido del gusto o del olfato, le fue arrebatado un placer que se da por hecho, pero que cuando no está lo cambia todo. “Ya pasaron 10 años y todavía no puedo creerlo. Y no he podido aceptarlo”, dijo en Zoom.
Gillian sigue tratando de entender la causa de su propia lesión. ¿Fue la biopsia? ¿La presión que su ginecólogo aplicó después y que sintió tan fuerte? Después de cuatro años y 12 especialistas, se ha resignado a que quizá nunca recupere esa sensación. “Esto cambió toda mi vida”, dijo. “La devastación de esto es algo que nunca puedes reparar. Jamás”.
Un nuevo mapa médico
Cuando Blair Peters, cirujano plástico de 33 años de la Universidad de Salud y Ciencias de Oregón, comenzó a realizar faloplastías para hombres trans y personas no binarias, se sorprendió de ver cuán largos eran los nervios del clítoris: unos tres milímetros de diámetro, en promedio (en comparación, el nervio sensorial del dedo índice mide aproximadamente un milímetro de ancho).
“Cuando estuve en la facultad de medicina, no aprendimos nada en específico sobre el clítoris, además de que existía, y eso fue todo”, dijo Peters. En consecuencia, dijo haber desarrollado un sesgo inconsciente de que no era una estructura superaparente. Pero lo es”.
Peters es uno de entre un puñado de médicos expertos en redes sociales que, como Rubin, están ayudando a ampliar el mapa de la medicina en este rubro y, al hacerlo, quieren asegurarse de que lo que les ocurrió a Julie y a Gillian no vuelva a suceder. Como parte de sus esfuerzos por mejorar la sensación sexual de los pacientes de faloplastia, Peters amplió hace poco los nervios del clítoris y contó cuántas fibras nerviosas contenían. El número que encontró —que no podemos publicar sino hasta que presente sus conclusiones en una conferencia a finales de este mes— era “considerablemente mayor” que 8000, la cifra que se cita a menudo y que procede de un estudio obsoleto sobre las vacas.
En 2020, Victoria Gordon, estudiante de medicina de la Universidad de Medicina y Ciencias Médicas de Kansas, condujo un estudio que buscaba definir la “zona de peligro” alrededor del clítoris y que deben evitar los cirujanos plásticos. Mediante disecciones de cadáveres, observó que los nervios del clítoris a veces se ramifican en finos bucles, como raíces, de maneras que pueden ser relevantes para los cirujanos, pero que no se habían descrito antes en la literatura médica.
Esperaba que otras personas del ámbito de la cirugía plástica dieran seguimiento a este hallazgo, que se publicó en una revista de cirugía plástica. “Solo soy una estudiante de medicina de cuarto año, no creo que deba abordar este proyecto. Pero nadie más lo hace”, dijo a finales de 2021.
Los médicos no son los únicos que instan a la medicina a reconocer la anatomía completa del clítoris. En 2018, Gillian estaba buscando en línea para dar sentido a su lesión cuando se encontró con una publicación en Medium de una mujer en Dallas, Jessica Pin, cuya situación sonaba inquietantemente como la suya. Pin, quien ahora tiene 36 años, había perdido la mayor parte de la sensibilidad del clítoris después de someterse a una labioplastia a los 18 años.
Después de revisar los principales libros de texto de obstetricia y ginecología, Pin se enteró de que los nervios del clítoris rara vez estaban bien representados, si es que lo estaban, un descuido clave que, en su opinión, dejaba al clítoris en riesgo en una serie de procedimientos. “Esta omisión parece estar causada por la incomodidad sociocultural con el clítoris y una falta de consideración generalizada por la respuesta sexual femenina”, escribió en Medium.
Gillian estaba intrigada. “Era la única que hablaba de esto en internet”, dijo. Envió a la mujer un mensaje de Facebook.
Pin acabó iniciando una campaña en las redes sociales para conseguir que los libros de texto de obstetricia y ginecología y las normas de formación se actualicen para cubrir esta anatomía. Gillian la ayudó a conseguir seguidores, y luego se unió a Pin en Instagram, con el nombre de @nursevulvaadvocate. Allí se encontró con cientos de consultas de todo el mundo de personas que habían perdido la sensibilidad genital como resultado de procedimientos médicos en el clítoris o cerca del clítoris.
Gillian trató de responder a todos, dijo, pero no pudo ofrecer el consejo médico que muchas de las personas buscaban. Después de seis meses, cerró su cuenta. Hoy sus esfuerzos son más locales: suele ir a las consultas de los médicos para dejarles carteles con la anatomía del clítoris. En su trabajo con pacientes mayores, presta mucha atención a cualquier problema genital, desde el picor de la vulva hasta el dolor después de una operación de cáncer.
Pin siguió adelante. En los últimos años, ha insistido con varias editoriales de libros de texto y recursos anatómicos para que actualicen sus diagramas del clítoris y sus nervios. Sus esfuerzos han llegado a la primera página de Reddit, han acumulado más de 160.000 seguidores en TikTok y le han valido un espacio como invitada en The Daily Show with Trevor Noah. En 2019, copublicó un estudio de disección con su padre, cirujano plástico, sobre los nervios del clítoris.
Sin embargo, sus tácticas no están exentas de polémica. Se ha visto envuelta en numerosas disputas en las redes sociales, y ha sido acusada de acoso por sus persistentes y a veces inapropiados esfuerzos para llegar a ginecólogos y autores de libros de texto de anatomía.
Ahora, después de cuatro años de defensa, “quiero terminar”, dijo. “Sería increíble que los médicos empezaran a abrazar la causa y empezaran a hablar de esto”. El hecho de que unos pocos profesionales de la medicina lo hayan hecho, incluida Rubin, es “algo verdaderamente importante”, añadió.
Dar a la vulva lo que le corresponde
Todas las pacientes que entran en la consulta de Rubin, independientemente de su edad, reciben una visita a su propia vulva. Ya no se coloca una sábana sobre las piernas de la paciente para el examen pélvico, una convención que, según Rubin, contribuye a que las “partes privadas” de las mujeres sigan siendo vergonzosas y estén ocultas. En su lugar, Rubin empieza por entregar a su paciente un espejo de mango largo para que vea la misma anatomía que va a examinar.
Con un cotonete, Rubin sondea cada parte de la vulva en busca de dolor, señalando los labios menores, los labios mayores y el orificio vaginal mientras su paciente la sigue. A continuación, comprueba si hay adherencias u otras afecciones cutáneas bajo el capuchón del clítoris. El examen completo suele durar menos de cinco minutos. “Vamos a tu ritmo”, dijo recientemente en un examen con una mujer de 62 años, que experimentaba dolor después del sexo. “Tú eres la jefa de este espectáculo”.
Rubin y sus colegas creen que su campo está en una posición única para defender el clítoris y el placer femenino. Después de todo, dijo Barbara Chubak, uróloga de la Escuela de Medicina Icahn del hospital Monte Sinaí de Nueva York, “los urólogos se dedican al falo”, que técnicamente es el clítoris, ya que surge de las mismas estructuras embrionarias y está formado por los mismos tejidos eréctiles que el pene.
“Así que, por definición, la anatomía del clítoris podría, y debería, ser también algo urológico”, añadió Rubin.
Además, los urólogos se sienten perfectamente cómodos hablando de cosas que otros proveedores son demasiado aprensivos para discutir. “La urología tiene que ver con orinar y con el sexo”, dijo Chubak. “Los urólogos quieren hablar de lo que a la gente le da vergüenza. La medicina del clítoris pertenece a los urólogos”.
Sin embargo, se necesitará algo más que apasionados “médicos del pene”, dijo Rubin, para dar a la vulva lo que le corresponde; debe haber un movimiento concertado, que trascienda las especialidades tradicionalmente aisladas de la medicina, para entender y mapear esta anatomía. Y para ello, es necesario que otros campos reconozcan que el placer sexual femenino es esencial y vale la pena preservarlo.
“Creo sinceramente que llevamos varias décadas de retraso en lo que respecta a la mujer”, afirma Rubin. “Pero tenemos que hacer el trabajo. Y tenemos que tener gente interesada en hacer el trabajo”.
c.2022 The New York Times Company