Un mes antes de que la comunidad nativa San Manuel de Nashatauri decidiera no vacunarse contra la covid-19, Eusebio Huayunga, presidente de la Federación Regional Indígena Shawi en San Martín (Ferisham), ya sospechaba lo que podía suceder. Corría la primera quincena de mayo, y la vacunación de los pueblos indígenas en el Perú todavía era una promesa por cumplir. Junto a Loidy Tangoa, una docente con quien integra el Comando Covid-19 en la región, Huayunga visitó cuatro de las doce comunidades shawi asentadas en San Martín. Entre ellas, San Manuel de Nashatauri.
Aquella visita fue un barómetro de desconfianza: los miembros de la comunidad le temían a la vacuna. Estaban convencidos de que contenía un chip con el que los controlarían tarde o temprano. Que la vacuna, además, llevaba consigo el virus y, por tanto, la solución les produciría una muerte lenta en menos de cinco años. Y, por si fuera poco, que la vacuna contra el nuevo coronavirus encarnaba un símbolo diabólico: el sello de la Bestia. Es decir, el 666. Inmunizarlos contra el SARS-CoV-2 no era un motivo de dicha, sino una amenaza.
Consciente de ello, el 3 de junio, un par de semanas después, Huayunga se reunió virtualmente con las autoridades de la Dirección Regional de Salud (Diresa). Les contó que no sería fácil la inmunización tanto en San Manuel de Nashatauri como en Santa Rosa de Matador, las dos comunidades shawi ubicadas en el distrito de Papaplaya, y que por eso era vital idear una estrategia con personal de salud shawi. Conocían la zona y, desde luego, no tendrían barreras de comunicación al hablar el mismo idioma.
Ambas partes acordaron volver a reunirse dos semanas después para afinar detalles. Sin embargo, la reunión prevista para el 17 de junio no se realizó. La Diresa de San Martín programó el ingreso de las brigadas a estas comunidades para el lunes 14 de junio, desconociendo el pacto. Lo hicieron a pesar de no contar con traductores. Ferisham insistió en que se considerara a Guillermo Lancha y Pedro Pizango, dos enfermeros del pueblo shawi. Pero la respuesta de la Red de Salud fue que ya se habían hecho las coordinaciones con las autoridades comunales, así como con los promotores de salud de ambas comunidades.
El resultado: si en Santa Rosa de Matador se empadronaron 48 habitantes de una población de 165 individuos y solo se vacunaron 20, en San Manuel de Nashatauri no se vacunó nadie en una comunidad donde viven 120 shawis. El pronunciamiento de Ferisham no se hizo esperar: “(Ha sido) un apresuramiento en la realización del proceso de vacunación. Un enfoque territorial que pretende cubrir un espacio sin considerar las diferencias culturales”. Un trabajo previo que era indispensable.
El comunicado también destaca que no se tomó en cuenta el rol y la influencia de los profesores rurales para una intervención efectiva. Sea como fuere, la misión falló. De tal manera que la federación que representa a los shawi de San Martín decidió que se suspendiera el ingreso a sus comunidades hasta que las instituciones sanitarias del Estado cumplan con lo convenido.
Han pasado doce días de este incidente, y si bien la semana pasada se realizó una reunión virtual entre los líderes shawi, la Diresa y la Defensoría del Pueblo, aún no se ha llegado a un acuerdo. La Diresa San Martín alega que no hay presupuesto para visitas de concientización con agentes interculturales. En tanto, las autoridades shawi no están dispuestas a ceder, pues consideran que su pedido es legítimo y necesario.
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En San Martín se han mapeado 117 comunidades nativas y una población de 26,766 indígenas amazónicos. Hasta la semana pasada las brigadas de salud habían ingresado a 33 comunidades y habían inmunizado al 55% de la población. Son tres los pueblos originarios que conviven en San Martín: los kichwas, los awajún y los shawis. Los shawis son apenas el 10% y se encuentran en los distritos de Papaplaya y Lamas. El grueso de shawis, en realidad, habita en Loreto, en la provincia del Datem del Marañón.
Cuenta la leyenda que los shawis fueron creados por una deidad llamada Cunpanamá en los cerros aledaños a la cabecera del río Sillay en Loreto. Como no era época de lluvia y no se había formado barro, Cunpanamá extrajo maní crudo de una bolsa tejida con fibra de chambira, una palmera que crece en la Amazonía, y le dio vida allá en lo alto. Por eso a los shawis también se les dice chayahuitas, que significa “personas crudas”. Con las cáscaras del maní y con sus lágrimas, Cunpanamá hizo a los awajún o aguarunas, como también se les conoce. “Por ser de esas lágrimas, es que los aguarunas no saben dar perdón ni dejan escapar a sus enemigos. Todo lo contrario, a los chayahuitas, que sí saben perdonar”, dice la antropóloga española Luisa González Saavedra en Cuando los animales eran gente. La primera gran conversión de la historia shawi, un ensayo que data del 2015.
Por esa disposición al perdón que viene desde su origen, Eusebio Huayunga es optimista respecto al proceso de vacunación. Cree que llegará a un buen puerto siempre y cuando se sensibilice a la población. “La comunidad se siente discriminada. Sienten que se están haciendo pruebas con ellos”, cuenta. Además de un acercamiento con la ayuda de promotores de salud shawi, Huayunga considera que hay otras estrategias que deben ponerse en práctica. Una de ellas es enfocarse en los profesores rurales, los otros líderes de las comunidades.
“Los profesionales de la salud que han ingresado (a San Manuel de Nashatauri) han comentado que un profesor le dijo a la población que no se vacunara porque la enfermedad viene en la vacuna. El profesor se llama Santos. Queremos contactarnos con él para explicarle”, dice Huayunga. Lo que quiere explicarle este agricultor de maíz y cacao que asumió la presidencia de su federación en enero de 2020 es algo que aprendió hace unos meses: que la vacuna de Sinopharm, la elegida para inmunizar a los pueblos indígenas, posee la tecnología de virus inactivado o virus atenuado.
En efecto, el profesor Santos tiene la razón, pero solo parcialmente. Sinopharm es una vacuna hecha con coronavirus. El detalle es que al estar inactivado no provoca la enfermedad, sino más bien origina una respuesta inmunológica, creando anticuerpos. Una tecnología que no es reciente. De hecho, se utiliza para la vacuna contra la polio, la rabia y la hepatitis A. Para entender todo eso se necesita dialogar, y desde la ciudad es imposible. San Manuel de Nashatauri es una comunidad alejada donde no hay señal. Para dialogar es preciso estar allí.
Hay dos rutas. Desde Moyobamba o desde Chazuta. Pero ambos casos significan varias horas de camino. De Tarapoto hasta Papaplaya por vía terrestre, demora alrededor de tres horas. Allí acaba la carretera y comienza la trocha. Desde ese distrito hasta San Manuel de Nashatauri son diez horas a pie en promedio. Eusebio Huayunga dice, que cuando es época de lluvia y se activan las quebradas, es posible viajar por vía fluvial en pequeñas embarcaciones de no más de tres pasajeros, pero con muy poca carga.
San Manuel de Nashatauri, reconocido recién en el 2008 como un centro poblado, se aisló durante la primera ola entre mayo y junio como una medida de precaución debido al contagio de 13 ciudadanos de El Porvenir, un distrito cercano a Papaplaya. Su población no ha podido acceder a pruebas de descarte de covid-19. Si bien en octubre el Ministerio de Cultura entregó 23 mil mascarillas para los tres pueblos originarios de la región San Martín, el uso de mascarilla es un hábito de unos pocos. Por carencia y por costumbre.
Eusebio Huayunga desea dar el ejemplo. Pero no solo colocándose ese escudo de tela, sino además vacunándose para inspirar confianza. “Sería muy importante para mis paisanos. Queremos hacer una grabación para que la comunidad se dé cuenta de que no hay por qué temer. Estamos viendo la manera de transmitirlo”, cuenta. Una salida sería transmitir el audio a manera de spot en los megáfonos de San Manuel de Nashatauri. Aún lo están evaluando.
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Loidy Tangoa ríe desde la ciudad de Yurimaguas cuando le pregunto hace cuánto se convenció de que la vacuna contra la covid-19 no la matará ni la mandará al infierno. Pese a ser una de las integrantes del pueblo shawi en el Comando Covid-19 en San Martín, Loidy cambió de parecer en abril, apenas hace dos meses. Lo hizo gracias a un par de amigos, ambos técnicos en enfermería.
Pero durante casi toda la pandemia se dejó convencer por los videos y textos que le compartían sus amistades en las redes sociales. Le fue difícil resistirse a ese bombardeo. “Se decía que esto es una enfermedad provocada por el hombre para disminuir la población. Y además que llevaba la marca de la Bestia. Eso me atemorizó. Incluso me dije: no, que no llegue la vacuna. Me moriré así. Pero ahora ya no pienso así. Ahora tengo información”, dice.
Loidy nació en Balsapuerto, en el Alto Amazonas, en Loreto, pero vive entre la comunidad nativa de Nuevo Tocache, en San Martín, y la comunidad nativa Nueva Alianza, en Loreto, donde dicta clases en un colegio. No quiere decir nombres, pero acepta que conoce a varios colegas que no solo están en contra de la vacunación, sino que esparcen ese mensaje entre sus alumnos y sus padres. “Hay docentes que pertenecen a iglesias evangélicas y hablan de esa manera. No lo voy a negar”, dice. Junto a los apus, los sabios y los médicos, los maestros son las voces que se escuchan con más atención en una comunidad. Y si además están vinculados con la religión, su opinión adquiere mayor validez.
Por eso, apoya la moción de que se realice una visita para informar con la verdad acerca de las bondades y efectos de la vacuna. “Nosotros como federación pedimos que el proceso sea acompañado por personas que dominen nuestra lengua. Si va un castellanohablante no lo van a entender por más que dé la explicación más sencilla”, indica.
Como jefa de la oficina de la Defensoría del Pueblo de la región San Martín, Janet Álvarez vigila el proceso de vacunación desde cerca y, como tal, secunda lo dicho por Loidy Tangoa. “En la Defensoría hemos sido precisos en que no solo se debe tener un enfoque territorial, sino además un enfoque intercultural. Ello significa difundir el proceso de vacunación en lenguas indígenas. Si bien el gobierno regional ha trabajado algunos spots para las ciudades, en las zonas rurales el alcance es más difícil. Se deben reevaluar las estrategias”, señala Álvarez.
A diferencia de regiones como Loreto, en San Martín no se ha contado, durante gran parte de la pandemia, con información disgregada de contagiados y fallecidos por covid-19 en la población indígena. Recordemos que aún no existe un informe oficial del Estado donde se determine el impacto real del virus en los pueblos originarios del Perú. “Definitivamente ha sido una población invisibilizada. Recién desde la creación del Comando Covid-19 y de la apertura de la Diresa es que se cuenta con información más detallada”.
La Dirección Regional de Salud de San Martín programó, para el mes de junio, la vacunación de 49 comunidades nativas extendidas en las provincias de San Martín, El Dorado, Bellavista, Picota y Lamas. En dos semanas, Eusebio Huayunga y Loidy Tangoa visitarán Santa Rosa de Matador y San Manuel de Nashatauri para conversar con sus hermanos shawi y hallar una solución. Los pactos deben respetarse. Y los shawi no pueden quedar excluidos del proceso de vacunación.