A Gustavo Moreno los médicos le han dicho que será complicado extraerle todos los perdigones de plomo alojados en sus piernas. La noche del 14 de noviembre recibió siete proyectiles mientras protestaba en el cruce de las avenidas Piérola y Abancay, en el Centro de Lima, y ahora solo puede moverse con muletas. “Los policías habían llenado la zona de gas irritante y empezaron los disparos desde diversas direcciones. De pronto sentí que me quemaban las piernas y perdí la fuerza en los pies. No pude seguir caminando, me caí contra el pavimento, me quise incorporar y no pude”, recuerda el joven ingeniero industrial.
Dos de sus amigos de promoción de la universidad con los que había ido a la marcha lo llevaron cargado hasta un sardinel de la Av. Abancay para examinarlo. En su desesperación tuvieron que romperle el pantalón de buzo ensangrentado y sacarle las zapatillas para darse cuenta de la gravedad de las heridas. Por suerte, una brigada médica voluntaria llegó al lugar para evacuar a Gustavo hacia un servicio de salud cercano.
En el hospital Loayza, Gustavo Moreno se enteró que dos disparos de plomo perforaron su pierna izquierda y otros cinco la derecha. Cuando le sacaron los exámenes de rayos X, pudo ver los proyectiles de armas de fuego. “Definitivamente no fueron balas de goma. Los policías usaron balas de metal y canicas”, sostiene. Durante unos diez días, estuvo internado y recibió medicamentos para desinflamar y aliviar el intenso dolor en sus piernas.
El 24 de noviembre los médicos le hicieron una cirugía para extraerle las balas, pero la intervención no salió como pensaban. “Solamente pudieron retirar tres. Hay dos que están alojadas en el fémur de la pierna derecha y otras dos en los talones de ambas piernas, pero no pueden sacarlas porque están cerca de huesos y nervios”, cuenta.
Hace dos semanas, Gustavo Moreno fue dado de alta y dentro de poco iniciará sus sesiones de fisioterapia aún con las balas en su cuerpo. Su voz es pausada y asegura que a pesar de todo no se arrepiente de haber salido a protestar “contra la irresponsabilidad de un Congreso que siempre estuvo de espaldas al país”.
Gustavo estuvo en las calles desde el 12 de noviembre y pensó que su experiencia en anteriores movilizaciones lo ayudaría a protegerse de la represión policial. En 2019 también salió a marchar para que el entonces presidente Martín Vizcarra cerrara el Parlamento por la inestabilidad a la que llevó al país. “Lo usual es que los policías tiren bombas lacrimógenas o que nos peguen con sus varas, pero nunca pensé que nos dispararían directo al cuerpo”, señala. Por eso, la noche del ataque no portaba ningún elemento de defensa. Solo llevaba puesta su mascarilla para protegerse del Covid-19 y una botella de agua para sobrellevar la caminata.
Gustavo Moreno se dedicaba a la importación de productos para el comercio hasta antes del ataque que lo ha dejado discapacitado. Su diagnóstico aún es reservado. “El doctor me ha dicho que tengo que esperar a que mi cuerpo reaccione favorablemente y que no genere otras consecuencias como un tumor a largo plazo. Eso se va a evaluar con el tiempo. Sólo me queda hacer fisioterapia para volver a caminar”, apunta. Sus compañeros de la Universidad Tecnológica del Perú están pendientes de su salud. Como muchas de las víctimas, Gustavo espera que el abuso de la fuerza policial no quede impune: “Que se haga justicia, que se llegue hasta el final”.
Coordinación y edición general: Fabiola Torres / Texto: Miriam Romainville / Fotografías: Omar Lucas / Edición de videos: Jason Martínez