La mañana del 4 de junio, la comunidad de Bia Recuaté, territorio del último pueblo guerrero indígena contactado de la Amazonía boliviana, celebró una noticia que renovó sus esperanzas: una mujer yuqui dio a luz a su bebé en el Centro de Salud Mariposas en un parto natural que se realizó en condiciones seguras. Como varias integrantes del pueblo yuqui, que han visto desaparecer a cientos de sus hermanos a causa de enfermedades persistentes en la última década, esta joven madre cumplió con todos sus controles durante el embarazo y se trasladó hasta un servicio médico de los municipios del Trópico de Cochabamba para dar a luz. Algunas viajan incluso cientos de kilómetros hasta la capital para internarse en un hospital y evitar que cualquier complicación les arrebate a sus hijos de su lado.
Los yuqui son uno de los pueblos indígenas más pequeños de Bolivia, con cerca de 400 integrantes que pertenecen a unas 50 familias (35 están asentadas en Bia Recuaté y 15 nómadas). En 2013, el Estado los declaró como un pueblo altamente vulnerable y en peligro de extinción. Al proceso de evangelización que modificó su modo de vida de cazadores y recolectores a partir de los años sesenta, se sumaron las presiones de madereros ilegales sobre su territorio y enfermedades como la anemia severa, la tuberculosis y la micosis pulmonar, que diezmaron a su población. Varios de estos males fueron el resultado de sus adversas condiciones de asentamiento: sin acceso a agua potable, sin servicios de saneamiento básicos y sin suficientes alimentos que antes podían conseguir en el bosque. Antes del contacto, se estima que eran unos 2.000 integrantes yuqui que vivían en pequeños grupos familiares de forma itinerante.
“Aunque la gente nos diga ‘los yuquis son poquitos, los yuquis se han muerto’; nosotros somos poquitos, pero no tenemos miedo a nada. Siempre salimos adelante, en lo que sea, porque nuestros abuelos, aunque eran poquitos, no tenían miedo”, dice Lucia Isategua, actual cacique del pueblo.
En marzo de 2020, con la llegada de la COVID-19 a su territorio, la salud de los yuqui sufrió mayores complicaciones. Casi todos sus integrantes contrajeron el nuevo coronavirus, incluidos los tres trabajadores de salud de Bia Recuaté, pero la mayoría resistió la enfermedad, reportó Ely Linares, antropóloga y asesora técnica del Consejo Indígena Yuqui, en un informe presentado en marzo pasado. Un adulto mayor de la comunidad de Bia Recuaté fue la única víctima mortal debido a que la COVID-19 se complicó con otras dolencias.
Más de dos años después, un equipo periodístico de Opinión llegó hasta aquí para conocer la incansable lucha de este pueblo amazónico para evitar su extinción.
La enfermedad y la muerte
Para un yuqui no hay peor noticia que conocer un diagnóstico de tuberculosis, aunque el personal de salud le repita que es mejor saberlo pronto para comenzar un tratamiento. El 40% de su población se ha contagiado de esta enfermedad. Y el miedo se entiende cuando se conoce que la mayoría de muertes anuales están relacionadas a complicaciones por la tuberculosis, como insuficiencia respiratoria, fibrosis y anemia severa, según datos del Centro de Salud Bia Recuaté.
A los trabajadores de salud les tomó algún tiempo dialogar con los yuqui para que comprendieran que la tuberculosis es una enfermedad infecciosa que se propaga por una bacteria (el bacilo de Koch) a través de las gotas de saliva cuando alguien tose, estornuda, habla o canta. Les llevó años que las familias comprobaran también que lo mejor que pueden hacer por sus enfermos es llevarlos pronto al médico y vigilar que tomen sus medicamentos.
“Si no hubiera aceptado ir al hospital, me hubiera muerto porque botaba sangre de la boca”, cuenta Ricardo Isategua. No fue la primera vez que su familia se enfrentó a esta enfermedad. Hace unos años, su esposa, la actual cacique Lucia Isategua, pasó por un cuadro severo de tuberculosis por el que tuvo que ser internada en el Hospital Viedma de Cochabamba.
Actualmente, unos trece integrantes del pueblo yuqui reciben medicamentos para controlar la tuberculosis. “Los yuqui han ido adaptándose a las medicinas. Esto ha permitido desacelerar las muertes por tuberculosis en los últimos años”, explica David Ramiro, director interino del Hospital San Juan de Dios de Chimoré.
Sin embargo, esta enfermedad ha dejado a varios niños en la orfandad. Por eso, el Consejo Indígena Yuqui creó el Centro Infantil Yiti Jitu Kia, que alberga a 35 niños y niñas que quedaron huérfanos después de que sus familias fueron afectadas por la tuberculosis.
El miedo a quedarse solo
Uno de los mayores sacrificios que han hecho varias familias yuqui para ponerse a salvo de la COVID-19 ha sido cumplir con la cuarentena y dejar de acompañar a sus enfermos. En su lengua, eyebe, que significa quedarse solo, representa una de las situaciones más temidas. Pero la pandemia los forzó a permanecer aislados como una forma de cuidarse tanto en lo individual como en lo colectivo.
Sin embargo, como ocurrió con muchos otros pueblos indígenas amazónicos, el aislamiento por la COVID-19 generó también una grave crisis alimentaria entre los yuqui. Por eso, en el primer año de la pandemia, muchas familias salieron de su comunidad hacia la ciudad de Cochabamba y se les vio en las calles como mendigos.
El miedo a la desaparición hizo que los yuqui dejaran atrás sus dudas iniciales sobre la seguridad de las vacunas contra la COVID-19. Así, muchos de sus integrantes hicieron fila en el Centro de Salud Mariposas para ser inmunizados. “Para la primera vacuna hemos hecho fila porque dijeron que si no nos hacíamos vacunar, nos íbamos a morir con COVID. Lo que nos dio miedo es que mi papá se ha hecho vacunar y esa noche casi se muere. Ahí algunos pocos no quisieron hacerse vacunar”, dice la cacique Lucia Isategua.
Actualmente, la tasa de vacunación supera el 70% en el territorio indígena yuqui.
El proyecto de agua segura
Los yuquis caminan unos treinta minutos hasta el río Chimoré para sacar agua en bidones, que luego beberán, usarán para la preparación de sus alimentos o para lavar su ropa y los utensilios de cocina. Contar con agua potable o limpia es un viejo reclamo que impulsa la comunidad. Se sabe que el gobernador de Cochabamba, Humberto Sánchez, supo del pedido, pero envió a los yuqui a batallar con la burocracia. Les respondió que la Alcaldía de Puerto Villarroel debe realizar la solicitud para que sea tratada en la Asamblea Legislativa Departamental y, finalmente, en la Cámara de Diputados.
La cacique Lucia Isategua cuestiona que los políticos den discursos de solidaridad con su pueblo, pero que en la práctica lo olviden. “Yo sé que esa agua del río trae basura, de todo (…) Los gobiernos no se preocupan por nosotros, porque no sabemos muy bien castellano. Todo lo que llega a nombre de nosotros, no nos llega de verdad”, dice Isategua.
El médico de la comunidad Gróber Laime cuenta que el consumo de agua contaminada hará que persistan las enfermedades en los yuqui desde pequeños. “Cada día llegan dos o tres casos de amebiasis por no consumir agua potable”, indica.
* Este trabajo se hizo con la colaboración de Nicole Vargas, Mariela Cossío, Melissa Revollo, Brenda Molina y Santiago Espinoza
Este reportaje es parte de Historias Saludables, un programa de capacitación y apoyo para producción de historias periodísticas en salud y medio ambiente, liderado por Salud con lupa con el apoyo de Internews.