Ilustración Bosque de Chepita
Ilustración: Ro Oré
Medio ambiente

De qué nos puede salvar un bosque frágil en la Cordillera Negra

El bosque de Chepita, ubicado en la provincia de Huaraz, abarca 1.134 hectáreas y un sin número de especies animales y vegetales. Cuatro están bajo amenaza: la tara, la tasta y el chachacomo, además del tijeral de corona castaña, un ave endémica. En un momento en que los Andes Tropicales han perdido la cuarta parte de su extensión original por el uso de tierras, la protección de estos espacios y sus especies se vuelve más urgente.

C hepita es un bosque singular, enclavado en un paisaje de cerros escarpados y costas arenosas como la región Áncash. Este lugar de 1.135 hectáreas está ubicado en el distrito de Cochabamba, en la vertiente occidental de la Cordillera Negra, y a pesar de la vegetación desbordante, está en riesgo. Tres especies de plantas medicinales que crecen en sus laderas están amenazadas: la tara (Caesalpinea spinosa); la tasta (Scallonia myrtilloides) y el chachacomo (Scallonia resinosa). Hoy, un equipo de trabajo integrado por el gobierno regional, el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor) y la Administración Técnica Forestal y de Fauna Silvestre de Áncash busca incluir a Chepita en la lista de ecosistemas frágiles del Perú, un reconocimiento que tienen 187 lugares del país.

“Es como si uno estuviera en la ceja de selva, es súper boscoso. Y eso es raro porque Áncash no tiene selva. Uno encuentra especies que nunca ha visto”, explica Yanet Gonzales, ingeniera ambiental del Gobierno Regional de Áncash que trabaja en la identificación de especies y la protección de este espacio a más de 2.700 m.s.n.m. El bosque tiene también un potencial turístico por la singularidad de su clima y ubicación. Un follaje que la ciencia encuentra común en un país como el nuestro.

La investigación Conserving Ecosystem Diversity in the Tropical Andes, publicada por Remote Sensing en 2022, indica que los Andes Tropicales conservan hasta 100 tipos únicos de ecosistemas. Chepita podría ser uno más, si sobrevive. “De allí también extraen plantas medicinales y hay algunas personas que usan la leña de los árboles. Por ahí se ha identificado su valor”, agrega Gonzales.

El bosque está en la parte alta del distrito —una población dedicada a la crianza de vacunos— y es estratégico para la provisión del recurso hídrico. Los ojos de agua que abundan han sido encausados para calmar la sed de los animales y regar los campos de la agricultura que también desarrolla la comunidad en la parte baja. El chachacomo, carapacho, yanacora, tuctar, cheqchi, caramati, son algunas de las plantas que alimentan este ecosistema.

No existe una lista oficial de especies del bosque de Chepita, pero el Centro Nacional de Salud Intercultural (CENSI) administra un vivero con 400 especies de plantas medicinales de Perú, de las cuales 17 son de Áncash: pampa anís, ajenjo, canchalagua, huacatay, queñua, colle, malva, kalanchoe, higuerilla, matico, granadilla, orégano, rocoto, hierbabuena, muña, romero y toronjil.

La Autoridad Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor) también ha analizado y registrado otras especies en este bosque: muña, congona, cola de caballo, matico, wallmi wallmi, culantrillo, tzuhllcu, verbena y tzillca. “El bosque de Chepita enfrenta diversos riesgos. La presencia de ganado dentro del bosque puede llevar al sobrepastoreo, lo que causaría la degradación de la biodiversidad, también la caza de animales silvestres. El bosque también está en riesgo debido a las concesiones mineras autorizadas tanto dentro de sus límites como en las áreas adyacentes”, señalaron especialistas de Serfor consultados para este reportaje.

La receta está en el bosque

El uso de plantas medicinales es una práctica que el mismo Estado peruano intenta incorporar en los servicios de salud con pertinencia cultural ubicados en localidades con poblaciones indígenas. Hay 74 establecimientos en el país que han sido calificados con esta característica, donde la atención se adapta a la cosmovisión del paciente, sus saberes ancestrales, la promoción de biohuertos e inclusión de sus agentes de medicina tradicional. Según datos del Ministerio de Salud, actualmente, más de 194 mil personas reciben atención que incluye el uso de plantas medicinales en dichos servicios de salud.

La Red Asistencia de Essalud, en Áncash, promueve también el uso de plantas medicinales en la atención de sus usuarios. En 2020, 25 pacientes con Covid-19 fueron tratados con plantas medicinales: huira huira, asmachilca, tara y mullaca. En el bosque de Chepita crece una gran parte de estas hierbas. La tara, por ejemplo.

“Hasta donde tengo entendido, algunas personas hacen secar la pepa de la tara y ese polvillo lo venden, de ahí sacan la penicilina”, explica el antropólogo Walter Pariona, quien ha publicado el libro “Medicina ancestral”, una investigación enfocada en plantas y curaciones de la región Ayacucho. Asimismo, una publicación realizada por investigadores de la Universidad Agraria La Molina y la Pedro Ruiz Gallo de Lambayeque detalla que los frutos del árbol de la tara son usados para la amigdalitis, la faringitis y como cicatrizante para humanos y animales domésticos. “Hervir de 10 a 15 frutos secos en un litro de agua y hacer gargarismos, o moler el fruto seco y poner el polvo sobre la zona de la herida”.

El bosque de Chepita no está herido, pero también necesita de cuidados.

Bosque frágil

La Ley General del Ambiente incluye en la categoría de ecosistema frágil a un lugar de abundantes especies que no podría recuperarse luego de un evento climático o el daño de la actividad humana. El Serfor, además, detalla otros criterios que se evalúan en el bosque de Chepita: “La relevancia biológica del ecosistema en términos de la flora y fauna silvestre presentes, las acciones de conservación propuestas y su evaluación basada en el nivel de involucramiento del gobierno regional, del gobierno local y de la población”.

Países como México también manejan la estructura de ecosistemas frágiles enfocada en la protección de caducifolia (árboles de hojas estacionales), o Panamá que está interesado por sus manglares. Perú se ha preocupado, en esta región específica, por las plantas medicinales que crecen en la Cordillera Negra.

Como el chachacomo, otro árbol en peligro y de nombre popular en las comunidades de los Andes. Como el molle, como la muña. Llega a medir hasta 45 centímetros de alto y crece en las regiones Apurímac, Ayacucho, Arequipa, Áncash, Huánuco. Una investigación de la Universidad Nacional de Huancavelica titulada “Estudio fotoquímico de Senecio graveolens, Chachacoma” identificó que sus hojas contienen compuestos bioactivos: azúcares reductores, flavonoides, saponinas, glucósidos, taninos. Las hojas de chachacomo pueden ser usadas como “antioxidantes, emulsificantes, edulcorante, aromatizante, antimicrobiana”.

Investigar de forma rigurosa las propiedades de estas plantas y su efecto en el organismo de los seres humanos es un trabajo pendiente del Estado.

“Para comprobar la efectividad y eficacia de estas plantas, sería necesario llevar a cabo estudios clínicos, que incluyen diseños observacionales y de cohorte, así como ensayos clínicos controlados. Estos últimos, además de ser costosos, requieren el cumplimiento de requisitos previos. Actualmente, el Centro Nacional de Salud Intercultural no dispone de un registro público oficial de plantas medicinales cuya efectividad haya sido comprobada”, explica Fanny Reyes Mandujano, especialista del CENSI.

Una de las investigaciones más ambiciosas desarrolladas en los últimos años fue hecha por el Centro de Monitoreo de la Conservación del Ambiente de las Naciones Unidas (UNEP-WCMC) y el Real Jardín Botánico de Kew luego de analizar la distribución de 35.687 plantas usadas por las personas en el mundo. A pesar de su exhaustivo trabajo la investigación concluye que aún hay especies no documentadas. Chepita es un eslabón de hojas más, necesario para seguir completando la cadena.

Otra hoja curativa

Para su tesis de doctorado, José Mostacero investigó las características edafoclimáticas y fitogeográficas de las plantas del dominio andino noroccidental del Perú. En simple, cómo el clima y la calidad de suelo influyen en el tipo de plantas que crecen. La tasta (Scallonia myrtilloides), otra de las especies amenazadas de Chepita, aparece en la especie número 52 de las 163 estudiadas. Sirve como tónico cerebral, señala la investigación, contra los dolores reumáticos y es carminativo, ayuda a expulsar gases.

“Hay un conocimiento detrás de las plantas que lo ha generado toda una comunidad. La planta que una comunidad determina como medicinal para tal aspecto, no es la misma que otra comunidad, en otra región, usa para lo mismo. Una misma planta puede tener 2 ó 3 diferentes usos y esto porque la especie, de acuerdo al ambiente, genera metabolitos secundarios que pueden ser benéficos”, señala Reyes Mandujano, del Centro Nacional de Salud Intercultural.

Las características y registros del bosque de Chepita —que constituyen decenas de fotografías y nombres de especies algunas identificadas y otras por identificar— han sido recogidas en un expediente. De 48 lugares que la región Áncash postula para ser declarados ecosistemas frágiles es el más completo y avanzado a nivel de registros y análisis. El bosque de Chepita es también el hábitat de un ave endémica de los andes peruanos: el tijeral coronado (Leptasthenura pileata), también denominado coludito coronado o tijeral de corona castaña.

La declaratoria de ecosistema frágil permitiría que múltiples instituciones puedan actuar en el marco de un decreto supremo. El Ministerio de Desarrollo Agrario y Riego aprueba el protocolo de actuación interinstitucional para gestionar y proteger esos ecosistemas e incorpora funciones que deberán ser desarrolladas por el gobierno regional, el gobierno local, el sector agricultura y turismo. En el caso del bosque de Chepita, este protocolo ya se encuentra vigente.

“La gestión sostenible y protección del ecosistema, si bien son responsabilidades estatales, deberían realizarse de manera participativa teniendo como actor principal a la comunidad campesina, reconociéndola como los principales usuarios, beneficiarios y conocedores del ecosistema”, agrega Angélica Gómez, asistente legal del Programa Bosques y Servicios Ecosistémicos de la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental.

La acción de las personas es necesaria y urgente. En los lugares donde más uso hacen de los recursos es donde menos protegidos están, tal como lo subraya la investigación de Remote Sensing. Solo el 5% de los ecosistemas que pertenece a la categoría hostpost de los Andes tropicales están dentro de áreas protegidas, los demás, existen bajo la amenaza de un clima que cada vez es más extremo.

Además de las evidencias que se recogen para su declaratoria como ecosistema frágil, el bosque de Chepita no ha generado ningún interés científico, a diferencia de la región Moquegua, por ejemplo, donde el Organismo Internacional de Energía Atómica financia un proyecto de estudio de plantas como el ayrampo, el sasawi, entre otras. “El Estado necesita implementar un programa de mejora genética de las plantas medicinales y un programa de seguridad de plantas medicinales”, apunta Fanny Reyes Mandujano, del Centro Nacional de Salud Intercultural.

Chepita espera, bajo amenaza.

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