Después de casi tres semanas en el hospital Almenara, Luis Aguilar está ahora en su casa pero habla con dificultad y no puede mover el brazo izquierdo. Se mantiene la mayor parte del día en cama y bajo los cuidados de su madre, en el asentamiento humano Bocanegra, en el Callao. Los médicos le retiraron un proyectil de arma de fuego alojado en el pulmón izquierdo tras drenar varios coágulos de sangre que pudieron matarlo. “Yo estaba caminando por el jirón Montevideo (Centro de Lima) cuando sentí un dolor parecido a un martillazo caliente por la espalda. Ya no pude moverme más”, recuerda el estudiante de mecánica automotriz. El ataque ocurrió alrededor de las 9:30 p.m. del 12 de noviembre, en el cuarto día de manifestaciones nacionales consecutivas contra el golpe legislativo de Manuel Merino.
Era la primera vez que Luis Aguilar participaba en una marcha y se había puesto de acuerdo por WhatsApp con un primo y un amigo para ir juntos a la protesta en el Centro de Lima. Pero esa noche la nube de bombas lacrimógenas y la lluvia de proyectiles de armas de fuego los dispersaron. Ninguno había ido preparado para resistir la violencia policial. Luis recuerda que estaba vestido con jeans, un polo blanco, zapatillas rojas y una casaca deportiva del mismo color. Su única herramienta de protección era una mascarilla de tela. Cuando los gases irritantes le afectaron demasiado los ojos y la respiración, la única forma de alivio que halló fue humedecer con agua su casaca y ponérsela en el rostro. Así siguió caminando para intentar reencontrarse con el grupo que lo había dejado atrás. Pero en su camino recibió el proyectil que le ha causado una seria lesión con efectos aún inciertos en su salud.
Hasta ahora Luis Aguilar se sorprende de cómo llegó al hospital porque fueron dos jóvenes que aún no conoce quienes lo auxiliaron y trasladaron en un taxi a emergencias. “Ellos me vieron, me levantaron y me sentaron en una esquina del jirón Montevideo para revisarme. Cuando me sacaron el polo, se dieron cuenta del disparo y buscaron la forma de ayudarme (...) Mientras iba en el auto pensé que moriría, pero estoy vivo y les agradezco”, dice.
Hasta la fecha, la familia Aguilar no ha recibido la historia clínica de Luis y tampoco le han informado si el proyectil que se alojó en uno de sus pulmones es una canica o una bala de metal. “Mi mamá está asumiendo los gastos de lo que necesito para rehabilitarme. El doctor ya me sacó los puntos, me ha dicho que tendré secuelas, pero no me ha explicado más”, cuenta.
Luis es el mayor de cuatro hermanos y ha perdido su empleo en el taller mecánico donde ganaba algo de dinero para ayudar con los gastos de su hogar. Ahora tampoco puede cumplir con la manutención de su hija pequeña y menos aún ahorrar para estudiar el próximo año en el Senati, como había planeado. Extraña mucho jugar fútbol con sus amigos del barrio de Bocanegra para distraerse, ya que ahora apenas se mueve para comer y asearse. “Ya no soy el mismo, pero quiero salir adelante. Fui a marchar porque estaba harto de que todos pisoteen nuestros derechos”, apunta.
Coordinación y edición general: Fabiola Torres / Texto: Miriam Romainville / Fotografías: Omar Lucas / Edición de videos: Jason Martínez